Las críticas de Daniel Farriol en el AMFF 2025:
El anticuario
El anticuario (The Antique / Antikvariati) es un drama georgiano que está escrito y dirigido por Russudan Glurjidze (House of Others). Lado es un contrabandista georgiano que transporta antigüedades a San Petersburgo, donde conoce a Medea, una inmigrante en un taller de antigüedades. Vadim, un anciano solitario, establece un vínculo con Medea. Sus vidas se cruzan en medio del contrabando, la supervivencia y la conexión.
Está protagonizada por Salome Demuria, Sergei Dreiden, Vladimir Daushvili, Vladimir Vdovichenkov, Marianne Schultz, Zurab Magalashvili y Dimitri Lupol. La película estuvo compitiendo en la Giornata di Autori del Festival de Venecia y desde el 25 de julio de 2025, se ha incluido como parte de la Sección Wild Tales de la programación del Atlàntida Film Festival, de la mano del Filmin.
Limpieza étnica como represalia política
El anticuario (The Antique / Antikvariati) toma como punto de partida para su razón de ser las deportaciones masivas de ciudadanos georgianos que vivían en Rusia y que fueron llevadas a cabo por el gobierno de Putin en el año 2006. Se estima que casi 2000 ciudadanos georgianos se vieron afectados por esas expulsiones, sin importar si residían legalmente en el país o no, todo ello a raíz de una crisis política e institucional entre los dos países que explotó tras la detención de cuatro militares rusos en Georgia acusados de espías y que terminó afectando a ciudadanos inocentes.
Ese contexto histórico está latente en el trasfondo de la historia que cuenta la película y la relación que surge entre los distintos personajes que aparecen, pero más que algo concreto lo hace como una amenaza en la sombra, una incertidumbre que se cierne sobre el futuro de una generación de inmigrantes. En realidad, la directora Russudan Glurjidze, hace un acercamiento bastante huidizo a la problemática de la inmigración y de la violenta deportación que sufrieron los georgianos, más catalogable como limpieza étnica que otra cosa, pero es algo que tan solo se muestra en pantalla durante unos pocos minutos en la parte final del estirado metraje.
Personajes que se cruzan
El anticuario se nos presenta como una historia de personas que se cruzan de manera casi arbitraria, entre antigüedades que simbolizan el paso del tiempo y los recuerdos de una nación en descomposición. La narración resulta, por momentos, errática, cambiando el punto de vista principal de la historia y perdiendo el hilo de lo que realmente quiere contar. Primero conoceremos a Lado, un contrabandista georgiano con el que cuesta empatizar, mujeriego, infantiloide, con pocas ganas de trabajar e implicarse en su tierra de acogida (por ejemplo, muestra una enorme desidia en aprender el idioma y comunicarse en inglés fingiendo que procede del estado estadounidense de Georgia). No parece el mejor ejemplo para denunciar el trato injusto que sufren algunos inmigrantes.
Tras esa breve introducción conoceremos a Vadim, un anciano solitario que pretende vender su apartamento, pero reservándose la opción de seguir viviendo allí hasta que se muera. Tiene una relación distante con su hijo Peter, al que ha desheredado dejándole únicamente como patrimonio un armario donde solía encerrarle para castigarle cuando era pequeño. Pese a los esfuerzos de la agente inmobiliaria por vender su casa, los posibles compradores salen huyendo cuando conocen la «sorpresa», todos menos Medea, una joven georgiana que trabaja en una tienda de restauración de antigüedades y decide adquirir la vivienda de forma inmediata tras la visita.
Esa curiosa situación activa el interés por la película mientras contemplamos la paulatina aproximación entre los personajes de Vadim y Medea que simbolizan a dos generaciones, dos culturas, dos países y dos mentalidades distintas que, sin embargo, pueden convivir y adquirir conocimientos el uno del otro de una manera más o menos cordial.
Mejores intenciones que resultados
El guion sigue dando bandazos con la nueva aparición de Lado, el novio de Medea, y de Peter, el hijo de Vadim. La trama se bifurca y plantea diversas cuestiones interesantes que se abandonan enseguida, la sensación de inconcreción que tiene la película es constante y se hace palpable durante los innecesarios 132 minutos de duración. Atrás quedan y sin solución de continuidad las referencias al curling, los conflictos étnicos, las relaciones de pareja, las relaciones paternofiliales, los políticas de Putin y el trasvase generacional como parte del progreso social. Demasiados temas sin profundizar, demasiados asuntos entremezclados sin un nexo real aparente.
El anticuario resulta distante y monótona para el espectador, cuesta implicarse en lo que cuenta. Por suerte, se beneficia del trabajo fotográfico del vitoriano Gorka Gómez Andreu que extrae belleza de los desolados paisajes nevados en las escenas exteriores e iluminando con la luz natural que entra por las ventanas en los fríos interiores plagados de muebles de madera antigua. El formato de pantalla reducida convierte las imágenes en estampas pictóricas que reflejan el estado asfixiante y decadente de un país cuya única salida reside en sus propios fundamentos (ese armario que es al tiempo símbolo del encierro y de la salvación). El anticuario es un filme con suficientes elementos atractivos para prestarle atención, pero que sucumbe ante la vaguedad de sus postulados y la indefinición del relato central.
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