martes, marzo 19, 2024

Crítica de ‘Tengo sueños eléctricos’: El paso a la madurez marcado por la violencia

Las críticas de David Pérez «Davicine»:
Tengo sueños eléctricos

Eva no soporta que su madre quiera reformar la casa y deshacerse del gato, que tras el divorcio está molesto y hace pis por todas partes. Quiere vivir con su padre, que atraviesa una segunda adolescencia. Como quien cruza un océano de adultos sin saber nadar, Eva debe lidiar con la ira de su padre. Y ahora ella también lo está cruzando.

En Tengo sueños eléctricos se entrelazan el amor infantil, la transmisión de la violencia y la alegría del descubrimiento sexual. Dirigida por Valentina Maurel, está protagonizada por Reinaldo Amien Gutiérrez, Daniela Marín Navarro, Vivian Rodríguez y José Pablo Segreda Johanning.

Tras obtener tres galardones en la última edición del Festival de Locarno (a la Mejor Dirección; a la Mejor Actriz para Daniela Marín Navarro y al Mejor Actor para Reinaldo Amien Gutiérrez) y el Premio Horizontes Latinos en el Festival de San Sebastián, además de alzarse su protagonista con el Premio a la Mejor Actriz en el Festival de Biarritz, la película se estrena en cines de España el 3 de febrero de 2023 de la mano de Elamedia Estudios.

La violencia dentro de la familia

En Tengo sueños eléctricos, la pequeña de la familia solía ​​ser la hermanita que se orinaba encima cuando su padre tenía sus ataques de ira. Tras la separación de los padres, ahora es el gato, desorientado por todos los cambios, el que hace pis por todas partes, enfureciendo a la madre que intenta empezar de nuevo renovando la casa y deshaciéndose de los restos de su vida pasada con el maltratador Martín; incluyendo el gato ahora engorroso.

Cuando la hija mayor, Eva, le sugiere a su padre que se lleve al gato, él se encoge de hombros y dice que un refugio para animales sería mejor. Asimismo, en su nueva vida de soltero y sin responsabilidades, Martín no parece tan ansioso como Eva por encontrar un apartamento para que vivan los dos. Ella también sufrió por su violencia, pero ahora se siente desorientada como el gato, y su manera de rebelarse es aferrándose a su padre y su permisividad, pues desea hacerse adulta, fumando, bebiendo, explorando el sexo… y que él vuelva a ser joven.

La complicidad inquietante entre un padre y su hija

La inquietante complicidad padre-hija está en el corazón de Tengo sueños eléctricos, el primer largometraje de la cineasta costarricense Valentina Maurel, cuyos cortometrajes Paul est là (2017) y Lucia in Limbo (2019) revelaron una sensibilidad que rechaza un enfoque en blanco y negro a la complejidad de la vida, especialmente durante el crecimiento, y aún más especialmente para una mujer.

A pesar de ser una víctima más de la violencia, Eva no se ve a sí misma como tal, sino que se siente víctima del divorcio de sus padres, aunque haya sido consecuencia de esa violencia, aferrándose todavía a los ideales en lugar de enfrentarse a las cosas en todo su desagrado. La cineasta realiza un enfoque sin prejuicios, lo que hace que la exposición de la violencia sea aún más sorprendente, aceptando la ambigüedad de la vida y las relaciones reales, especialmente durante la adolescencia.

El montaje y la cámara en constante movimiento responden a un reflejo de la inestabilidad y tensión permanentes de la vida de Eva, pero en algunos momentos roza lo forzado e innecesario, excediéndose en un montaje vertiginoso que parece cambiar de escenas sin necesidad de contexto, rompiendo el ritmo narrativo tan sólo para beneficiarse de la complicidad entre padre e hija.

Una cruda coming-of-age

Tengo sueños eléctricos podría verse como una de las ya más que típicas películas surgidas del buen momento por el que pasan las coming-of-age, en los que vemos como una niña se transforma en una mujer, pero aquí van un paso más allá, y no sólo vemos los problemas de este paso a la madurez, sino también la angustia e impotencia que se siente en un hogar como el de la protagonista una vez llega a la adolescencia y dejando la infancia atrás.

Así, si cabe destacar un personaje, ese es el de Eva, y destaca especialmente por la actuación de Daniela Marín Navarro, que encarna de manera sublime todas las contradicciones que se viven a los 16 años y dentro de una familia desestructurada, una joven repleta de dudas, miedos, dolor, deseos y rabia, irradiando ira y comprensión al mismo tiempo. Mientras se descubre a sí misma, debe domar su propia violencia y forjar su propia identidad, como cualquier adolescente, y comprender sus propios deseos, canalizando parte de su confusión hacia el despertar sexual.

Junto a Daniela, más que su hermana o madre, debemos destacar a Reinaldo Amien Gutiérrez en el papel de un padre que oscila entre el cariño hacia su hija y la violencia que no es capaz de controlar, encontrando solo en el arte una vía de escape para su vida sin esperanza.

Tengo sueños eléctricos es una cruda coming-of-age alrededor del autodescubrimiento y el dolor en el seno de una familia marcada por la violencia, con escenas algo repetitivas y a veces poco que contar, aunque con una sensibilidad hacia este complejo tema que es lo más elogiable junto a la naturalidad de su protagonista.


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Tengo sueños eléctricos

5.2

Puntuación

5.2/10

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