Las críticas de Daniel Farriol en el 78 Festival de Locarno:
Le Pays d’Arto
Le Pays d’Arto es un drama franco-armenio que está dirigido por Tamara Stepanyan (My Armenian Phantoms, Embers), y coescrito junto a Jean-Christophe Ferrari, Jean Breschand, Romy Coccia di Ferro y Jihane Chouaib. Céline llega a Armenia por primera vez para regularizar la muerte de Arto, su marido. Allí, ella descubre que él le mintió, que fue a la guerra, cambió de identidad y que sus antiguos amigos lo consideran un desertor. Un nuevo viaje comienza para ella, para encontrarse con el pasado de Arto: discapacitados por las batallas de 2020, veteranos de las batallas victoriosas de los 90, supervivientes de una guerra que no termina nunca. Una mujer corre tras un fantasma. ¿Cómo lo entierro? ¿Pueden salvarse los muertos?
Está protagonizada por Camille Cottin, Zar Amir Ebrahimi, Denis Lavant, Aleksandr Khachatryan y Hovnatan Avedikian. La película ha podido verse en la sección Piazza Grande de Locarno Film Festival 2025.
El contexto importa
Le Pays d’Arto es un interesante drama con trasfondo histórico que a modo de road movie reflexiona sobre la identidad, la pertenencia y la superación del duelo. La historia transcurre en junio de 2021, siguiendo a una mujer francesa, Céline (Camille Cottin), que acomete su primer viaje a Armenia con la intención de conseguir el certificado de nacimiento de su esposo recientemente fallecido. Esa fecha planteada en la trama no es aleatoria ya que nos sitúa en el inicio de la crisis fronteriza entre Armenia y Azerbaiyán, poco después del inicio de la guerra de Nagorno-Karabaj de 2020 y justo un mes antes de la intensificación del conflicto entre ambos países.
No es necesario conocer en profundidad la situación sociopolítica del lugar para entender lo que sucede en la película aunque bien es cierto que un conocimiento previo del conflicto de soberanía territorial y de la confrontación política y étnica en la zona puede ayudar a comprender mejor las motivaciones de los personajes autóctonos con los que se cruza la protagonista. No en vano la directora franco-armenia Tamara Stepanyan procede del documental y ya había explorado en distintos trabajos anteriores el descubrimiento de la cultura armenia desde el exilio y el proceso de sanación del trauma de todo un pueblo tras sufrir la devastación de la guerra. Muchos aspectos del personaje central podrían aplicársele a la propia directora, o viceversa, según se mire.
«The Iron Fountain»
Tras la llegada de Céline a Armenia iniciará un complicado viaje hacia la población fantasma de Agdam (actualmente radicada en Azerbaiyán). Es algo que simboliza su propio viaje interior en Le Pays d’Arto donde reconfigurará su propia existencia tras un descubrimiento insólito: su marido había cambiado de identidad en Francia tras convertirse en desertor de la guerra y haber provocado la muerte de varios compañeros. Ese pasado borroso servirá para explicar mejor que acabase sus días pegándose un tiro en su oficina parisina.
En mitad del duelo y del sufrimiento que inflige el sentimiento de culpa por no haber podido evitar el suicidio de alguien a quien quieres (además tienen dos hijos en común), el viaje por unas tierras áridas y casi apocalípticas le servirá como proceso de sanación y expiación. La directora, con la complicidad de la fotógrafa Claire Mathon, convertirán el paso de las imágenes en la revelación de los sentimientos más profundos que acompañan a la protagonista y, también, en una descripción gráfica del trauma de un país. De ahí que las cicatrices y mutilaciones se identifiquen con el lugar de pertenencia de los personajes que las sufren.
A partir de ahí, pueblos en ruinas, carreteras desoladas, pasos fronterizos militarizados y la imborrable visión de «The Iron Fountain» en Gyumri entre los escombros de un terremoto del pasado. Esa construcción de hierro oxidado ideada por el arquitecto armenio Arthur Tarkhanyan es un símbolo de la resiliencia del pueblo ante la destrucción que lo circunda. Eso se palpa a través de la belleza del inicio del viaje, cuando Céline atraviesa zonas residenciales reconstruidas, pero sobre todo en la vitalista e idealista Arsine (Zar Amir-Ebrahimi), una mujer joven que acompañará a Céline durante su trayecto y que libra su propia lucha interior para devolver la dignidad al pueblo armenio.
La mujer y el fantasma
Le Pays d’Arto es una película intimista y humana, a veces demasiado contemplativa, pero siempre lúcida en sus reflexiones sobre la condición humana que va añadiendo poderosas alegorías a través de su discurso visual. Por ejemplo, la primera vez que vemos aparecer a Céline en pantalla está viajando en tren, en duermevela, mientras vemos a un hombre (su marido) en el reflejo de la ventanilla aunque enseguida descubrimos que no está allí con ella. Es una representación inteligente de la figura de Arto como un fantasma que acompañará a la protagonista durante todo su viaje y que reaparecerá en el reflejo de un retrovisor o durante una secuencia onírica, un hombre al que nunca conoció realmente y al que solo podrá comprender visitando su país de origen y el lugar que le quebró definitivamente. El final del trayecto en Agdam marcará la liberación definitiva de ese fantasma que le acompaña.
Le Pays d’Arto es una road movie de reconciliación y sanación tras huir del miedo. El miedo a la guerra, el miedo a la decepción, el miedo al sufrimiento, el miedo al abandono. La película concentra su mirada en la mujer foránea, pero nos habla con emotividad y realismo sobre la conmoción que provoca la guerra en los supervivientes (esa histriónica aparición final de Denis Lavant como veterano de guerra chiflado), así como del dolor que provoca el exilio forzado o el sentimiento de pertenencia arrebatado, todos ellos temas profundos que se transmiten de manera efectiva al espectador sin caer en la pretenciosidad discursiva. Un claro ejemplo de esto es la secuencia en el autobús donde un rapero entona frases sobre la añoranza de la tierra y el deseo de regresar bajo la mirada cómplice del resto de pasajeros.
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