Las críticas de José F. Pérez Pertejo en el 72 SSIFF:
Ciclo-Retrospectiva – Italia violenta. El cine policiaco italiano.
Buenos días, noche (2003)
En 2003, con Buenos días, noche, Marco Bellocchio se acercó por primera vez a uno de los episodios más truculentos de la historia (cada vez menos) reciente de Italia, el llamado caso Moro, es decir, el secuestro y posterior asesinato del que fuera primer ministro y, en el momento de su secuestro, presidente del partido conservador Democracia Cristiana, Aldo Moro. Y decimos que lo hizo por primera vez porque diecinueve años después volvería a hacerlo en su magnífica miniserie Exterior noche.
La diferencia entre ambas obras, aparte de la muy discutible diferencia de formato cinematográfico frente a formato televisivo puesto que la miniserie se exhibió en cines y obtuvo varios de los premios cinematográficos más importantes del año (incluido el David de Donatello a la mejor película); estriba en que mientras la serie, a lo largo de sus más de cinco horas de metraje divididas en seis capítulos reconstruye todo el momento político que vivía Italia: los pormenores del secuestro con las reacciones de la sociedad italiana, de la clase política y hasta del Papa Pablo VI, los detalles del cautiverio y el posterior asesinato; la película que ahora nos ocupa, en sus 106 minutos, se centra en los terroristas, pertenecientes al movimiento de extrema izquierda Brigadas Rojas, que asesinaron a los cinco escoltas de Aldo Moro en el momento de su secuestro y mantuvieron cautivo al político durante cincuenta y cinco días antes de dejarlo, con once disparos encima, abandonado en el maletero de un coche que, estratégicamente aparcaron en un lugar a la misma distancia de las sedes del Partido Comunista de Italia y de la Democracia Cristiana.
Buenos días, noche comienza a finales de 1977, cuando una pareja de brigadistas, Chiara (Maya Sansa) y Ernesto (Pier Giorgio Bellocchio) alquilan una casa con la intención de que haga las veces de piso franco del comando terrorista y ocultar un zulo tras estanterías de libros en el que mantener retenido a Aldo Moro (Roberto Herlitzka). A partir de ahí, toda la película será contada a través de la mirada subjetiva de Chiara que, quizá, se erige en protagonista del film como una brigadista convencida ideológicamente pero que, a lo largo del secuestro, sentirá como su militancia política entra en conflicto con su oposición al asesinato de un ser humano.
Bellocchio rueda con pulso y sentido del ritmo una puesta en escena marcadamente teatral (casi todo el film se desarrolla en interiores) en el que la vida cotidiana de los secuestradores, sus dudas y contradicciones, y su ambigua relación con el secuestrado están muy por encima del relato histórico de los acontecimientos y del discurso político que pudiera extraerse. De hecho, para alguien que no esté demasiado al corriente de los pormenores del caso Moro, puede resultar difícil entender el porqué de algunas secuencias documentales intercaladas a lo largo del film.
Maya Sansa, cuyo punto de vista, como se ha dicho, vehiculiza el sentido narrativo de la película, aporta cierta frescura a un ambiente continuamente tenso y seco. Su personaje, Chiara, es el único de los brigadistas que mantiene contacto con el exterior, de hecho sigue acudiendo a su trabajo como bibliotecaria durante el secuestro y tiene una inquietante relación con su compañero de trabajo, un escritor en ciernes. A través de ella, Bellocchio incorpora algunas secuencias oníricas (tan frecuentes en su cine) en las que las ensoñaciones de Chiara se difuminan con la realidad creando más confusión narrativa que poesía.
La conclusión es que Buenos días, noche no es ni un thriller policiaco al uso (falta la parte de la investigación policial), ni un film político (le falta discurso y profundidad a las conversaciones entre Moro y sus secuestradores), ni una película histórica (como se ha dicho, el espectador que no esté un poco informado sobre lo que ocurría en Italia en 1978 no se enterará de mucho). Estamos más bien ante una película dramática, basada en una novela (“El prisionero” de Laura Braghetti) que, a pesar de sus carencias narrativas, se ve con interés gracias a una realización depurada, a unos intérpretes notables y a una ecléctica selección musical que incluye desde temas de Pink Floyd hasta arias de Verdi.