Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 69 SEMINCI:
Polvo serán
Inmerso en unos cuantos proyectos televisivos, hacía cinco años que no se estrenaba una película para el cine de Carlos Marqués-Marcet, director de la muy sugerente 10.000 Km, la delicada Tierra firme y la estimable Los días que vendrán. Su cuarto largometraje, Polvo serán, supone un salto mortal en su filmografía al adentrarse en un tema muy sensible como la eutanasia y hacerlo con una propuesta arriesgada que parece apostar por varios géneros a la vez sin tener muy claro a qué carta quedarse.
El resultado es una puesta en escena abigarrada en el que se mezclan secuencias de tragedia griega con números musicales al más puro estilo Esther Williams (pero sin agua) y coreografías artificiosas intercaladas con una mayoría de escenas dramáticas de corte más clásico en las que el melodrama convive con momentos de humor negro un tanto confuso.
Claudia (Ángela Molina) es una actriz a la que diagnostican una enfermedad incurable y decide evitarse la fase dolorosa y someterse a un suicido asistido. Hasta aquí todo puede entrar dentro de lo comprensible, pero la trama se retuerce cuando su pareja, Flavio (Alfredo Castro), un director teatral sin problema de salud alguno, decide acompañarla en este definitivo paso y acabar también con su vida en Suiza, un país con una legislación muy laxa en lo que a la eutanasia se refiere y en el que, por tanto, no tiene que tener una enfermedad irreversible ni atravesar una situación de sufrimiento intolerable para decidir morir sin dar más explicaciones que la de no querer seguir viviendo sin el amor de su vida.
El asunto se complica con la reacción de sus tres hijos, dos de ellos hijos de cada uno con anteriores parejas y Violeta, la única hija que tienen en común, interpretada por quien probablemente es el mayor descubrimiento de Polvo serán: Mònica Almirall, una actriz a la que no conocía de nada y de la que una búsqueda en internet me arroja únicamente resultados de teatro. Ninguno de los hijos entiende demasiado bien la decisión del padre, pero menos que ninguno Violeta, que además de no entenderla, no la acepta.
Y si digo que es el mayor descubrimiento es porque a estas alturas no vamos a descubrir que Ángela Molina es una actriz descomunal ni que Alfredo Castro es un intérprete muy sólido. Pero lo de Almirall es una auténtica lección de verdad interpretativa desde las entrañas. El manejo de los silencios, del tempo de su texto, el equilibrio entre la gravedad y el desenfado y el control del rostro en los muchos y exigentes primeros planos son propios de una gran actriz que termina apoderándose de las mejores secuencias del film.
Marqués-Marcet filma con una abundancia de primeros planos, confiando líneas de guion a los rostros de sus intérpretes, sabedor de que tiene un reparto excepcional al servicio de su película. Ángela Molina está sencillamente inmensa pasando de la grandilocuencia a lo sutil con una facilidad pasmosa. Es capaz de decirlo todo sin hablar.
El problema de Polvo serán viene con determinadas decisiones autorales que pueden funcionar muy bien en la cabeza del director y de las coguionistas (Clara Roquet y Coral Cruz), pero que en pantalla no acaban de cuajar. No consigo conectar con ninguno de los números musicales a pesar de que, como he dejado escrito muchas veces, el musical es uno de mis géneros favoritos. Tampoco acabo de creer que algunas de las risas que se escuchan en el patio de butacas durante los últimos veinte minutos de película estuvieran en las intenciones de los guionistas. Y es que hay momentos en que la tragedia roza el vodevil.
Tengo la sensación de que la trama argumental de Polvo serán funcionaría mejor con una puesta en escena más sobria decantada decididamente por el drama (o el melodrama) y desprovista de todo el aparataje de coreografías, números musicales y demás artificios de puesta en escena. Pero esa no es la película que Marqués-Marcet ha querido hacer y, como todos los directores, está tan en su derecho a hacer lo que le de la gana como los espectadores en la disyuntiva de conectar o no con su apuesta. Yo únicamente consigo conectar con el magnetismo de Ángela Molina y con el derroche de humanidad de Mònica Almirall.
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No me despierta ningún interés. Ahora, es curioso y digno de estudio como de repente un tema se viraliza y en un mismo año surgen varias películas con un tema igual o similar (La habitación de al lado, Los destellos… y seguro que alguna más surgirá esta temporada).