Las críticas de Laura Zurita:
El cuento del lobo
Olga y Javier, una pareja de clase media, presencian como la chica que va a limpiarles la casa recibe mensajes amenazantes en su móvil. Ante esta situación, deciden intervenir, enfrentándose así a un repentino cambio de vida. La aparición del padre de la chica, las dudas y las diferencias cada vez generan más de interrogantes en una situación complicada de resolver. ¿Qué es lo correcto?
El cuento del lobo está escrita y dirigida por Norberto López Amado sobre la obra de Borja Ortiz de Gondra. En su reparto encontramos a Daniel Grao, Lucía Jiménez, María Romanillos y Paco Tous. La película se estrena en España el 16 de mayo de 2025 de la mano de A Contracorriente Films.
¿Intervenir o no?
El cuento del lobo, dirigida por Norberto López Amado, es una adaptación de una obra teatral de cámara, «Duda razonable» del dramaturgo Borja Ortiz de Gondra. La película plantea al espectador una pregunta incómoda: ¿Hay que intervenir cuando somos testigos de episodios de violencia? En el contexto, flotan también interrogantes de si, al intervenir o no, juegan también los prejuicios de clase y las relaciones de poder.
La historia comienza con Olga y Javier, una pareja acomodada, que escucha a su empleada doméstica, Lucía, recibir mensajes inquietantes. Aunque no están de acuerdo sobre cómo reaccionar, terminan involucrándose. Ese gesto, aparentemente altruista, desencadena una cadena de consecuencias imprevisibles que afecta no solo a ellos, sino también a la joven, a su padre y a otras figuras mencionadas pero nunca vistas. La tensión se construye a partir de silencios, dudas, y pequeños gestos que, acumulados, van enredando una red cada vez más espesa de sospechas y desconfianzas. La puesta en escena de la película se centra en cuatro figuras y espacios interiores, algo que refuerza esa sensación de jaula emocional; aquí, el peligro no acecha fuera, sino en lo no dicho, y en la moraleja del cuento al que refiere el título.
El cuento del lobo transcurre con educada lentitud, como en una espiral agónica. La progresión de la acción, a base de silencios prolongados y revelaciones a cuentagotas, funciona al principio. El espectador se siente desconcertado, casi perdido entre las mentiras y los fingimientos, y comprendemos la tesis de Olga, de que nunca llegamos a conocer de verdad a nadie. Conforme la película avanza, este recurso se estira y retuerce, con lo que el espectador puede sentirse extenuado, o incluso desentenderse, antes del desenlace. Ciertos giros se sienten demasiado forzados, y estiran al máximo la siempre obligada suspensión de la incredulidad.
Tranquilidad forzada e incómoda
El director de El cuento del lobo trabaja con una cámara casi estática, que delata el origen teatral del texto. Los encuadres cerrados confinan a los personajes en mundos muy pequeños. Los planos exteriores, escasos y que nada tienen que ver con la acción, funcionan más como recursos estéticos que como auténticas ventanas al mundo.
La paleta de colores trabaja habitualmente con tonalidades desaturadas, creando el ambiente frío y opresivo que la trama necesita e incitando al espectador a transitar por una tranquilidad forzada e incómoda. El director, por cierto, nos presenta de nuevo un texto de Olga, que habla de los colores y los estados de ánimo, en una metareferencia elegante.
Los intérpretes trabajan de manera fría y casi átona, manteniendo un espectro emocional muy de acuerdo con la estética de la película. Daniel Grao y Lucía Jiménez encarnan a una pareja golpeada por sus propias tensiones, que se irán revelando en una subtrama que no logra emocionarnos demasiado. María Romanillos mantiene una ambigüedad necesaria en Lucía, pero a su personaje le falta consistencia interna, o le sobran giros dramáticos. Paco Tous, interpreta un personaje con una energía no canalizada, y una evolución durante la obra que resulta difícil asimilar.
El cuento del lobo revela que la benevolencia más inocente puede sembrar un bosque de desconfianzas: cada silencio se vuelve jaula, cada gesto, trampa. La cámara inmóvil y la paleta deslucida subrayan un frío moral que late bajo la superficie. El ritmo pausado, tan inquietante como hipnótico, deja al espectador acechando su propia duda, en un thriller atípico y arriesgado.
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