Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
La traición de Huda
Para aquellos que desde pequeñitos nos educamos en la tradición cristiana, Belén siempre será el pueblecito en el que nació Jesús de Nazaret en un portal y cuyo nombre hemos repetido una y mil veces en villancicos, oraciones infantiles y bendiciones de la mesa a la hora de comer. Uno necesita hacerse mayor para enterarse de que Belén es, veintiún siglos después, una conflictiva ciudad de unos treinta mil habitantes de mayoría musulmana, situada en el centro de Cisjordania, gobernada por la autoridad palestina y con un muro que se comenzó a construir en 2002 que separa el territorio palestino del israelí. La valla de seguridad como lo llaman los israelíes o el nuevo muro de la vergüenza como es denominado por los palestinos.
Pues en Belén precisamente sitúa el director palestino Hany Abu-Assad, dos veces nominado al Óscar (Paradise Now y Omar), su más reciente film, La traición de Huda que se estrena este fin de semana en la cartelera española tras su paso por la última edición de la SEMINCI donde se presentó como La peluquería de Huda. Y es que es precisamente en una peluquería donde empieza todo. Huda (Manal Awad) propietaria del negocio está lavando el pelo a Reem (Maisa Abd Elhadi), la única clienta que tiene en ese momento. Ambas tienen diez minutos de charla intrascendente acerca de los nuevos usos y costumbres de las mujeres palestinas que han dejado de frecuentar las peluquerías y se hacen en sus casas los peinados que copian de internet. Críticas a Facebook y a la gente que cree que puede sustituir el trabajo de una profesional. Y cuando el espectador, tras estos diez minutos de conversación banal, está desprevenido (e incluso puede estar empezando a aburrirse) comienza realmente el film. Sin desvelar exactamente lo que ocurre, se origina algo que dará lugar a una historia de chantaje y traición a partir de la cual ambas mujeres, Huda y Reem, cada una a su manera y en apenas 24 horas, comenzarán a vivir su particular infierno.
Hany Abu-Assad filma con tensión el ambiente familiar de Reem en el que se desarrollará el resto de su día, su marido, un hombre celoso hasta el extremo está convencido de la infidelidad de su mujer que comienza a recibir persistentes llamadas de amenaza y extorsión. Para aumentar el desasosiego, Reem tiene una pequeña bebé a la que tiene que cuidar permanentemente sin poder centrarse en cómo salir del atolladero en el que se encuentra. Huda, en el otro lado del peligro, ha sido secuestrada y trata de asumir las consecuencias de sus actos sin traicionar a las personas que ha puesto en peligro. El peso de la narración recae en un montaje alternante que plantea la sucesión de las secuencias con nervio y sentido del ritmo hasta su desenlace.
La traición de Huda, cuyo argumento procede de una historia real, se comporta en gran parte de su metraje como una película clásica de espionaje, al mimo tiempo pone en cuestionamiento la estabilidad de la zona sin entrar en demasiados detalles sobre la (oculta) presencia del servicio secreto israelí en territorio palestino. No evita algunos momentos de brutalidad (aunque la violencia no es filmada de manera demasiado explícita) y trata de manera bastante epidérmica el sometimiento de la mujer en la sociedad palestina cuyas circunstancias políticas la hacen aún más vulnerable que en otros países de confesión musulmana.
Al margen de la capacidad de Abu-Assad para generar un clima asfixiante, el mayor mérito del film estriba en el excelente trabajo de sus dos actrices protagonistas especialmente en una Maisa Abd Elhadi conocida en por otros films palestinos como Gaza Mon Amour (Hermanos Nasser, 2020) o Los informe sobre Sarah y Saleem (Muayad Alayan, 2018). Notable film este La traición de Huda al que únicamente cabría reprochar un final un tanto abrupto después de conducir a los personajes y al espectador hacia un callejón sin salida.