Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 69 SEMINCI:
Harvest
La guionista, directora y actriz ocasional griega Athina Rachel Tsangari, presenta la que podría ser su película más ambiciosa hasta la fecha en cuanto a producción y la más domesticada en cuanto a fórmulas narrativas: la adaptación de Harvest, publicada en España como Cosecha, la prestigiosa novela del escritor inglés Jim Crace que, en algunas de las numerosas listas que publican los círculos literarios (la del periódico The Guardian, por ejemplo), está considerada como una de las cien mejores novelas de lo que va de siglo XXI.
La acción nos traslada a una remota aldea inglesa cuyos habitantes viven de la agricultura, la ganadería y el pastoreo. No conocemos el nombre del pueblo y tampoco se precisa la época aunque evoca a finales del siglo XVII o inicios del XVIII. La aldea, gobernada como un Señorío, es regida por el Maestro Kent (Harry Melling) que trata de impartir justicia según los cánones de la época.
La película, como ocurría con la novela, es contada desde la perspectiva de un narrador protagonista, Walter Thirsk (Caleb Landry Jones), un agricultor viudo que vive con una nueva mujer y lleva una vida solitaria y agreste que incluye mordisquear la corteza de los árboles, embadurnarse de barro y llevar una higiene un tanto descuidada.
La rutinaria vida de la aldea es interrumpida con la llegada de tres forasteros, dos hombres y una mujer que, para mayor complicación, coincide con el incendio de un establo. Los ojos acusatorios de la comunidad se posan sobre los tres extraños que son rápidamente juzgados y acusados por el Maestro Kent, a la mujer le rapan su hermosa cabellera y los hombres son condenados a permanecer en la picota por un número indeterminado de días. A todo esto, otro forastero llamado Phillip Earle (Arinzé Kené), cartógrafo de oficio, está dibujando una mapa de las tierras por encargo del maestro, no se sabe muy bien con qué propósito.
A partir de aquí la película evoluciona hacia un nuevo orden instaurado por el primo del Maestro Kent que ha llegado para reclamar su derecho a gobernar las tierras en medio de celebraciones locales, pulsiones sexuales soterradas y demás intrigas de poder.
La directora Athina Rachel Tsangari parece más interesada en la composición de los planos, de orientación marcadamente pictórica, y en mantener una propuesta estética coherente que en hacer avanzar la narración de un modo fluido, así, los 133 minutos de metraje se antojan excesivos para un film que transcurre con un ritmo lento y una cadencia demasiado contemplativa. Los personajes no están lo suficientemente bien anclados al relato, algo particularmente grave en el caso del protagonista Walter Thirsk cuya caída en desgracia no tiene la fuerza suficiente precisamente porque durante gran parte del film ha aparecido como un ente con vínculos afectivos sin definir. Parece apuntarse una atracción homosexual entre su personaje y el Maestro Kent, pero apenas aparece abocetada en el guion y torpemente subrayada por la realización.
El resultado es una película de atmósfera desasosegante, asfixiante a pesar de estar en su mayoría filmada en plena naturaleza y de brillante propuesta estética, pero con momentos de aburrimiento exasperante y carente de cualquier atisbo de emoción. Hacia el final, Harvest consigue cierto tono y el argumento apunta a una especia de Las brujas de Salem (pero sin macartismo). Para entonces una mayoría de espectadores ya se ha desentendido de la suerte de los personajes y poco importa el destino de estas gentes que parecen nacidas bajo las sombras del fatalismo. Queda el esfuerzo estético de la directora, pero Harvest no deja de ser un envoltorio con poco contenido cuyo recuerdo durará poco. No me pregunten por ella dentro de un par de semanas.
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