sábado, mayo 4, 2024

71 SSIFF. Retrospectiva – Hiroshi Teshigahara. Crítica ‘La mujer de la arena’ (1964)

Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo-Retrospectiva Hiroshi Teshigahara
La mujer de la arena (1964)

La mujer de la arena (Suna no onna / Woman in the Dunes) es un thriller dramático japonés que está dirigido por Hiroshi Teshigahara y escrito por Kôbô Abe. La historia sigue a un entomólogo en busca de insectos por un desierto de arena que se verá de repente atrapado allí conviviendo con una mujer desconocida que vive sola en una vieja casa, y con la que establecerá una extraña relación. Está protagonizada por Eiji Okada, Kyôko Kishida, Hiroko Ito, Hideo Kanze, Tamotsu Tamura, Koji Mitsui, Ginzo Sekiguchi y Sen Yano. La película ha podido verse en el Festival de San Sebastián 2023 dentro de la Retrospectiva Clásica que han dedicado al director.

Sísifo en el desierto

La mujer de la arena puede considerarse como la obra cumbre en la filmografía de Hiroshi Teshigahara. Una Obra Maestra irrefutable que le consagró como cineasta de prestigio, además de lograr transmitir en imágenes de una manera orgánica las obsesiones existencialistas de Kôbô Abe. El filme obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes y Teshigahara se convirtió en el primer director japonés en estar nominado a los Oscar. Esta fue la segunda colaboración con el escritor tras La trampa (1962), siguiendo su prolífica unión con el corto Ako (1965) y, más tarde, con los largos El rostro ajeno (1966) y El hombre sin mapa (1968). Aunque cada una de esas colaboraciones puede apreciarse por separado, la visión conjunta de todas ellas nos hará abarcarlas en toda su dimensión.

La mujer de la arena narra la historia de un maestro de Tokio y entomólogo aficionado, Niki Jumpei (Eiji Okada), que se desplaza hasta un desierto de arena en busca de insectos para su colección privada. Allí será engañado por los aldeanos y llevado a pasar la noche a una casa construida en un agujero rodeado de arena donde vive una mujer viuda (Kyôko Kishida) que cocinará para él y le hospedará con aparente amabilidad. Sin embargo, a la mañana siguiente, el hombre descubrirá que la escalera de madera que utilizó para bajar a la casa ha desaparecido y que, por tanto, ha quedado atrapado allí junto a esa desconocida.

La película posee distintas capas lecturas que van mucho más allá de la lucha por la supervivencia y de los infructuosos intentos que hace por escapar. En un análisis de carácter simbólico, es evidente que Teshigahara/Abe nos están proponiendo un símil entre la vida en el agujero y nuestra propia existencia cotidiana tomando como referencia el mito de Sísifo de la mitología griega.

La mujer de la arena

El contraste entre la filosofía wabi-sabi y la vida moderna

El comienzo de la enigmática La mujer de la arena nos muestra una partícula de arena que, ampliando la distancia del objetivo de cámara, se convertirá en un grano de arena en la inmensidad de un paisaje desértico. Veremos al protagonista caminar por las dunas, absorto en sus pensamientos bajo un sol de justicia y, al perder la noción del tiempo, dejará escapar el último autobús que podría llevarle de regreso a la ciudad. Esto resulta bastante sintomático para lo que sucederá después ya que, en realidad, se trata de un hombre que está huyendo del mundanal ruido de la ciudad donde se siente un ser insignificante (una partícula en el desierto), por eso sueña con descubrir una especie nueva que le de notoriedad en los libros de entomología.

El binomio Teshigahara/Abe hacen un retrato sobre la sociedad japonesa de posguerra y sobre el creciente individualismo que se apartaba del sentido comunitario que hasta entonces había caracterizado al país. El aislamiento, la soledad y la alienación son temas recurrentes en sus colaboraciones cinematográficas, vinculando la angustia existencial a la desafección emocional de toda una generación. También tendrá relevancia en la trama el choque cultural entre tradición y modernidad, algo que se disecciona a través de las distintas fases por las que transitará la relación entre el hombre y la mujer, remarcando en muchos momentos sus diferencias en la escala social, llevándolos desde la traición inicial a una pulsión sexual primegenia.

Mientras que la mujer se conforma con vivir en esa casa semisepultada en la arena, el hombre añora las comodidades que tenía en la gran ciudad. La filosofía zen del wabi-sabi afirma que la belleza está en la imperfección, en las cosas sencillas y en la modestia, serán cosas que el hombre irá descubriendo durante un proceso doloroso que le despojará de sus pertenencias materiales, sus anhelos de grandeza y, finalmente, de su egoísmo individualista con el que humilla a su anfitriona (de lo que se deriva también el machismo estructural existente en la sociedad japonesa).

La mujer de la arena

El erotismo de la arena

Además de todos estos aspectos socioculturales, La mujer de la arena es una película que rezuma sensualidad y erotismo. La imaginación del protagonista asocia la sinuosidad de las dunas con el cuerpo de su esposa (se adivinan problemas conyugales entre ellos o una separación reciente). En parte recuerdo o en parte sueño, el estado de duermevela inicial se mantendrá durante todo el relato convirtiendo el paisaje arenoso en la epidermis de un tercer personaje indisoluble a la pareja protagonista. Lo onírico se confundirá, entonces, con lo físico. Teshigahara acercará tanto el objetivo de su cámara a los cuerpos que casi podremos palparlos, entre sudor, arena y lágrimas.

