Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Bonnard, el pintor y su musa
Llega a la cartelera española un nuevo título del género biopic, subgénero biopic de artistas, de los que existen a docenas. Son particularmente frecuentes las de pintores o escultores franceses de las que en los últimos años se me vienen a la memoria, sin apretarla demasiado, Renoir (Gilles Bourdos, 2012), Gauguin, viaje a Tahití (Edouard Deluc, 2017) o Rodin (Jacques Doillon, 2017). Es el turno ahora de Pierre Bonnard, un pintor menos popular que los anteriores y, por tanto, menos conocido para los no estudiosos o aficionados al arte, pero que, sin embargo, fue una figura trascendental en la renovación de la pintura de finales del siglo XIX con la fundación del grupo de los Nabis junto a Paul Sérusier, Édouard Vuillard o Félix Vallotton entre otros jóvenes pintores que, influidos por Gauguin, se hacía llamar nabí (profeta), adoptaron un particular uso del color en sus formas más puras y brillantes y a los que, años después, se consideró precursores del arte abstracto.
En su título original francés, la película se titula Bonnard, Pierre et Marthe, una ligera variación pero demasiado significativa para obviarla en la torpe versión del título en español Bonnard, el pintor y su musa, porque Marthe Bonnard (de soltera Marthe de Méligny) fue mucho más que una musa convencional: fue el amor de la vida de Pierre Bonnard (Vincent Macaigne), su compañera durante casi cinco décadas y su esposa durante los últimos años. Y es precisamente Marthe, interpretada por la magnífica Cécile de France, la verdadera protagonista de un film que, por encima otras cosas, cuenta una historia de amor.
Y es que antes de que los historiadores del arte se hagan ilusiones, habrá que aclarar que no hay demasiado historicismo artístico en el segundo acercamiento del realizador francés Martin Provost a los biopics de pintores tras su exitosa Séraphine sobre la pintora Séraphine de Senlis con la que ganó 7 premios César en 2008. Por muy atractivo que sea encontrarse en la pantalla con personajes como Claude Monet (André Marcon) o Édouard Vuillard (Grégoire Leprince-Ringuet), en Bonnard, el pintor y su musa no hay secuencias en las que se debata sobre las disquisiciones artísticas que aglutinaron a los pintores Nabis o se asista al proceso creativo de Bonnard más allá de unos cuantos planos del perfil ensimismado de Vincent Macaigne pegado al lienzo con el lápiz o el pincel en la mano.
La película comienza en el París de 1893, momento en el que Bonnard conoció a Marthe en la calle y la convenció para que posase para él en su estudio. A partir de aquí, la película hace un recorrido por la atormentada vida de ambos, Pierre víctima de sus vacilaciones artísticas y emocionales y Marthe siempre acomplejada por sus orígenes humildes que se contraponen con las más selectas compañías que frecuenta Pierre en los círculos artísticos de París, entre ellas la de la célebre pianista Misia Sert (Anouk Grinberg), musa y mecenas de artistas, cuya ambigua relación con Bonnard despertaría los celos de Marthe durante toda su vida.
Provost estructura su película en cuatro actos (con largas elipsis entre ellos) a partir de cuatro momentos vitales: el ya citado 1893 en París del cual saltaremos a 1914 cuando Pierre y Marthe se han instalado en una casa de campo, de ahí a 1918 cuando se desarrolla toda la parte central del film en la que Marthe también se inicia como pintora y, finalmente, a la localidad de Le Cannet en 1942 cuando, ancianos ambos, afrontan el final de sus vidas.
Es este último acto, en mi opinión, el mejor conseguido de los cuatro tanto por la depuración de artificios de filmación como por la sutil emotividad puesta en relatar los últimos días de Marthe. Ambos actores, a pesar de estar caracterizados como ancianos (algo que suele resultar demasiado artificioso) ofrecen sus mejores momentos, particularmente un Macaigne que, durante el resto del film parece un tanto encorsetado en su caracterización física. El conjunto de los cuatro actos, desiguales tanto en duración como en tensión narrativa completan una película quizá demasiado larga, irregular y tan fragmentada que obvia algunos episodios importantes de la carrera artística del pintor (como su faceta de ilustrador publicitario) en favor de episodios de su vida amatoria como la relación con la amante italiana a la que interpreta Stacy Martin que se resuelve de forma un tanto atropellada.
Hay tanta oscuridad en la filmación de interiores (parece que hay directores empeñados en que no se vean sus películas) como contención en la de exteriores evitando la tentación de recrearse demasiado en el paisaje. La sucesión de arrebatos de celos y vaivenes emocionales acaba resultando fatigosa, pero, como se ha dicho, la depuración y sensibilidad con que es filmado el tramo final del film termina dejando un buen sabor de boca.