Las críticas de Óscar M.: Calabria
El espectador medio está acostumbrado a vivir en un mundo tecnológico, donde las noticias son inmediatas, la conexión es permanente e instantánea y los «temas del momento» están hasta en las noticias, pero quien acuda al cine a ver Calabria conseguirá que todo eso se olvide durante casi dos horas y sea transportado a un mundo donde lo fundamental son las tradicionales familias y los asesinatos por venganza.
Hace más de cuarenta años que Francis Ford Coppola estrenó El padrino, obra cumbre y representativa de la vida de la mafia italiana a mediados del siglo pasado, y ahora, Calabria, recupera ese espíritu (es inevitable la comparación con la trilogía de Coppola) y confirma que, por mucho que avance la sociedad tecnológicamente, las disputas familiares que se siguen produciendo en la Italia más profunda se siguen resolviendo de la forma más antigua: con el asesinato.
En Calabria (nombre de una de las regiones del sur de Italia) está la representación típica (y clásica) de la familia italiana: con su «mamma», el hijo imprudente, el hermano que quiere abandonar toda vinculación con la mafia y el que está inmerso en ella, las disputas entre cuñadas. A pesar de que la película repite tópicos y los personajes son bastante arquetípicos no es repetitiva ni reiterativa.
Francesco Munzi (que también se ha ocupado de escribir el guión, usando la novela de Gioacchino Criaco) lo consigue con unas estupendas y creíbles interpretaciones, y unos actores que más que interpretar, representan los personajes con una credibilidad poco forzada (en especial Fabrizio Ferracane y Giuseppe Fumo), una cotidianidad y un realismo tan necesario como la ambientación (situada en un pequeño pueblo, formado por cuatro casas, literalmente) y la música (Giuliano Taviani y Leo Rosi consiguen el balance perfecto tanto con música electrónica actual como con composiciones más clásicas italianas con una soltura magistral).
El director no se anda por las ramas y antes del título de la película, ya ha absorbido al espectador dentro del mundo actual de la mafia y sus relaciones con la droga, las armas, la prostitución y la lucha de poder entre las familias. Para, a continuación, ir desarrollando sigilosamente el entramado de interrelaciones entre los personajes y que el espectador pueda situarlos y entienda el complicado y extenso árbol genealógico.
Sin mucha dilación y con unas escenas bastante aprovechadas argumentalmente, Munzi transmite perfectamente cómo una pequeña chispa puede hacer saltar por los aires todo el sistema «familiar» establecido y provocar que se fragüe una verdadera guerra entre los habitantes de la zona.
El guión también ha sabido aprovechar el conflicto entre padres e hijos y las constantes diferencias irreconciliables entre generaciones, obligadas a enfrentarse con diferentes puntos de vista y resolución de las situaciones que les ha tocado vivir de forma coetánea, una constante que se repite en todas las familias, independientemente de que el problema surja ahora o hace cincuenta años.
Haciendo referencia al título original de la película (y de la novela, que supuso el debut de su escritor), todos los personajes demuestran tener un «alma negra» y antes o después (dependiendo de la edad, la sabiduría y la experiencia) lo demuestran con sus actos, por lo que el espectador tiene la constante sensación con varios personajes de que el más manso será el más violento en su comportamiento.
Un acierto del guión y de la realización que nos mantiene pendientes en todo momento de la historia y nos traslada a la remota región campestre de Calabria, donde los desacuerdos y malentendidos se siguen arreglando quitando vidas y no en los tribunales, donde cada uno se toma la justicia por su mano. Un miedo y terror real que parece no tener fin, como la propia película.