sábado, abril 27, 2024

Centenario Ava Gardner: Crítica de ‘La condesa descalza’ (1954)

Las críticas de Daniel Farriol:
Centenario Ava Gardner
La condesa descalza (1954)

La condesa descalza (The Barefoot Contessa) es un melodrama romántico estadounidense escrito y dirigido por Joseph L. Mankiewicz (La huella, De repente, el último verano). La historia cuenta la vida de María Vargas, una bailarina española que es descubierta por un productor de Hollywood con la intención de convertirla en una estrella de cine. Pero la vida personal de la mujer se verá sumida en la tragedia al no encontrar el amor verdadero que su corazón anhela. Está protagonizada por Humphrey Bogart, Ava Gardner, Edmond O’Brien, Marius Goring, Valentina Cortese, Rossano Brazzi, Elizabeth Sellars, Warren Stevens y Franco Interlenghi.

La Cenicienta de Hollywood

La condesa descalza es una obra cumbre del melodrama oscuro, un cuento amargo sobre la imposibilidad de amar y ser amado con la misma intensidad y al mismo tiempo. El venenoso guion de Joseph L. Mankiewicz toma el cuento de «La Cenicienta» como punto de partida para lanzar una mirada cínica a Hollywood, la fama, el poder y, finalmente, la idealización del romanticismo como tabla de salvación para nuestra soledad. Es un filme icónico, a menudo incomprendido aún hoy en día, que resulta mucho más complejo de lo que aparenta y que contiene multitud de capas para explorar.

La trama nos cuenta el auge y caída de una estrella. María Vargas (una magnética Ava Gardner) es una bailarina de flamenco a la que un productor de cine quiere convertir en estrella de la gran pantalla. Tras la negativa inicial, los cantos de sirena de Hollywood consiguen finalmente pervertir las ilusiones de una joven española de origen humilde, acabando por transformar a María Vargas en María Lamata, que será a partir de entonces su nombre artístico. Y es que en Hollywood todo son máscaras y nombres falsos. El guionista y director Harry Dawes (Humphrey Bogart) se convertirá en su amigo y confesor para mantenerla a salvo dentro de un océano de tiburones donde los hombres compiten entre sí para devorarla y exponer su belleza como trofeo.

Uno de ellos es el productor de sus películas, Kirk Edwards (Warren Stevens), otro el gigoló multimillonario sudamericano Alberto Bravano (Marius Goring) y otro el conde italiano Vicenzo Torlato-Favrini (Rossano Brazzi), pero el alma libre de María y sus necesidades más profundas le harán tener una vida repleta de insatisfacción que nunca cumplirá las expectativas como Cenicienta contemporánea que ofrezca continuidad al cuento tradicional que ha sido transmitido de generación en generación, a través de la prosa de Charles Perrault o los Hermanos Grimm, entre otros. Spoiler: aquí el príncipe azul nunca aparece.

Caminar por el barro bajo las luces de neón

El cuento de hadas referido se adereza con extractos de la vida real de Rita Hayworth (primera opción para el papel) y de la propia Ava Gardner. En La condesa descalza se incorporan detalles de la relación de la primera con el príncipe Aly Khan y de la segunda con el magnate Howard Hughes como parte del reflejo poliédrico de un espejo social donde tienen cabida todo tipo de miserias humanas, en especial, las que hacen referencia a la hipocresía de Hollywood como hacedora de princesas de barro que luego acaba destruyendo con sus propias manos. Mankiewicz hace una salvaje y malévola comparación entre el mundo del cine y la decadencia de la aristocracia más rancia, de modo que tras las bambalinas y cegadoras luces de neón solo queda una soberbia y clasismo despiadados.

Y en medio de todo eso, tenemos a María Vargas, una joven auténtica y vulnerable que procede de un entorno de miseria salpicado por la posguerra de la Guerra Civil española (referencia que la censura eliminó de uno de los diálogos). Es una mujer que ha triunfado en un tablao flamenco, pero que tiene miedo a salir de su pequeño mundo, pero también es alguien que busca imperiosamente el amor de los demás para sentirse menos sola. Por eso dice sentirse más cómoda caminando descalza sobre la tierra, ensuciándose los pies en el barro, es una manera de recordar de donde viene y una forma de expresar que sigue esperando encontrar a quién le coloque el zapato de cristal. Pero Hollywood es una maquinaria implacable que confundirá su percepción de los sueños mediante adornos de purpurina y escenarios con doble fondo que se convierten en rincones oscuros cuando los focos se apagan.

