Las críticas de Laura Zurita:
La furgo
Oso (Pol López), un hombre divorciado de 45 años, vive con su hija de 6 años en una furgoneta en Barcelona mientras intenta reconstruir su vida. Acompañado por un grupo de personajes peculiares trata de recuperar estabilidad, pero la boda de su ex lo lleva al límite. La Furgo es un emotivo drama humano sobre la precariedad, la identidad y la búsqueda de segundas oportunidades.
Una furgoneta no es una casa, pero casi
El cine contemporáneo ha explorado la precariedad desde ángulos diversos: con crudeza en The Florida Project (Sean Baker, 2017), con desesperanza en Nomadland (Chloé Zhao, 2020) o desde el relato casi costumbrista en Alcarràs (Carla Simón, 2022). La furgo, ópera prima de Eloy Calvo, toma ese mismo camino, pero apuesta por lo pequeño. La película, escrita por Ramón Pardina y Mercè Sarrias a partir de una novela gráfica del propio Pardina y Martín Tognola, tiene como escenario una furgoneta dando tumbos por las calles de Barcelona, donde se refugia Oso.
Oso (Pol López) es un cuarentón desbordado por el naufragio vital. Perdió su casa, su trabajo y su matrimonio. Se aferra con uñas y dientes al vínculo con su hija Violeta (Martina Lleida), que lo acompaña en su rutina nómada sin quejarse. La furgo evita explicar cómo se ha llegado a esto. El desahucio ha ocurrido antes de que empiece la historia. Lo que vemos es la convivencia posterior y cómo padre e hija lo navegan.
Lo que La furgo propone es una nueva vuelta al drama social, sin hablar mucho de ello. No hay explicaciones ni reivindicaciones: las circunstancias –el trabajo que no llega, la comida que escasea, los silencios cuando hay que hablar de dinero– se muestran de forma discreta. Todo está contado desde lo cotidiano. Se trata de un caso concreto, reconocible, donde las imágenes y los gestos hablan por sí solos. La película es honesta en su premisa, y no la sobrepasa.
Pol López construye a Oso en un registro sereno y constante en La furgo. Es, simplemente, un padre que ya no sabe muy bien cómo vivir. A su lado, Martina Lleida ofrece un personaje lleno de matices. Actúa con ternura, pero a veces también con distancia o cansancio, en los momentos en que la empatía se agota. Ella sabe, pero calla, con una elegancia tanto más meritoria por su edad. En más de una escena, es ella quien sostiene la convivencia a base de paciencia y silencio.
Pasajes animados
Uno de los recursos más bellos de La furgo es la inclusión de pasajes animados. Breves, sugerentes, casi oníricos, estos fragmentos traducen en imágenes las emociones o los recuerdos de los personajes. Amplían el lenguaje de una historia que, por lo demás, a veces resulta algo monótona. Cuando la narración se estanca, esos pasajes visuales ofrecen un respiro y hacen volar la imaginación.
A nivel formal, La furgo es discreta. La fotografía de Anna Molins busca el tono justo de la luz para enmarcar la historia. La música de Marc Parrot aparece cuando debe y desaparece a tiempo. La película sugiere que lo importante aquí no es la técnica cinematográfica, sino la historia.
Hay fallos en la narrativa: algunos secundarios son eficaces, pero esquemáticos, y la narración confía quizá en exceso en la simpatía de los protagonistas para sostener el ritmo. A veces, La furgo resulta demasiado blanda y su desenlace, aunque emocionalmente reconfortante, no escapa del todo a lo previsible. Pero la experiencia general es agradable, y hay algo profundamente humano en ese hogar rodante que apenas se mantiene en pie, pero ayuda a seguir adelante.
En resumen, La furgo es una ópera prima honesta que apuesta por la sencillez y la observación atenta. Aunque su tono contenido y sus pasajes animados aportan calidez, el relato cae por momentos en la monotonía, se apoya en secundarios algo esquemáticos y desemboca en un final previsible. Aun así, se sostiene por la autenticidad de su mirada.
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