Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 69 SEMINCI:
Septiembre dice
Ya hace tiempo que me harté de determinada estirpe de cineastas que practican un cine enfermizo, deliberadamente feo, con personajes tarados que viven únicamente para la crueldad. El líder de esta estirpe (o corriente si quieren llamarla así) es el griego Giórgos Lánthimos que antes de domesticarse (ligeramente) por los códigos de Hollywood, alcanzó gloria y reconocimiento festivalero con sus muy celebradas y para mí repulsivas Canino, Alps y Langosta. A esta corriente, se adscribe ahora la directora francesa de origen griego Ariane Labed que, para más señas, es la esposa del citado Lánthimos.
Y hay en este su primer largometraje titulado Septiembre dice muchas resonancias de aquel primer cine del director que ha encandilado al tío Óscar con La favorita o Pobres Criaturas.
Dos hermanas de aspecto (muy) siniestro, una se llama Julio y la otra Septiembre, viven en una casa bastante descuidada con una madre de origen hindú, más descuidada aún, que practica la fotografía de ínfulas artísticas y bebe más de la cuenta. Van a un colegio igualmente feo en el que son tratadas como freaks y sometidas a continuas burlas, humillaciones y agresiones por el resto de los alumnos, particularmente Julio (Mia Tharia) la más débil y retraída. Sin embargo, Septiembre (Pascale Kann) se defiende con agresividad y crueldad y ejerce una extraña protección sobre su hermana a la que cuida en el colegio y somete en su casa a lo que ella dice: Septiembre dice.
No conozco la novela “Hermanas” de Daisy Johnson sobre la que Ariane Labed escribe un guion obsesivo en el que todos los personajes están desquiciados y no tienen ningún rasgo de humanidad, sensibilidad o algo parecido. La dirección artística apoya la propuesta estética de su directora con localizaciones siniestras en una búsqueda continua de lo grotesco (un terrario lleno de gusanos, un dormitorio-desván lleno de trastos viejos que suponen la evocación al padre ausente que, por lo poco que se dice de él, debía ser un abusador).
Es cierto que Ariane Labed consigue crear (o recrear) una atmósfera claustrofóbica mediante una filmación inquietante y a ratos histérica. El problema es que todo parece tan premeditadamente concebido para incomodar al espectador que uno termina hastiado de tanta pose y tanta afectación disfrazada de indagación pseudointelectual sobre el lado oscuro de la naturaleza humana, por lo visto el único lado de la naturaleza humana que conocen o que les interesa. Me pregunto si trasladan esta pose también a su vida personal, por preguntarme, me pregunto hasta si les gusta el cine.
Según va avanzando la trama, las tres mujeres se trasladan a una casa deshabitada junto a la playa en la que, al parecer, había vivido su abuela. La atmósfera se hace aún más cerrada a pesar de que, por primera vez, parecen establecer una relación “normal” con otros seres humanos lo que dará pie a la iniciación en el sexo y el alcohol. Todo tratado sin profundizar en lo sustancial y enfatizando lo turbio.
En el tercio final de la película, Ariane Labed nos cuela (o pretende colarnos) un tramposo giro de guion que, a estas alturas, está más que visto. Evidentemente no voy a hablar aquí de en qué consiste ni en qué películas se ha visto ya igual o parecido. Pero se ve venir de lejos. El tramo final de la película toma cierto brío y coquetea con el cine fantástico e, incluso, con el terror, pero todas las propuestas están ya también demasiado vistas.
No dudo que este tipo de cine tiene su público. Lánthimos tiene más seguidores que detractores y el llamado Nuevo cine griego ha hecho las delicias de cierto sector de la crítica. Que lo disfruten.
Lo malo de este tipo de cine no es el tipo de cine que es y que tiene su público. El problema son los imitadores de la propuesta, de la que si encima no te gusta, ni te digo lo que puede suponer el intento de imitación.