sábado, abril 27, 2024

Ciclo Shôhei Imamura: Crítica de ‘La anguila’ (1997)

Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo Shôhei Imamura
La anguila (1997)

La anguila (The Eel / Unagi) es un drama japonés, con elementos de thriller y comedia, que está dirigido por Shôhei Imamura, que también co escribe el guion junto a Motofumi Tomikawa y Daisuke Tengan, adaptando la novela «Yami ni hirameku/Sparkles in the Darkness» de Akira Yoshimura. La historia sigue el proceso de reinserción en la sociedad de un hombre que asesinó a su mujer y busca iniciar una nueva vida en un pueblo a las afueras de Tokio donde regenta una barbería. La presencia en el lugar de una mujer a la que salva del suicidio le obligará a confrontar su pasado criminal para alcanzar la redención y el perdón que él mismo se niega. La película está protagonizada por Kôji Yakusho, Misa Shimizu, Mitsuko Baishô, Akira Emoto, Fujio Tokita, Hiroyuki Konishi, Sabu Kawahara y Tomorô Taguchi.

El hombre herido

La anguila es un obra capital en el cine de Shôhei Imamura que nos acerca a su vertiente más relajada y madura en su exploración del engañoso concepto de masculinidad en el Japón de posguerra. Esta vez, emplea un tono costumbrista más amable de lo habitual que lo despoja de cierta ampulosidad artificiosa exhibida en otras obras, alcanzando un equilibrio perfecto entre intriga moral, drama, romance y comedia costumbrista, para acercarse así hasta un público más amplio sin por ello perder de vista la ambigüedad moral que caracteriza a sus personajes.

La historia se inicia en el verano de 1988, al borde del estallido de la burbuja inmobiliaria. Takuro Yamashita (Kôji Yakusho) es un hombre de negocios gris dentro de la gran maquinaria financiera que por aquel entonces asombraba a la economía mundial. Las primeras escenas nos muestran la vorágine diaria de la ciudad de Tokio, las personas son como hormigas obreras sin una identidad propia. No se nos explica mucho más, pero probablemente sea un hombre invisibilizado en su trabajo que no ha recibido la recompensa al «milagro económico» del país, podemos intuirlo al comprobar que vive en una casa humilde de un barrio periférico y por la predilección que tiene el director en retratar las clases bajas de la sociedad.

Cada noche, al llegar a casa, lo primero que hace es cambiarse de ropa y prepararse para ir a pescar, una afición que le permite relajarse tras la tensión acumulada en la oficina. Allí le espera su abnegada esposa, Emiko (Chiho Terada), una mujer cariñosa que le tiene preparado un bentō. Todos los días parecen iguales. Sin embargo, esa noche ha recibido una carta anónima que le previene acerca de la presunta infidelidad de su mujer que recibe la visita de un hombre cada vez que él sale a pescar. Así que esa noche decide comprobar si es cierto regresando antes de tiempo y, efectivamente, encontrará a su mujer fornicando con otro, cogerá un cuchillo de la cocina y, sin mediar palabra, la matará.

La anguila

El realismo en entredicho

Es un inicio de película conciso que adquiere texturas cercanas al thriller, incluso la música que acompaña a las imágenes tiene un componente hitchcockiano, sin embargo, hay varios detalles importantes a tener en cuenta en las decisiones que toma el director en la puesta en escena. Por ejemplo, antes de cometer ese crimen pasional, el protagonista se detiene junto a una farola y la luz se torna de color rojo sangre para anticipar lo que va a suceder a continuación. Es una luz irreal, un efectismo estético que nos indica un punto de vista subjetivo para la escena.

Al mirar por la ventana y descubrir a su mujer haciendo el amor apasionadamente con otro hombre, el protagonista se queda presenciando el coito como haría un voyeur morboso. Su rictus facial no parece indicar que esté tan alterado como para entrar a la casa con sigilo, escoger el mismo cuchillo de la cocida con el que su mujer le prepara cada noche la cena y acuchillarla con tan salvaje ensañamiento que la sangre salpicará en rojo el objetivo de la cámara. Es una escena más propia de un giallo que de un drama sobre la redención, así pues, la luz roja y la sangre en la lente cuestionan de manera consciente el realismo que tiene ese inicio de La anguila.

