Rodada en tono de humor, con un esquema bastante sencillo, y un desarrollo argumental que peca un tanto de comercial, la película, sin embargo, muestra con bastante claridad el problema que surge a la hora de definir la percepción de felicidad que tiene el ser humano, y cómo puede ésta cambiar según las situaciones. También plantea ciertas posibilidades cuando menos, preocupantes: ¿Somos felices solo porque un impulso eléctrico nos lo dice? ¿Ser feliz es estar loco? ¿Por qué hay hombre peligrosos que atraen?
La película se desarrolla a un ritmo rápido, sin concesiones al espectador, donde los hechos se suceden uno detrás de otro a toda velocidad, aunque con pocas sorpresas en el guión. Se echa en falta una mayor verosimilitud, o crudeza en el mismo, pues termina siendo demasiado «todo termina bien». Sin embargo, eso no impide decir que estamos ante un film fresco, original, que se ve con mucha facilidad, y que tiene momentos de humor realmente negros, pero, a la vez, muy divertidos.
El actor principal, Win Helsen, borda perfectamente el papel, tanto de Diego el apocado, como de Tony el alocado. Su interpretación es bastante buena, al igual que la de Robbie Cleiren, como Cisse, su hermano, un mediocre especialista que interviene en producciones de bajo presupuesto, y al que el «nuevo tony» le acaba quitando la novia y el trabajo. A destacar el gran papel del secundario Peter van der Begin, como el inquietante doctor que busca a toda costa que Tony vuelva a ser Diego, sea como sea, llegando incluso a infringir la ley. La protagonista femenina Kristine van Pellicom, aunque no desmerece, a ratos parece sobreactuar, y su actuación debe definirse simplemente como correcta.
En definitiva, divertido trabajo el de Pieter van Hees, que aporta un soplo de humor y aire fresco a la Seminci, y que, a la vez, nos plantea interesantes cuestiones sobre la felicidad, el amor, y el deseo.
Que aproveche.