El refrán «el roce hace el cariño» se aplicará hasta sus últimas consecuencias cuando asistamos al acercamiento sexual entre los dos desconocidos, ya sea por su necesidad afectiva, o por compartir un mismo techo, dormir desnudos para evitar sarpullidos o tener que eliminar la arena de su piel ayudándose mutuamente al bañarse. La atracción física quedará asociada a los instintos primarios, pero mientras la mujer verá al profesor como el sustituto de su marido fallecido, él solo encontrará en ella un consuelo al encierro.

El sexo violento de otras películas de Teshigahara aparecerá aquí en una terrorífica escena donde los aldeanos sugieren que tengan relaciones a la vista de todos a cambio de dejar al hombre que haga una escapada diaria para ver el mar. El director, con la inestimable colaboración del músico Tôru Takemitsu, llenará la noche de demonios y máscaras milenarias que bajo ritmos tribales simbolizan la bajada del hombre a lo primitivo, lo salvaje, lo irracional, es decir, todo lo contrario a la imagen que el profesor siempre ha intentado proyectar a lo demás. En su propio beneficio, buscará forzar sexualmente a la mujer para contentar a los aldeanos, otra muestra del individualismo egoísta al que antes hacíamos referencia, pero ella logrará resistirse.

La mujer de la arena

Todos somos insectos

En general, Niki Jumpei, es un personaje bastante odioso con el que empatizamos por su situación, no por su comportamiento. Se trata de un hombre clasista y machista, al que a veces cuesta leer sus pensamientos. Por ejemplo, cuando pide hacerle una fotografía a la mujer, ¿siente algún tipo de ternura por ella o simplemente es otro «bicho raro» para su colección? Al principio de la película, le vemos fotografiar todos los insectos que recolecta antes de meterlos en un frasco, y tras ver la actitud de constante humillación que mantiene hacia la mujer cuesta adivinar si en ese momento saca su lado humano o simplemente ratifica la superioridad moral con la ve a los demás (eso sí, su inteligencia no le ha servido para evitar ser capturado como un insecto más).

Es curiosa que esa analogía animal fuese también seña de identidad del cine su compatriota Shôhei Imamura en La mujer insecto (1963), rodada un año antes, y en otras películas posteriores. Por eso, aunque no pueda considerarse a Teshigahara como una figura adscrita a la nūberu bāgu que emergió en el cine japonés durante los años 60, son evidentes las muchas correlaciones estéticas y temáticas que su cine mantuvo con aquel movimiento de ruptura cinematográfica con los clásicos.

La mujer de la arena es un obra extraña, hipnótica y surrealista que nos habla de la pérdida de identidad y del vacío existencial. «¿Quita arena para vivir o vive para quitar arena?, le pregunta el hombre a la mujer. Si substituyéramos la palabra arena por trabajo, muchos de nosotros nos sentiríamos identificados. El absurdo de la vida o el mito de Sísifo que fue condenado por los dioses a subir una roca por una montaña sabiendo que indefectiblamente volvería a caer en cada intento. Quitar la arena por las noches para no morir sepultados por el día se convierte en una ardua tarea sin recompensa (apenas un cubo de agua, unos cigarrillos y unos pocos víveres), pero paradójicamente el hombre hallará la felicidad en un ambiguo desenlace que equilibra sus deseos con sus necesidades. Sin duda, el final da para debate en un cine-club.

La mujer de la arena

Belleza poética y alegórica

La mujer de la arena es una obra conceptualmente hermosa donde Teshigahara nos sumerge en un espacio onírico sin renunciar a la fisicidad de los personajes. El blanco y negro granulado (es un chiste) de la fotografía de Hiroshi Segawa junto al formato 4:3 de pantalla, ayudan a recrear una pesadilla kafkiana que no se limita al espacio arenoso. Se estimula nuestro subconsciente mediante efectos de luz, sombras y claroscuros, dando forma poética a la arena que se asemeja a un océano, mientras que el insólito uso del encuadre nos obliga a transitar sin descanso por estados tan contradictorios como la claustrofobia o el deseo (incluso a veces convergen en uno solo).

La mujer de la arena es un filme único, indescriptible, insoslayable. Una Obra Maestra que no se parece a nada de lo que hayas visto antes y que quedará grabada a fuego en tu retina como me sucedió a mi la primera vez que la vi (luego llegarían muchos más visionados). La versión de 147 minutos es la íntegra, en el Festival de Cannes de 1964 se estrenó una versión reducida de 124 minutos que creo recordar fue la primera que tuve ocasión de ver en un pase por televisión, pero ahora no me sobra ninguno de los minutos añadidos/recuperados.

El filme contiene una crítica al capitalismo y al enriquecimiento fraudulento que muchos empresarios japoneses aprovecharon durante el crecimiento económico de posguerra, olvidándose del sentir de los ciudadanos más humildes. La arena humedecida que los lugareños transportan es vendida a bajo precio a constructoras que la utilizan para edificar en la ciudad (la salinidad de la arena podría hacer que esas casas se derrumbasen). Mas allá de eso, el tándem formado por Teshigahara y Abe logró trasladar todas sus teorías existencialistas a un thriller psicológico de erotismo latente. Funciona igualmente como alegoría definitiva sobre la alienación identitaria del individuo en las sociedades modernas que se los tragan como si vivieran en un agujero en la arena. Por todo ello y por muchísimo más, La mujer de la arena te dejará con la boca abierta.

La mujer de la arena


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La mujer de la arena

10

Puntuación

10.0/10

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