Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
La mujer del presidente
Nunca he sido muy creyente en esa frase un tanto rancia (y gastada a fuerza de uso) que dice que detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer. De la misma manera que no creo en su contraria que, desde luego se usa menos (o nada). Pero podría servir de breve sinopsis a La mujer del presidente, película recién llegada a la cartelera española y protagonizada por Catherine Deneuve.
Imagino que como les ocurrirá a muchos espectadores de fuera de Francia, desconocía todo o casi todo sobre la figura de Bernadette Thérèse Marie Chodron de Courcel, conocida como Bernadette Chirac por ser la esposa del que fuera presidente de la República Francesa entre 1995 y 2007, Jacques Chirac.
Y este acercamiento a la figura de la que, durante los citados doce años, fuera primera dama de Francia se hace a través de un largometraje que obedece más a los cánones de la comedia dramática teñida de farsa que a los del biopic convencional. Y esto se advierte desde el comienzo mismo del film, cuando un coro de voces mixtas canta (con evidente mala leche) una advertencia de que la película está “libremente” basada en la vida de Bernadette Chirac, haciendo una declaración de intenciones que, además de introducir el film, marca el tono humorístico-sarcástico del mismo.
Escrita y dirigida por la debutante Léa Domenach, La mujer del presidente (título para el estreno en España de una película que en Francia se ha titulado sencillamente Bernadette) se construye alrededor de un guion desmitificador de la alta política en el que la figura de su protagonista es seguida desde el momento mismo de la ascensión de su marido a la presidencia de la República (anteriormente había sido Primer Ministro y Alcalde de París) tras ganar las elecciones del 7 de mayo de 1995. Y es en ese instante, con Chirac subido a lo alto de un balcón saludando a la multitud que se agolpaba para celebrar la victoria, cuando el ya presidente electo hace un primer desprecio a su esposa pidiéndole que se aleje del balcón “no ves que te vas a caer”.
Y es que de eso va, sobre todo, La mujer del presidente, de la difícil asunción de un rol en la sombra por una mujer que había nacido para brillar. El film retrata a Chirac (Michel Vuillermoz) como un hombre engreído, vanidoso y altivo, de opinión voluble según las circunstancias y las necesidades políticas que parece estar absolutamente sordo para cualquier comentario o sugerencia que salga de la boca de su esposa.
Catherine Deneuve interpreta con brío y mala uva a esta mujer que bajo una apariencia apocada rezuma ironía, inteligencia y una incontinencia verbal que hace preciso que le contraten a un consejero de comunicación para controlar su imagen pública y sus declaraciones. Y es precisamente este personaje, interpretado por el siempre brillante Denis Podalydès, el verdadero catalizador de la transformación de la primera dama, de una mujer de perfil bajo y con fama de antipática y soberbia, en una auténtica referente social (en una indisimulada imitación del rol de Lady Di).
También se hace referencia a la carrera política de la propia Bernadette Chirac como concejala de su distrito local, su evolución estilística (tronchante la secuencia con el modisto Karl Lagerfeld), la difícil relación con sus dos hijas, una de ellas enferma de anorexia y la otra dedicada en cuerpo y alma a la carrera política de su padre o la (aparente) resignación con que sobrellevaba las continuas infidelidades de su marido.
Todo el argumento está engarzado en la evolución política de Francia durante los doce años de la presidencia de Chirac, con la grave crisis del partido socialista de Lionel Jospin y la disgregación de la izquierda, el auge de la extrema derecha de Jean-Marie Le Pen (cuyo crecimiento solo supo anticipar la propia Bernadette) o los devaneos de un tal Nicolás Sarkozy que es presentado como un tipo ladino y artero que trata de aproximarse a Bernadette Chirac para postularse como el sucesor de Chirac, cosa que, como sabemos, terminó ocurriendo. Todo contado, como se ha dicho, bajo un prisma humorístico y amenizado por un coro que en sus ocasionales apariciones, aligera la densidad de la trama política.
Y este tono sarcástico, satírico en algunos momentos, es, al mismo tiempo, la principal baza del film (pues lo hace ágil y divertido) y su principal lastre (pues hay demasiados momentos en que falta sutileza tanto en la escritura como en los registros interpretativos de sus protagonistas, especialmente de Michel Vuillermoz que, en ocasiones, pisa la línea de la parodia).