jueves, octubre 30, 2025

70 SEMINCI. Sección oficial. Crítica de ‘Vivir la tierra’: Aburrido retrato costumbrista en la China rural de los 90

Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 70 SEMINCI:
Vivir la tierra

Tiene que estar uno muy interesado en conocer cómo era la sociedad rural china a principios de los 90 del pasado siglo para encontrar algo fascinante en Vivir la tierra. No es mi caso. A la media hora me canso de escuchar a gente gritando continuamente, ya sea fingiendo llanto como plañideras en un velatorio, discutiendo por cualquier motivo de vecindad o a alborotados niños en la escuela.

Y la propuesta podría haber resultado mucho más atractiva porque el planteamiento era, cuanto menos, interesante. Contar a través de cuatro generaciones de una misma familiar los cambios y transformaciones socioeconómicas que la modernidad va imponiendo poco a poco a un medio rural anclado en una forma tradicional de vivir de la agricultura y la ganadería. El problema es que el realizador Huo Meng adopta una posición casi de documentalista, los personajes son filmados a distancia (no hay primeros planos y apenas vemos emoción alguna reflejada en los rostros de los actores), y así es muy difícil sentir simpatía por cualquier personaje del film excepto por el niño Chuang (Wang Shang), alter-ego del director, con cuya voz en off comienza el film.

Pero ni siquiera su inocente mirada a todo lo que ocurre está empleada como recurso narrativo o como vehículo de sentimiento alguno. El niño es espectador de una serie de comportamientos de los adultos y tan solo en una secuencia, hacia el final del film, abrazado al recipiente que contiene las cenizas de su bisabuela, podemos llegar a sentir algo parecido a una emoción.

Entre ese inicio con la voz en off y el plano final (el único en el que la cámara hace un movimiento que no sea horizontal y se aleja, imagino que en un dron, mostrando la grandiosidad del paisaje) transcurren 129 eternos minutos en los que asistimos a una sucesión de secuencias que, insisto, muestran como eran las costumbres y los ritos, pero no articulan ningún relato con planteamiento, nudo y desenlace que pueda captar la atención de los espectadores que no caigan rendidos a la evocación paisajística.

Y el problema es que si uno no está muy motivado para documentarse y no se fascina fácilmente con la naturaleza, no tarda en aburrirse o, peor aun, en irritarse ante comportamientos casi tribales con los que resulta muy difícil empatizar: funerales en los que plañideras lloran exageradamente en una sobreactuación evidente que si a algo mueve es a la risa, matrimonios concertados que obligan a una chica joven a casarse contra su voluntad en una ceremonia tristemente humillante, un chico con una discapacidad intelectual al que todo el mundo se refiere como «el tonto» y trata a golpe limpio, vecinas peleándose a voces por asuntos banales.

Habrá quien encuentre mucha poesía en los ciclos de la naturaleza, la sucesión de las estaciones, la dialéctica entre la vida y la muerte a través de nacimientos y funerales y no seré yo quien se la niegue a una película de incuestionable belleza plástica, pero no consigo entrar, los personajes me caen mal (salvo el niño y su sabia bisabuela), me molestan sus gritos, me cabrean sus costumbres y durante la proyección me asalta la imperiosa necesidad de mirar el reloj cada diez minutos.

Vivir la tierra participó en la sección oficial del pasado Festival de Berlín donde fue galardonada con el Oso de Plata a la mejor dirección y se presenta ahora, también en la sección oficial a competición, en la 70ª edición de la SEMINCI de Valladolid.

Vivir la tierra

5

Puntuación

5.0/10

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