Las críticas de Daniel Farriol en el 76 Festival de Locarno:
Mademoiselle Kenopsia
Mademoiselle Kenopsia es una drama experimental canadiense que está escrito y dirigido por Denis Côté (Antología de un pueblo fantasma, Wilcox). La historia sigue a una mujer que está obsesionada con velar interiores anónimos y ocuparlos. Se convierte en un eco de cómo nos relacionamos con el tiempo, la soledad y la melancolía de esos espacios abandonados. Está protagonizada por Larissa Corriveau, Evelyne de la Chenelière, Olivier Aubin y Hinde Rabbaj. La película ha podido verse en la Sección Fuori Concorso del Locarno Film Festival 2023.
La vigía misteriosa
La kenopsia podría definirse como el sentimiento de melancolía que nos provoca un lugar abandonado que, en otro momento, normalmente hubiera estado lleno de gente. Mademoiselle Kenopsia es un filme de corte experimental donde el quebequense Denis Côté vuelve a incidir en las obsesiones recurrentes de su cine que abarcan desde lo efímero de la existencia hasta la relación humana con los espacios abandonados como una forma de autoafirmación a través de ellos. En esta ocasión, la misteriosa protagonista de su nueva propuesta es una mujer (interpretada por Larissa Corriveau) que se dedica a velar edificios abandonados sin que sepamos muy bien porqué lo hace.
El director, junto al fotógrafo Vincent Biron, planifica un primer acto de apariencia casi documentalista sobre arquitectura e interiorismo donde la cámara observa estática las distintas estancias vacías de un edificio. Son encuadres que cuidan las líneas rectas de paredes, puertas y ventanas, pero ofrecen poca información sobre el discurrir argumental que va a tener el filme. Un leve movimiento de la cámara hacia adelante sirve para anticipar la presencia humana que llega y, a partir de entonces, el espacio vacío será habitado y vigilado por esa mujer que vaga por las habitaciones como si fuera la prima hermana del fantasma de A Ghost Story (David Lowery, 2017), eso sí, aquí sin sábana.
El único contacto que tendrá la mujer con el exterior son unas llamadas de teléfono donde explica sus sensaciones a alguien que parece escucharle en silencio desde el otro lado de la línea, sin que tampoco queden claras las motivaciones reales de esas llamadas. Llegados a ese punto, está claro que debemos sumergirnos en los recovecos crípticos de la película desde una mirada metafórica.
Edificios y fantasmas
Mademoiselle Kenopsia profundiza en el peculiar universo existencialista de Denis Côté que ya había planteado sus tesis sobre los límites del espacio-tiempo en otras de sus obras recientes. Por ejemplo, en Antología de un pueblo fantasma (2019) combinaba con bastante tino lo social y lo sobrenatural para reflexionar sobre el incierto presente de comunidades rurales vaciadas que se llenaban con espectros del pasado, mientras que en Wilcox (2019) seguíamos los pasos de un hombre que decidía alejarse de cualquier atisbo de civilización con la intención final de desaparecer por completo del mapa. En ambas películas tenían especial importancia los lugares abandonados donde solo era posible distinguir la presencia humana a través de reverberaciones del pasado que traspasaban toda lógica del espacio y del tiempo.
Algo parecido sucede aquí mediante ruidos inesperados que alertan a la mujer como lo harían las presencias fantasmales de un filme de terror o mediante proyecciones lumínicas de origen desconocido que conforman una imaginaria sinfonía poética sobre las paredes desnudas. Mademoiselle Kenopsia es una película que requiere de paciencia y que no se lo pone nada fácil al espectador, ni siquiera la presencia de otros personajes compartiendo escenario con la protagonista facilitan la comprensión de muchos de los pasajes de esta no-historia de fantasmas.
El espacio vacío como recipiente (a)temporal
Mademoiselle Kenopsia construye una atmósfera de tránsito melancólico hacia la reafirmación de la existencia donde destaca la arquitectura visual del encuadre y el trabajo de texturas envolventes del sonido. La película nos sitúa entonces en «el espacio entre el relámpago y el trueno», es decir, en la expectativa existente tras el destello y antes del estruendo. Un flashback-sueño romperá el silencio de la soledad con una fiesta multitudinaria donde la música techno de Potochkine pone el contraste entre esos dos escenarios vitales.
La sensación de morir o desaparecer dejando un rastro de eternidad detrás adquiere visos casi sobrenaturales en espacios llenos de vacío donde los recuerdos buscan flotar en el ambiente. Esa idea del pasado ligado a los lugares es precisamente la base que sustenta el subgénero de casas encantadas al que daba la vuelta de manera inteligente aquella rara avis titulada I Am a Ghost (Soy un fantasma) (H.P. Mendoza, 2012), en la que una mujer quería salir de su casa sin éxito en una especie de día de la marmota. Aquí ocurre justo lo contrario, la protagonista siente una fascinación mórbida por permanecer en esos interiores vacíos hasta integrarse en la propia historia de los edificios.
De todas formas, aunque suene interesante, la narrativa de la película es demasiado confusa y aséptica como para complacer a los espectadores. El desarrollo contemplativo sin rumbo definido de las imágenes acabará lastrando cualquier posibilidad metafórica sobre el espacio vacío como recipiente (a)temporal (en sus dos acepciones, del tiempo y de su duración), algo que ya había sido explorado por el director en algunas de sus obras anteriores.
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