Hay acontecimientos o sucesos de la vida real que tienen un enorme atractivo cinematográfico en su propia esencia. De hecho, no es extraño que viendo las noticias, alguna vez pensemos “verás que poco tardan en hacer una película sobre esto”. Esta afinidad del cine por los “hechos reales” es especialmente marcada en el cine estadounidense cuyas adaptaciones suelen situarse en los extremos que delimitan el amplio margen entre el (rutinario) telefilm de sobremesa y la gran superproducción hollywoodiense. Es esta marcada tendencia a los extremos lo que convierte en una rareza a Sully, la más reciente película de (probablemente) el último director clásico que le queda al cine de Hollywood, un Clint Eastwood que a sus 86 años firma un genuino largometraje de autor.
El quince de enero de 2009, un avión con 155 pasajeros a bordo sufrió una avería de ambos motores nada más despegar del neoyorkino aeropuerto de La Guardia. El piloto del avión, Chesley “Sully” Sullenberger, llevado por una intuitiva decisión que las circunstancias le obligaron a tomar en un instante, logró realizar un amerizaje en el río Hudson que salvó la vida de pasajeros y tripulación. Todo ocurrió en menos de cuatro minutos, muy poco tiempo para que el mero relato de los hechos suponga material suficiente para una película. Pero el guion de Todd Komarnicki, basado en la propia autobiografía de Sullenberger, escapa de la simple reproducción del acontecimiento para adentrarse en la interioridad del héroe anónimo durante los días que siguieron al suceso.
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