Y es que Takuro será un narrador poco fiable como podremos comprobar más tarde. En diversos momentos el punto de vista del protagonista adquiere connotaciones oníricas que exceden la realidad, en especial cuando está cerca de la anguila del título, incluso alguien pondrá en duda la existencia de las cartas que revelaron la infidelidad de su mujer. Entonces, ¿las recibió realmente? ¿su esposa le era infiel?, o, tal vez, ¿fue la exposición violenta de un individuo en crisis? No sería el primer personaje masculino en el cine de Imamura que emplea la violencia física contra una mujer para ocultar sus debilidades internas. No se dan respuestas fehacientes a todas esas preguntas, pero mi teoría es que la explicación al acto homicida va más allá de los celos y tendría que ver con el sentimiento de inferioridad de los ciudadanos japoneses.

La anguila

La «década perdida» de un hombre y de un país

Tras la escena del crimen, el asesino se dirige a una comisaría para entregarse. Imamura introduce entonces una elipsis de 8 años que es el tiempo que el hombre pasará en la cárcel para centrarse posteriormente en el proceso de reinserción en una pequeña comunidad donde cambiará el tono de la película. La novela «Yami ni hirameku/Sparkles in the Darkness», en la que se inspira el guion, tenía como principal interés el poner en relieve los efectos del sistema penal japonés en prisioneros y celadores, sin embargo, eso le importa poco a Imamura que obvia por completo todo lo que le ocurre al protagonista durante su encierro. Tan solo nos desvelará que allí dentro aprendió el oficio de barbero y que la anguila que lleva consigo era una mascota a la que alimentaba en el estanque que había en el patio de la cárcel.

Shôhei Imamura realizó La anguila cuando contaba ya con 71 años y decidió situar la acción en el periodo conocido como “la década perdida”, entre el estallido de la burbuja inmobiliaria y el estancamiento económico posterior. No creo que sea una casualidad, la vida de Takuro puede entenderse como una parábola de la situación social por la que atravesaba el Japón de la época: implosión ante una situación insostenible (asesinato); periodo de parálisis (internamiento); y, finalmente, lenta recuperación (redención final). La película tiene una narrativa de apariencia sencilla que oculta diversas capas de lectura, así que no resulta descabellado vincular el proceso de alineación del protagonista con la humillación sufrida por un país al borde del colapso económico.

La cámara se mantiene habitualmente estática con tomas largas que nos permiten reflexionar más allá de la superficie de las imágenes. Imamura continúa con su desmantelamiento de las verdades japonesas observando a través de un caleidoscopio la hipocresía y el dolor inherente a sus personajes. Sin embargo, se muestra aquí mucho más amable que de costumbre mediante una historia de amor central que ofrece una sincera posibilidad de redención que logre desactivar los respectivos traumas de los protagonistas.

La anguila

El amor redentor en una bandeja de bentō

Takuro, tras salir de prisión, decide comprar y reformar una destartalada barbería a las afueras de Tokio. Su idea es pasar allí sus días en soledad, fustigándose por sus pecados, pescando en el río y sin relacionarse demasiado con los lugareños. A pesar de ello, no podrá evitar estar rodeado siempre de gente que trastocan esa tranquilidad buscada. Imamura hace un retrato divertido de esa pequeña comunidad en la que tienen cabida algunos peculiares personajes como un pescador de anguilas, un mafioso de medio pelo o un joven que intenta contactar con los extraterrestres. El thriller del inicio adquiere, entonces, en La anguila, visos de drama intimista salpicado con elementos de un humor costumbrista que acabará apoderándose de la acción durante el tercer acto.

El verdadero punto de inflexión para Takuro llega cuando conoce a Keiko Hattori (Misa Shimizu), una joven suicida que ha ingerido un bote entero de pastillas y a la que se verá obligado a salvar para no sumar otra muerte a su conciencia. El primer encuentro entre ellos es ciertamente significativo. El protagonista descubre a la mujer tumbada e inconsciente junto al río y su rostro le recuerda al de su esposa, por un momento, la imagen de Keiko se funde con la imagen del cadáver ensangrentado de Emiko.

En un principio rehuye ofrecerle su ayuda para no meterse en problemas, él se encuentra en régimen de libertad condicional y podría volver a ser recluido si se le inculpa con otro crimen. Tras tras huir y llegar a la barbería, sentirá remordimientos y su sentido del deber le llevará a regresar al lugar junto a algunos de sus vecinos. Ese gesto indica el inicio de su proceso de reinserción/redención en la sociedad. Por un lado, la mujer sobrevivirá al intento de suicidio (una vida por otra) y, por otro lado, el necesitar ayuda de otras personas le hará salir de su ostracismo voluntario para formar parte de la comunidad creando un vínculo incorruptible entre ellos.