Una estructura narrativa fragmentada

La grandeza de una película como La condesa descalza es que resulta inabarcable en toda su inmensidad, algo que algunos confunden con una dispersión temática. Eso en parte es debido a la peculiar estructura narrativa que tiene el guion de Mankiewicz, un relato fragmentado que se sustenta en diversos flashbacks contados mediante voces en off que alteran el punto de vista de la historia y que nunca terminan de explicarla por completo. El filme se inicia con una secuencia en el cementerio, lugar que no abandonaremos hasta el final, donde se está oficiando el funeral por María Vargas, conocida ya como Condesa Torlato-Favrini. Para entender cómo una bailarina gitana acabó formando parte de ese linaje de la aristocracia italiana tendremos que retroceder en el tiempo, siendo los asistentes al funeral nuestros cicerones particulares para descubrir la misteriosa personalidad de la difunta.

La lluvia no deja de caer en el cementerio. La cámara de Mankiewicz se mueve sigilosamente entre los veladores mediante travellings astutos que nos descubren la efigie de piedra que desde lo alto contempla a todos para centrarse posteriormente en el rostro de un afligido Humphrey Bogart. El recurso de la voz en off heredado del cine negro sirve al director como introducción para desentrañar la enigmática muerte de la que será la protagonista de la historia, pero en realidad no deja de ser un truco de prestidigitador para captar la atención y reflexionar entonces sobre los temas que de verdad le interesan. El personaje de Bogart, Harry Dawes, es un cínico guionista y director de cine ex alcohólico que se convertirá en el narrador principal, pero también nos darán sus propias versiones de lo acontecido Oscar Muldoon (Edmond O’Brien), sudoroso y rastrero empleado de Hollywood encargado de la prensa y las relaciones públicas, o los propios Alberto Bravano y el conde Vicenzo Torlato-Favrini.

Todos ellos son narradores poco fiables, incluso Dawes que fue el único que comprendió las emociones más íntimas de María Vargas no deja de ser un guionista de Hollywood de mala reputación, así que La condesa descalza se convierte en la fábula sobre una mujer contada por los hombres que la conocieron. Por eso la película es tan enigmática y, hasta cierto punto, inabordable, porque nunca sabremos a ciencia cierta hasta que punto el retrato que hacen de ella se asemeja a la realidad o es la sublimación inconsciente de los sentimientos que la mujer despertó en cada uno de ellos. El único momento en que la película adopta el punto de vista personal de esta cenicienta desencantada es la escena a modo de flashback donde la mujer le cuenta a Dawes lo que sucedió durante la noche de bodas con el conde. Pero ni siquiera ese instante es una versión absolutamente confiable ya que se trata de un flashback dentro de otro flashback explicado por el propio Dawes, es decir, nunca conoceremos la versión de María Vargas sobre María Vargas. Ese juego con los puntos de vista daría para un artículo en sí mismo sobre la manipulación de la transmisión oral y sobre cuán diferentes pueden ser unos hechos según sea el enfoque o la vinculación de quien los cuenta con los mismos, es decir, el «efecto Rashomon».

La mirada de los demás

La condesa descalza está repleta de diálogos para el recuerdo. Los dobles sentidos y acidez del personaje de Dawes son una ametralladora incesante que dispara hacia la forma de vida de Hollywood (extendible a la alta sociedad) y que entronca con el propio pensamiento que tenía Mankiewicz sobre una industria que canibalizaba (y aún lo hace) el talento de personas para alimentar a su propio ego y, de paso, engrosar las ya abultadas cuentas bancarias de los más ricos. Como buen melodrama con trasfondo romántico, María Vargas también nos deja algunas frases intensas para el recuerdo que son necesarias para entender mejor su eterna insatisfacción: «Amar. Es una especie de enfermedad. Y, como ya he dicho, no puedo soportar estar con personas enfermas. Pero cuando el enfermo eres tú mismo, no puedes huir.».

La condesa descalza es una Obra Maestra imperfecta. Sí, ya lo sé, parece una contradicción. Vista en versión original es imposible no llevarse las manos a la cabeza con el horroroso acento español que demuestran todos los actores que fingen ser españoles, incluida la propia Ava. Pero es un detalle menor y propio de una época en que esas cosas no solían tenerse en cuenta. Los tópicos sobre el folclore de nuestro país los añadiría a esa misma cesta, ya sucedía algo parecido en otras películas protagonizadas por la diva como Pandora y el holandés errante (Albert Lewin, 1951) o Las nieves del Kilimanjaro (Henry King, 1952). Pero no vamos a detenernos en menudencias.

La secuencia que acontece en la taberna del tablao flamenco tiene una concepción escénica asombrosa. Es la primera aparición que hace María Vargas en la película y, sin embargo, no la veremos bailar sino que su arrolladora presencia en el escenario se nos presenta a través de los clientes que la observan y aplauden. Mankiewicz realiza un sarcástico recorrido por el público como acto voyeurista inverso que nos permite adivinar sin diálogos las distintas actitudes en cada uno de los asistentes, pero también le sirve al director para definir lo que comentábamos antes: siempre contemplaremos a la protagonista a través de la mirada capciosa de los demás.

