Las críticas de Óscar M.: El cuervo (The crow)
En El cuervo (The crow), las almas gemelas Eric y Shelly son brutalmente asesinados cuando los demonios de su oscuro pasado les alcanzan. Ante la oportunidad de sacrificarse para salvar a su verdadero amor, Eric propone vengarse despiadadamente de sus asesinos, atravesando el mundo de los vivos y los muertos para saldar sus deudas. La adaptación dirigida por Rupert Sanders (Blancanieves y la leyenda del cazador) es una moderna reinvención de la novela gráfica original de James O’Barr, protagonizada por Bill Skarsgård, FKA twigs y Danny Huston.
Han pasado 30 años desde que Brandon Lee y Eric Draven fallecieran de manera trágica en la realidad y en la ficción, respectivamente, con la película El cuervo. Desde ese momento, la leyenda no hizo más que encumbrar a la primera película de Alex Proyas como película de culto y su legado se ha mantenido a duras penas en las pantallas. Sólo dos años después, en 1996, se estrenó la personalísima y amarilla El cuervo: Ciudad de Ángeles, que fue seguida de la dolorosa de ver El cuervo: Salvación en el 2000 y la aberración llamada El cuervo 4: La plegaria maldita, directa al formato doméstico.
Pero la fábrica de los sueños continúa explotando el factor nostálgico hasta un punto en el que ya comienzan a notarse los estertores finales, resucitando sagas ya explotadas como la de El cuervo o creando secuelas innecesarias como la próxima Gladiator II o que debieron hacerse hace mucho tiempo, como Bitelchús, Bitelchús, pero centrémonos en la nueva versión o reinicio de la adaptación de la novela gráfica de James O’Barr, que llega a los cines el 30 de agosto de 2024 de la mano de TriPictures.
Un nuevo cuervo para un nuevo público
El cuervo (The crow) es una revisitación completa de la obra, actualizando los puntos clave de la trama original, pero adaptándolo a la nueva audiencia. Se ha abandonado el punto de vista gótico, el grunge que imperaba en las anteriores películas, la crítica social o la representación en pantalla de los suburbios para trasladar la historia a un nivel elitista y acaudalado. En este aspecto, hay ciertos momentos que recuerdan a la última versión de Candyman, la cual también obviaba explícitamente a los marginados para centrarse en los nuevos ricos y los nuevos barrios altos de la ciudad.
Aunque los nombres y la principal historia de amor y posterior tragedia permanece presente, se ha retrasado en exceso la conversión del personaje principal en el vengador del título, otorgando más importancia a los momentos conjuntos de la pareja y al villano que a la resurrección y venganza que motivaba la historia.
La película de Rupert Sanders ha optado voluntariamente por incorporar uno de los ejes centrales de El cuervo 4: La plegaria maldita, infravalorando al guía principal y centrándose más en el mundo místico y los poderes sobrenaturales del villano, pero el guión decepciona en el momento final cuando debe dar las necesarias explicaciones sobre su origen, cuya importancia se ha molestado en desarrollar.
El dinero es la nueva venganza
En esta nueva versión, incluso antes de los títulos de crédito, se produce un extenso desfile de productoras (hasta nueve según he encontrado), demostrando el arduo proceso de financiación que ha sufrido la producción y la cantidad de presupuesto que se ha aportado y que ha sido necesario para ponerla en marcha, rondando los cincuenta millones de dólares.
Esta abultada cantidad de dinero invertido se traduce visualmente en una película donde se ha elevado hasta niveles exagerados todo lo que vemos en pantalla, desde el vestuario, la fotografía o los efectos visuales hasta unas localizaciones impresionantes (con especial detalle a las escenas situadas en la ópera) en Alemania y República Checa. Haciendo olvidar los desastrosos y pobres efectos especiales de películas anteriores o los planos con miniaturas.
Estos aspectos técnicos suplen el escaso esfuerzo interpretativo del reparto, con una justísima FKA twigs rozando el mínimo deseado (un caso similar al casting de Aaliyah en La reina de los condenados) y un musculadísimo Bill Skarsgård, el cual ha encontrado en esta nueva adaptación de «El cuervo» un vehículo para enseñar carne tras sus incontables horas en el gimnasio.
El más allá que estábamos esperando
Cuando El cuervo (The crow) sobrepasa la hora de duración y el ritmo parece que va a decaer, es cuando la película da el giro necesario, encuentra su sitio, cambia completamente de estilo y se convierte en una festival sangriento de manera inesperada, casi al mismo tiempo que los personajes principales intercambian sus roles, los espectadores cambiarán su concepto sobre la adaptación.
Hasta ahora nadie había tardado tanto tiempo en subir unas escaleras como John Wick y, precisamente, la película protagonizada por Keanu Reeves parece ser la principal fuentes de inspiración para los guionistas cuando escribieron la escena de la ópera. Esta espiral de acción sin freno ni censura consigue justificar la nueva actitud del personaje y que el público disfrute por fin de la película.
Esta tardanza en llegar al deseado punto álgido es bastante reprochable para los guionistas (William Josef Schneider es debutante y Zach Baylin se encargó de escribir la adaptación Gran Turismo) aunque su duración de apenas una hora y cuarenta minutos facilita su visionado y que su marcado tercer acto sea lo más representativo posible y lo más comentado y recordado cuando finaliza.
El cuervo (The crow) es una solvente actualización de la novela gráfica, que mantiene vigentes sus raíces aunque se pierdan entre montañas de dinero (real y figuradamente), pero si este nuevo cuervo sangriento provoca que un nuevo público acuda al cómic de referencia o a la película original de 1994, su objetivo estará más que cumplido.