La relación entre Takuro y Keiko está narrada con mucha sensibilidad romántica a través de detalles. El bentō se convierte en un símbolo recurrente cuando la chica cocina para él y le espera en lo alto de un puente para dárselo cuando va de pesca. El hombre se avergüenza y se niega por dos veces a coger la comida, en parte, porque significaría demostrar sus sentimientos hacia ella y, principalmente, porque esa acción le recuerda a cuando su mujer cocinaba para él para sus días de pesca. Imamura se ha hecho mayor y su corazón se ha ablandado un poquitín, la consumación de la relación entre Takuro y Keiko no será con una de sus habituales escenas de sexo sino cuando al final, ante su nuevo ingreso en la cárcel tras el sacrificio redentor efectuado, él sí acepta coger el bentō que ella le ha preparado.

La anguila

La anguila es el sentimiento de culpa 

Cuando Keiko se recupere del lavado de estómago comenzará a trabajar en la barbería de Takuro que, en principio, se resistirá a un acercamiento romántico hacia la chica. El sentimiento de culpa y el trauma autoinflingido evitarán la consumación de esa relación (durante la película), sin embargo, un mes después de trabajar juntos ya serán evidentes los cambios positivos que la presencia femenina ha causado en el carácter del barbero y en el de toda la comunidad. La barbería se convertirá en un punto neurálgico de reunión y el peso trágico del pasado quedará reducido a la presencia de la anguila en un acuario situado en el centro del establecimiento, al menos, hasta que hace acto de presencia en el barrio un basurero que conoce el «secreto» de Takuro porque había coincidido con él en prisión.

La anguila funciona de manera similar a la carpa en Los pornógrafos (1966), donde una mujer creía que el pez era la reencarnación de su marido y la vigilaba en sus actos pecaminosos con otro hombre. El barbero considera su anguila como una confidente a la que habla «porque siempre me escucha y nunca me dice lo que no quiero oír», es decir, puede recordar su oscuro pasado sin ser juzgado por los demás que es lo que teme ocurrirá cuando se enteren Keiko o sus nuevos amigos. Por eso no decidirá devolver la anguila al río hasta que halle la paz interior y el perdón a sus pecados que él se negaba a sí mismo.

En otra de esas analogías hombre/animal que tanto gustan al director, se yuxtaponen las explicaciones del pescador sobre el proceso de reproducción de las anguilas con el incipiente embarazo de Keiko. El sentimiento de vergüenza de la chica deriva de su intento de suicidio y de la relación abusiva que mantenía con un matón, la confirmación de su nuevo comienza será cuando Takuro acepte hacerse cargo de un niño que no es suyo (nunca han mantenido relaciones sexuales aunque todo el mundo crea que son pareja). En el fondo, los personajes de Takuro y Keiko tienen una evolución similar viniendo de lugares antagónicos, son como dos anguilas nadando a contracorriente para regresar a su hábitat originario.

La anguila

El deseo y la locura

La anguila conserva lo mejor y peor del cine de Imamura, mostrando un perfil más sutil que le aleja del histrionismo de sus obras más polémicas. Durante la segunda mitad incide en una narrativa desordenada con la inserción de flashbacks que resultan más desconcertantes que explicativos. En una de esas subtramas se introduce al personaje de la madre de Keiko, una mujer aficionada al flamenco y a la obra «Carmen», cuya locura sobrevenida la conecta con la viuda enajenada de Los pornógrafos. Son escenas esperpénticas que ensamblan el intimismo melodramático central con los momentos de screwball comedy que contienen las trifulcas dentro de la barbería.

El personaje de Keiko puede verse como una evolución de las mujeres sufridoras que habitan el cine del director. Es cierto que también está sometida al yugo patriarcal (un novio posesivo) y que también sufrirá un intento de violación (del ex presidiario), pero ella logrará escapar y, de ese modo, su auténtica transformación se producirá a través del amor en lugar del trauma. Su apariencia frágil y servil oculta a una mujer cuya presencia acaba influenciando en el porvenir de toda la comunidad. El director, en su madurez, alcanza una serenidad menos escéptica que le permite seguir siendo crítico en los mismos temas de siempre, pero sin recrearse en la crueldad, el deseo humano incontrolado seguirá teniendo una esencia disruptora para alterar la comunidad, pero aquí hay espacio para la redención.

La anguila es, sin lugar a dudas, una de las grandes joyas que nos dejó el cine de Shôhei Imamura. El filme fue galardonado con la Palma de Oro en Cannes en su quincuagésima edición, ex aequo con la iraní El sabor de las cerezas (Abbas Kiarostami, 1997), fue la segunda vez que el director lograría esa distinción tras conseguirlo por La balada de Narayama (1983). La anguila es una historia hermosamente humanista acerca de las segundas oportunidades, el perdón y la salvación.

La anguila


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La anguila

9

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