Las críticas de José F. Pérez Pertejo en el 72 SSIFF:
Sección Oficial
On Falling
Durante la proyección de On Falling, producción británica, que supone el debut en la dirección de la joven portuguesa Laura Carreira, no pude evitar acordarme del cine de Ken Loach: esa precariedad laboral, esa vulnerabilidad de los trabajadores, esa mirada recia y firme hacia los rigores del capitalismo que tantas veces hemos visto en películas del octogenario británico. Al salir del cine, consultando las notas de prensa, descubro que tras el film está Sixteen Films, la productora de Ken Loach. Y uno termina de atar cabos.
Hay varias cualidades irreprochables en la película de Laura Carreira. La primera es su sobriedad formal. No hay veleidades de realización que nos aparten de lo nuclear, de lo que nos ha venido a mostrar: la dura realidad de Aurora (Joana Santos), una inmigrante portuguesa en Escocia que trabaja en un almacén como “picker”, es decir, localizando objetos, de lo más variopintos, en interminables pasillos llenos de estanterías, leyéndolos con un lector de códigos de barras y depositándolos, a continuación, en un carro con ruedas que empuja impenitentemente durante toda su jornada laboral. Se supone que esos productos han sido comprados a través de alguna compañía de venta online tipo Amazon y deben ser localizados en el almacén para poder ser expedidos a sus compradores.
Aurora trabaja con rapidez y diligencia, la semana que consigue ser una de las mejores pickers del almacén es premiada por sus jefes con… una chocolatina a elegir de entre todas las que están en un cestillo. La semana cuyo ritmo de trabajo flojea, sufre una llamada de atención y es invitada a aumentar su velocidad. Un trabajo gris que Laura Carreira filma, como se ha dicho, con austeridad de medios y rigor visual. Esos planos con la protagonista de espaldas en los que vemos su firmeza con muchos de los objetos y sus titubeos con algunos son tan poderosos visualmente como sencillos en su planteamiento formal.
La segunda de las virtudes de On Falling es la coherencia visual con la que Carreira encara la filmación de la vida profesional de la protagonista y la continuidad con su vida personal, siempre al borde del colapso.
Y la tercera virtud es su protagonista, Joana Santos, que dota a su personaje de gran autenticidad y naturalidad. Dice muchas cosas con su mirada sin necesidad de hablar. Particularmente durante su vida personal, fuera del almacén, que no es mucho más halagüeña que en el trabajo. Vive en un piso de habitaciones compartidas con una cocina común cuyos armarios y frigorífico corren continuo peligro de ser saqueados por algún compañero desaprensivo amigo de lo ajeno.
Carreira utiliza con acierto el fuera de campo, las secuencias en las que el relato se ha desplazado a lo que escuchamos mientras vemos la reacción de la protagonista son tan ásperas como veraces. (Ese apagón de luz mientras se ducha por no haber pagado la factura durante la semana que le tocaba es tan ilustrativo como demoledor).
No es difícil empatizar con la vida de alguien cuya economía mensual se va al traste por un gasto imprevisto como reparar la pantalla del móvil rota accidentalmente y cuyo importe asciende a más de lo que gasta en comer durante casi todo el mes. Todo se desarrolla en un entorno precario en el que un recién llegado polaco que puede permitirse hacer una compra un poco más grande en el supermercado, parece un multimillonario.
Carreira mantiene el relato alternando secuencias entre la vida laboral y personal de su protagonista. Filma ambas con delicadeza, con sobriedad, con una profunda tristeza que se contagia a todo el film en su conjunto. Sin embargo no hay proclamas sociales, no hay discursos políticos, no hay soflamas reivindicativas y, lo más agradecible, no hay ningún interés didáctico en dar lecciones de comportamiento o intentos de hacer sentir a uno culpable por tener una vida más confortable que la de la protagonista.
Hay, sin embargo, muchos temas subterráneos tras la cámara de Laura Carreira. La soledad impenitente de nuestra protagonista y la sombra del suicidio que, de un modo sutil, distante incluso, sacude lo que sucede en primer plano.
El problema de On Falling es que a lo largo de su metraje no nos lleva a ningún sitio. El retrato de la sufrida clase obrera del siglo XXI se queda en eso, en un retrato obtenido con una cámara fotográfica cuyo tiempo de obturación es de 104 minutos. Y el problema de este tipo de imágenes es que quedan, inevitablemente, sobreexpuestas. No coge a nuestra protagonista en un sitio para dejarla en otro. El punto de llegada es el mismo que el de salida a pesar de los jueguecitos cuasi infantiles con sus compañeros. Y al finalizar el triste retrato de Aurora, uno no puede preguntarse más que ¿y qué?… ¿qué puede hacer por liberarse del yugo explotador?… ¿cómo salir de la espiral de mediocridad consentida, pobreza asumida y soledad acomodada? Y al salir del cine nos caemos. No sabemos muy bien dónde, pero nos caemos.