«La vida es un guion imperfecto»

Ava Gardner, sin duda, estaba en su mejor momento. Tras maravillarnos con aquel inolvidable personaje de Eloise Y. Kelly en Mogambo (John Ford, 1953), esta María Vargas se convertiría en otro de los puntos álgidos de su carrera y en uno de sus personajes más icónicos con el paso de los años. La condesa descalza cuenta con la excelsa fotografía en Technicolor de Jack Cardiff, un mago de la luz que regala a la actriz primeros planos arrebatadores durante la constante transformación que sufre el personaje (en cada relación sentimental que tiene parece una mujer distinta, algo que ahonda en lo del punto de vista antes referido).

Existen dos momentos muy recordados en la película que transmiten esa fascinación glamourosa desprendida por la actriz. Uno es aquella escena donde la mujer se predispone a tomar el sol en bañador en la cubierta de un yate ante la atenta mirada (babosa y lasciva) de un grupo de hombres. Ella, tras un sufrir un conato de intimidación y vergüenza, decide quitarse el albornoz con todo el estilo del mundo para que admiren una belleza que nunca podrán hacer suya. El otro momento emblemático al que me refiero es el baile en el campamento gitano donde Ava nos seduce (y de paso al conde) con un baile aflamencado que no necesita de grandes alardes.

En la lápida de María Vargas consta grabada la frase en italiano «che sarà, sarà» (lo que será será) y es que La condesa descalza también nos habla sobre el azar y sobre el destino. Durante toda la película encontramos diálogos, a veces melodramáticos, a veces divertidos, que hacen una comparación constante entre el cine y la vida, entre la ficción y la realidad. Mankiewicz es tan locuaz como Harry Dawes cuando le hace decir «la vida es un guion imperfecto», es decir, lo que se enaltece en un cuento o en una historia de Hollywood no tiene que necesariamente hacerte feliz en la vida. Por eso bajo la apariencia de un guion imperfecto lo que en realidad hace el director es dinamitar desde dentro la percepción colectiva de las relaciones en el ámbito de la fama y la riqueza (aún existe hoy en día pero con menos glamour y más chabacanería), convirtiéndolas en un ejercicio de poder egoísta que vampiriza a los demás a su entera conveniencia. Lo que viene a decirnos el director es que los cuentos de hadas no existen, ni los príncipes azules tampoco.

Una crítica al mito de la masculinidad hollywoodiense

Aunque nunca sabremos si lo que nos cuenta Harry Dawes es 100 % la historia de María Vargas, lo que sí resulta admirable en La condesa descalza es la construcción del guion de esa relación de sincera amistad entre el director de cine y la actriz, sin caer en el tópico del interés romántico o sexual. Bogart y Gardner poseían tanta buena química en pantalla como mala fuera de ella. Debido a la época en que se rodó la película, todo lo escabroso o controvertido se afronta desde la elipsis o la inducción simbólica (la confesión del conde de su impotencia que, en primera instancia, debía ser un personaje homosexual), así que la adicción que tiene María al deseo carnal por hombres de baja estofa como sustituto del amor de alta alcurnia quedará siempre fuera de cuadro. Es algo que le llevará a la perdición final pero la película no lo trata como un castigo a su persona si no como una forma de comprender mejor la eterna necesidad de la búsqueda de un ideal imposible.

Durante el plano final, nuevamente en el cementerio, la lluvia deja de caer y hace aparición el sol justo al finalizar el funeral. Los asistentes se marchan y, por fin, dejan de observar (juzgar) a la protagonista que ya descansa de forma eterna y es ahora quien les mira a ellos a través de los ojos de la figura de piedra que preside su tumba (el punto de vista se convierte ahora en el nuestro). Ahí entendemos que el relato de Mankiewicz trata sobre la perversidad de la conducta humana y pretende desenmascarar la masculinidad tóxica (por acción u omisión) en las relaciones existentes entre hombres-mujeres, añadiendo como trasfondo un Hollywood de moral decadente que compara con un linaje aristocrático en proceso de extinción.


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La condesa descalza

10

Puntuación

10.0/10

1 COMENTARIO

  1. Aparte de algunos clichés aquí y allá, me parece una película bastante buena y tiene una visión bastante cínica del estrellato. Sin embargo, también es un poco cargante porque la mayoría de los personajes son increíblemente ricos y/o famosos y se pasan todo el tiempo quejándose de lo aburridos que están.

    El personaje que interpretaba Ava Gardner llega a la cima del mundo pero también se pasa gran parte de la película en un sopor depresivo y los ricos que la rodean aon TODOS unos patanes egoístas. De hecho, la única persona decente en toda la película es Bogart ¡y está siempre borracho!

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