martes, julio 15, 2025

Critica de ‘The Last Showgirl’: Una mirada cruel y tierna al ocaso

Las críticas de Laura Zurita:
The Last Showgirl

Una experimentada bailarina debe planificar su futuro cuando su espectáculo cierra abruptamente tras una carrera de 30 años. Como bailarina de cincuenta años, se debate por saber qué hacer a continuación. Como madre, se esfuerza por reparar una tensa relación con su hija, que a menudo pasaba a un segundo plano en su vida.

The Last Showgirl está dirigida por Gia Coppola sobre un guion de Kate Gersten e interpretada por Pamela Anderson, Kiernan Shipka, Brenda Song, Jamie Lee Curtis, Dave Bautista, Jason Schwartzman, Billie Lourd, John Clofine, Jesse Phillips, David Avne, Sean Patrick Bryan y Patrick Hilgart. La película se estrena en España el 20 de junio de 2025 de la mano de Vértigo Films España.

El cuerpo como oficio

The Last Showgirl es una de esas películas incómodas que se abren paso con la bandera de la franqueza, abordando el envejecimiento de una mujer cuyo trabajo ha estado siempre vinculado a su cuerpo, a la exposición del mismo y a su controlada seducción. El protagonismo recae en Pamela Anderson (Shelley), una figura que encarna como pocas ese cruce entre imagen pública y deseo masculino, y que ahora se enfrenta a lo que significa perder esa centralidad visual.

Lo que sorprende, atrae e incomoda de The Last Showgirl es la franqueza con la que se mira a la protagonista. La película no evita primeros planos, ni suaviza arrugas ni contornos. Anderson aparece sin maquillaje, en una ciudad tan pendiente de la imagen como Las Vegas. En este acto de valentía, más allá del morbo, hay una forma de sinceridad que se usa como escudo. Anderson se expone y gana una nueva dignidad, tras haber sido tratada con tanta condescendencia por los medios.

The Last Showgirl sitúa el relato en una Las Vegas decadente, con escenarios que evocan inevitablemente a Showgirls (Paul Verhoeven, 1995): los camerinos decadentes, los pasillos tras bambalinas, las escaleras que una vez llevaron al estrellato y ahora parecen conducir al olvido. Pero aquí no hay rivalidades feroces ni ambición juvenil. No es una joven quien empuja a la protagonista a la caída, sino el propio paso del tiempo. La violencia es estructural: el show se ha vuelto obsoleto, el público ha migrado a consumos más crudos y explícitos. La provocación, la sensualidad, incluso la picardía han sido reemplazadas por una sexualidad explícita. Shelley, que parece erigirse como la última showgirl, insiste con una terquedad conmovedora en defender el carácter artístico de su oficio.

En esta mirada sobre el cuerpo envejecido como frontera de lo representable, The Last Showgirl se hermana, aunque con tonos muy distintos, con La sustancia (Coralie Fargeat, 2024), otra propuesta donde la transformación física de la mujer es retratada con crudeza casi cruel. Si allí el cuerpo era sometido a una transfiguración grotesca para satisfacer los dictados del deseo masculino, aquí el cuerpo es simplemente abandonado, dejado a la intemperie de la indiferencia

Entre la fragilidad y la lucidez

La actuación de Pamela Anderson ha sido recibida como una revelación, aunque el término no le hace justicia: más que revelar algo oculto, su trabajo aquí muestra lo que siempre estuvo a la vista pero nunca se quiso mirar. En The Last Showgirl, Shelley esgrime una fragilidad, una ingenuidad que bordea la simpleza, pero también una resistencia obstinada en sostener la idea de que su trabajo –el del espectáculo, el baile, la insinuación– tiene un componente artístico que merece ser defendido.

Esta ingenuidad, sin embargo, es una de las fisuras del guion de The Last Showgirl. Shelley toma decisiones difíciles de creer, no por inverosímiles, sino por lo mal justificadas que están. En algunos momentos, sus diálogos parecen escribirla desde una candidez que no se corresponde con lo que la película intenta construir. Es una fragilidad que emociona, pero que queda a veces a un paso de la caricatura.

Shelley se aferra con uñas y dientes a una forma de espectáculo que ya no interesa, que ha sido devorado por la lógica de lo viral, lo explícito, lo desechable. La provocación ya no seduce; solo busca impactar.

Ese desfase entre lo que el mundo demanda y lo que uno sabe hacer es el núcleo más doloroso de la película. Shelley mira su pasado con cierta fe en su oficio, como si bastara con recordar que aquello alguna vez tuvo valor. La película la acompaña en esa ilusión, pero no la confirma: Las Vegas sigue, indiferente, mientras ella intenta resistir desde un escenario cada vez más vacío.

Alrededor de Shelley orbitan ideas sobre la maternidad, la pareja, el rol de los hombres en el sistema del espectáculo. Algunas de estas líneas argumentales son extremadamente anticuadas y carecen de matices. El personaje de Eddie, por ejemplo, se mueve con comodidad entre las ruinas, demostrando que para algunos el envejecimiento no tiene el mismo costo. El guion apunta algunas críticas, pero no profundiza demasiado, y lo que sugiere sobre los vínculos familiares resulta menos universal de lo que aparenta.

Dirección visual impecable que no alcanza al fondo

Gia Coppola crea una atmósfera visual seductora, con imágenes íntimas de camerinos, pasillos tras bambalinas y escenarios que se apagan como si cada rincón del viejo teatro estuviera respirando su último aliento. Pero la película tropieza cuando se trata de los personajes secundarios: no están bien desarrollados, y algunos –como Eddie o Anette, la mejor amiga de Shelley– se perciben más como excusas narrativas que como presencias con vida propia, uy no porque los actores carezcan de talento, sino porque el guion les da poco espacio.

La dirección de actores de The Last Showgirl también deja que desear fuera del foco de Anderson: los secundarios se diluyen en una puesta que, por momentos, parece construida alrededor de una sola figura. La aparición de Jamie Lee Curtis como Anette, afortunadamente, aporta algo de equilibrio y variedad. Su personaje, una veterana que ya no necesita fingir nada, entrega una escena de baile al ritmo de Bonnie Tyler que es casi dolorosa y al mismo tiempo por lo conmovedora. Ella, al fin, ha comprendido.

The Last Showgirl presenta a sus personajes como seres quebrados, pero también obstinados, con una voluntad de persistencia que genera respeto. Su melancolía no es impostada: viene de un tiempo que se fue, de una forma de entender el cuerpo y el deseo que ya no tiene lugar. The Last Showgirl nos muestra que el tiempo ya no es lo que era.


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The Last Showgirl

6.2

Puntuación

6.2/10

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