sábado, abril 27, 2024

Crítica de ‘Cinco horas con Mario‘: La última función de un montaje mítico

Las críticas teatrales de José F. Pérez Pertejo:
Cinco horas con Mario

Hay noches en las que uno tiene la sensación de estar asistiendo a un acontecimiento especial sentado en la butaca del teatro. Son esas noches en las que, cuando termina la función, nadie alberga ninguna duda sobre si debe o no ponerse en pie para aplaudir ni mira a su alrededor, por el rabillo del ojo, para ver si alguien, con más decisión, se levanta a hacerlo. El oscuro final con la caída del telón provoca que, de forma unánime y simultánea, todos los espectadores se levanten de sus asientos como movidos por un resorte y prorrumpan en largos y atronadores aplausos.

Esto es lo que ocurrió anoche cuando todo el patio de butacas, palcos, anfiteatro, galería y paraíso del vallisoletano Teatro Calderón se puso en pie al finalizar la última representación de Cinco horas con Mario, protagonizada por Lola Herrera, tras más de cuarenta años transcurridos desde aquel lejano estreno del 26 de noviembre de 1979 en el Teatro Marquina de Madrid.

La novela de Miguel Delibes, publicada originalmente en 1966 por la editorial Destino y reconvertida en texto teatral por el propio autor y José Sámano trece años después, ofrece un retrato de las dos Españas eternamente enfrentadas (en eso no hemos cambiado tanto) a través de las palabras de una mujer, reflejo de tantas otras mujeres de varias generaciones a las que se impidió volar mientras se les convencía (con lamentable éxito) de que lo mejor para ellas era convertirse en esposas y madres, que leer y pensar no era bueno ni siquiera para los hombres, mucho menos para las mujeres y que además de ser buenas había que parecerlo.

En esa sociedad sometida permanentemente al qué dirán y a las habladurías de la gente, de matrimonios soportados más que vividos, de deseos sexuales reprimidos, de lutos rígidos y de convenciones sociales a las que uno había de someterse a riesgo de quedar señalado por no hacerlo; en esa sociedad, decía, enviuda Carmen Sotillo tras la repentina muerte de su esposo Mario Díez Collado. Madre de cinco hijos, decide velar el cadáver de su esposo en soledad. A partir de ahí, y mediante el finísimo uso del lenguaje de Miguel Delibes, Carmen repasa su vida durante una larga noche de reproches, ajustes de cuentas, desahogos y confesiones.

Durante estas cuatro décadas España ha transitado desde una balbuceante democracia hasta la sociedad moderna que vivimos ahora a pesar de todas las deficiencias que quieran ponerse y que, en ningún caso, son objeto de análisis en este escrito. Cuatro décadas en las que todos nos hemos hecho mayores, también Lola Herrera que daba vida a una Carmen Sotillo de 44 años y ahora sobrepasa los 86. Pero esto, el personaje, es lo único en lo que el paso del tiempo no parece haber dejado huella. La habrá dejado, seguro, pero probablemente solo Lola Herrera sea capaz de notarla. Nosotros, los espectadores, nos limitamos a asistir entre sobrecogidos y divertidos (sí, el humor está también presente en una obra así) al mayúsculo recital interpretativo de una actriz capaz de agotar los adjetivos y a la que el propio Delibes, en las líneas que escribió en 2008 para la reedición de sus obras completas (Galaxia Gutenberg), se refirió como “una actriz de talento poco común cuya ductilidad bordó el personaje”.

Ayer, Lola Herrera lo volvió a hacer (según sus propias palabras) por última vez. Durante hora y media, en la sobria, funcional y elegante puesta en escena de la directora Josefina Molina, Carmen Sotillo veló a su Mario con la ira del reproche, el sarcasmo de la insatisfacción, el dolor de la culpa y, a pesar de todo, la dulzura del amor. Todos estos sentimientos, a priori incompatibles, son mezclados y tamizados por Lola Herrera hasta destilar el resultado de una humanidad sobrecogedora que se coloca por encima de todo aquello del personaje que nos conmueve, nos repugna o nos mueve a la risa. No todo lo que dice Carmen Sotillo es fácil de escuchar, algunas de sus frases y opiniones provocan incluso rechazo si uno no tiene la altura de miras de escucharlas en el contexto social e histórico en que son pronunciadas. Sin embargo, no resulta difícil abrazar a Carmen Sotillo, pegarse a su piel, entenderla y compartir su dolor. Lola Herrera lo ha hecho durante cuarenta y tres años y millones de espectadores con ella.

Al finalizar la representación, con todos los espectadores puestos en pie, Lola Herrera se despidió públicamente de Carmen Sotillo. Dedicó la representación a Valladolid, su ciudad y la de Miguel Delibes de quien se acordó con sentida emoción y a quien dedicó un agradecimiento eterno por la obra y el personaje. También tuvo palabras para José Sámano cuya fe y empeño como productor convirtió la adaptación teatral en un éxito y para Josefina Molina, la gran directora y la única, junto a ella misma, que queda con vida. Larga vida a ellas dos. Miguel Delibes es eterno.


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Cinco horas con Mario

10

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