sábado, febrero 24, 2024

Crítica de ’Almas en pena de Inisherin’: Enemistad, melancolía y carcajadas

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Almas en pena de Inisherin

Desde que el dramaturgo anglo-irlandés Martin McDonagh decidió, a pesar de su muy exitosa carrera como autor teatral, que le interesaba más escribir guiones de películas que obras dramáticas porque se sentía más conectado con el cine que con el teatro, nos ha brindado ya el cortometraje Six Shooter (2004) con el que obtuvo el Óscar y cuatro largometrajes.

Tras las sorprendentes Escondidos en Brujas (2008) y Siete psicópatas (2012), y la muy brillante Tres anuncios en las afueras (2017), llega ahora su cuarta película, Almas en pena de Inisherin, que, tras su paso por el Festival de Venecia, donde obtuvo el premio al mejor guion para el propio McDonagh y la Copa Volpi a mejor actor para Colin Farrell, se presentó fuera de competición en la sección oficial de la SEMINCI.

McDonagh (londinense de nacimiento pero irlandés de ancestros) regresa a la Irlanda de sus orígenes en la que ubicó sus primeras obras de teatro: la trilogía de Leenane y la trilogía de las islas Arán. Precisamente esta última trilogía que se iniciaba con «The Cripple of Inishmaan» y se continuó con «El teniente de Inishmore», se cerraba con una tercera obra que llevaba por título «The Banshees of Inisheer» que no se llegó a publicar ni a producir porque el propio McDonagh no la consideró lo suficientemente buena para hacerlo. La retoma ahora con un ligero cambio en el título y un (a decir del propio McDonagh) profundo cambio en la trama argumental.

Una trama que nos sitúa en una remota isla frente a la costa de Irlanda, de esas en la que los habitantes se conocen entre sí y parecen saberlo todo de todos. Allí viven dos buenos amigos, Colm (Brendan Gleeson) y Pádraic (Colin Farrell) que comparten ratos de conversación y taberna bebiendo una pinta tras otra. Cuando un día Colm decide, de forma inesperada y sin un desencadenante evidente, romper su amistad con Pádraic, algo se derrumbará en este último que hará todo lo posible por arreglar la situación. En una comunidad tan pequeña y aislada, el asunto acabará implicando a todo el pueblo, particularmente a Siobhán (Kerry Condon), la hermana de Pádraic, probablemente la única persona de la aldea capaz de vislumbrar vida más allá del perímetro de la isla. Los acontecimientos se van complicando hasta que Colm plantea una situación límite (que no conviene contar) con la que McDonagh dará rienda suelta a su gusto por el humor negro insertado en las tradiciones del folklore rural irlandés.

Precisamente del folklore irlandés proviene el término «Banshee», algo difícilmente trasladable a nuestro idioma que de forma bastante acertada ha sido traducido como «alma en pena». Se trata de una especie de seres espirituales femeninos que se aparecen a los seres humanos como plañideras que anuncian la muerte de un ser cercano. Con esto juega también McDonagh incluyendo a una anciana de aspecto siniestro que parece ser testigo de todo cuánto acontece en la isla tanto a los protagonistas como a una rica serie de personajes secundarios, el tabernero, la tendera, el policía o su hijo Dominic (Barry Keoghan) que pasa por ser «el tonto del pueblo».

El guion está ejemplarmente construido sobre los pilares que caracterizan la producción (teatral y cinematográfica) de McDonagh: rápida presentación de la situación, personajes complejos y llenos de aristas que no son ni buenos ni malos, aceptado sentido del ritmo de la narración y un afilado sentido del humor (a menudo negro) que convierte un material de partida dramático en una inteligente tragicomedia en la que uno encuentra muchos de los temas capitales en las relaciones humanas como la confianza, el respeto, la sinceridad, la intención de no hacer daño o la determinación de hacerlo.

McDonagh, con un material literario propio y siendo perfecto conocedor del medio en el que rueda, dirige cada secuencia con una precisión milimétrica de puesta en escena. Todo funciona en Almas en pena de Inisherin, el sonido, el montaje, la fotografía de Ben Davis o la música del gran Carter Burnwell (compositor de la banda sonora de las cuatro películas de McDonagh). Pero si hay algo sobresaliente es el reparto, tanto en los excelentes secundarios como en una extraordinaria Kerry Condon (su personaje me recordó en algún momento al de Maureen O’Hara en El hombre tranquilo, perdónenme el atrevimiento) y, en la pareja protagonista, dos actores a los que Martin McDonagh conoce muy bien. Brendan Gleeson es puro equilibrio entre melancolía y brutalidad; entre desencanto y determinación y, finalmente, entre la resignación y la huida hacia adelante.

Dicen que rectificar es de sabios y, aunque estoy muy lejos de serlo, procuro rectificar siempre que tengo ocasión para, al menos, aproximarme un poco al camino de la sabiduría. He escrito en varias ocasiones con verdadera mala leche contra Colin Farrell, un actor al que me ha costado mucho llegar a respetar, creo que durante mucho tiempo no vi las películas adecuadas para apreciar sus cualidades y en algunas de las que vi (Pregúntale al viento, El sueño de Casandra, La señorita Julia) lo encontré tan mal que llegué a vacunarme contra él hasta el punto de huir, siempre que fuera posible, de sus films. Craso error, con el tiempo he ido viendo algunas otras (Escondidos en Brujas, Langosta, Roman J. Israel, Esq.) que me han hecho ver a un actor mucho más que respetable. Después de ver Almas en pena de Inisherin estoy dispuesto a tragarme todas mis palabras y reconocer públicamente mi cortedad de vista. Es probable que en algunas películas no haya estado brillante pero Colin Farrell es un actor de talento excepcional. Su trabajo en este cuarto largometraje de Martin McDonagh es sencillamente maravilloso. Suena para el Óscar. Razones hay para ello.


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Almas en pena de Inisherin

8.5

Puntuación

8.5/10

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