Con este punto de partida argumental, el director francés Olivier Assayas (Las Horas del Verano, Carlos, Después de Mayo) compone un soberbio y complejísimo film con tantos niveles de lectura como capas queramos pelar los espectadores durante su visionado.
Podemos quedarnos (y sería lícito hacerlo) en una lectura superficial sobre lo más evidente, una actriz de éxito viviendo momentos de decadencia sufre el empuje de una estrella emergente y su ego se resiente al tiempo que reflexiona sobre el implacable paso del tiempo y sus consecuencias tanto en su trayectoria vital como profesional.
Pero Viaje a Sils María es mucho más que un retrato de una actriz en crisis generacional, algo de lo que recientemente se ocupó David Cronenberg en Maps to the Stars. En el film de Assayas el guión está lleno de subtextos que se desprenden de la trama principal para acabar devorando argumentalmente a dicha trama y seguir su propio relato. Algo que no es mérito sólo del brillante guión, sino también de sus intérpretes principales, la maravillosa como siempre Juliette Binoche y la sorprendente (al menos para mí) Kristen Stewart que demuestra en este film que hay una (potencial) brillante actriz detrás del “producto” que se dio a conocer a través de la saga Crepúsculo. Confieso que no he visto ninguna de las películas de dicha saga y únicamente la conocía a través de la reciente Siempre Alice; en Viaje a Sils Maria hace un brillante trabajo que merecidamente le hizo acreedora del César a la mejor actriz de reparto.
Y es precisamente la relación entre María Enders y Valentine (o entre Binoche y Stewart) la que se termina apoderando de la película al tiempo que ensayan en Sils Maria donde se quedan durante unas semanas viviendo en la casa del difunto autor de la obra. Allí, María Enders lucha con sus miedos, dudas y angustias personales y actorales por encarnar el papel de Helena mientras Valentine (que no es actriz) adopta el papel de Sigrid primeramente leyéndolo, pero poco a poco encarnándolo hasta que se produce una fascinante mimesis entre el dúo Helena-Sigrid de la ficción y el dúo María-Valentine de la vida real.
Todo esto sucede, y no es intrascendente, en plena naturaleza, ensayando (y viviendo) el teatro en los Alpes al tiempo que suben colinas, pasean por laderas o se bañan desnudas en lagos de agua gélida. O, en otros momentos, en el interior de la casa donde el espíritu de Wilhelm parece presente para recordar a María que ella ya no es Sigrid, ya no puede ser Sigrid, ahora es Helena y está destinada a suicidarse por su pasión por Sigrid.
El resto de los personajes transitan por el guion con finalidades muy concretas que Assayas les asigna para construir su entramado de vínculos emocionales, luchas de egos y ambiguas relaciones. Así tenemos al prepotente actor Henryk Wald (Hanns Zischler) con quien María tiene una turbia relación amor/odio; el responsable del nuevo montaje teatral Klaus Diesterweg, uno de esos sobrevalorados y pagados de sí mismos directores que creen haber inventado el teatro, interpretado por Lars Eidinger, o la emergente actriz Jo-Ann con la que Chloë Grace Moretz compone un personaje un tanto arquetípico.
Teatro, naturaleza, ambigüedad en torno a la condición sexual, amor, nostalgia por el tiempo pasado, conciencia por el envejecimiento, muerte, la fama y su condición efímera, internet como aliado/enemigo, la prensa como poder (la real y la rosa, ambas), el cine como arte versus cine como producto de consumo… todos estos, y probablemente más que ahora me dejo en el teclado o que yo no he sabido ver son los elementos que conforman el potente guion del propio Olivier Assayas y que ha sabido transformar en capas, no necesariamente concéntricas, que se fusionan para elaborar una de las películas más inteligentemente turbadoras que he visto en el último año.
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