Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 68 SEMINCI:
Green Border
La veteranísima realizadora polaca Agnieszka Holland añade un brillante eslabón más a su heterodoxa filmografía con Green Border, un crudo relato sobre la crisis de los refugiados en la frontera entre Biolorrusia y Polonia en el que adopta tres puntos de vista para componer un largometraje (147 minutazos) estructurado en tres capítulos y un epílogo.
Holland se sitúa en octubre de 2021 para mostrar a una familia siria y una mujer afgana que viajan a bordo de un avión turco huyendo de sus respectivos países con el objetivo de alcanzar el sueño europeo (ya saben, ese conjunto de democracias modernas, sociedades del bienestar y riquezas económicas que disfrutamos los europeos a diario en nuestra queridísima Unión Europea en la que acogemos a los refugiados con amor y no miramos mal a nadie por su raza, su religión o su procedencia: un auténtico paraíso en la tierra). Una vez aterrizados en Minks, no tardarán en comprobar que tratar de atravesar la frontera entre Bielorrusia y Polonia supone convertirse en la pelota de un cruento partido de tenis entre las milicias bielorrusas y el ejército polaco, un partido en el que la red es una tortuosa alambrada de espino y las reglas permiten tanto empujar a los seres humanos por debajo como lanzar los equipajes por arriba. En una boscosa zona de exclusión entre ambos países, malviven estos refugiados tratando de salir de las llamas de la Bielorrusia de Lukashenko para caer en las brasas de la Polonia de Duda.
La segunda perspectiva de Agnieszka Holland se adopta desde Jan (Tomasz Włosok), un joven guardia fronterizo, a punto de ser padre, que asiste impasible a la brutalidad de sus colegas cuando no participa de ella por acción u omisión. Su joven esposa, a punto de dar a luz, asiste horrorizada a la insensibilidad de su marido.
Pero esto no es todo, la película todavía ha de situarnos en una tercera butaca, en la que hemos de sentarnos para ver a un grupo de activistas más bienintencionados que otra cosa al que se unirá Julia (Maja Ostaszewska), un psicóloga enviudada por cortesía del Covid que no se conformará con llevar agua, alimentos y ropas a los refugiados y tratará de llegar un poco más lejos aunque eso suponga traspasar ciertas líneas.
El epílogo, que supongo obligado por la cruda realidad aún más dura que la ficción, nos traslada a otra frontera polaca, esta vez la que separa a Polonia de Ucrania, en la primavera de 2022 cuando, tras la invasión rusa y la consiguiente guerra, dos millones de refugiados ucranianos fueron acogidos en Polonia. Jan, ayudando humanitariamente a los ucranianos, no quiere reconocerse en el mismo hombre que unos meses antes no hizo lo mismo en la otra frontera, en la frontera verde.
Con todos estos mimbres, Agnieszka Holland compone un film duro, durísimo a ratos, que golpea con la misma saña el estómago del espectador con sus despiadadas imágenes que la conciencia con su descorazonador mensaje. Su visión no deja títere con cabeza, apunta directamente a Lukashenko e indirectamente a Putin acusándoles de jugar con la miseria de los refugiados para utilizarlos como un arma contra la Unión Europea con la misma saña y rigor con la que acusa a las autoridades polacas de deshumanización y de violar flagrantemente las leyes más elementales del derecho internacional y, por extensión, a la Unión Europea de mirar alegremente hacia otro lado.
Pero que esto no nos lleve a engaño, Green Border no es un film político y mucho menos panfletario, precisamente Holland ha utilizado la ficción (en lugar del documental) para poner el acento en los verdaderos protagonistas de la historia que no son otros que los miles de seres humanos abandonados a su suerte en una zona inhóspita de Europa. En este sentido, la película se hace grande desde unos personajes a los que la cámara se pega como una ventosa. Holland dirige con ritmo, con pulso narrativo y, como hemos dicho, sin piedad por el sufrimiento del espectador. No hay tregua durante las dos horas y media de metraje, sus imágenes en blanco y negro son de las que se clavan en los ojos, aprietan las vísceras y siguen haciendo daño después de acabada la película. Tal vez demasiado.
Es digno de valorar que a los 74 años, Holland tenga el valor de realizar este tipo de película cuando parecería que otro tipo de pelicula más pequeña, podría ser más cómoda de hacer a su edad. Bravo por ella
Efectivamente, no tuvo que ser un rodaje fácil ni exento de riesgos. Hay cineastas que son de otra pasta.