sábado, julio 27, 2024

Crítica de ’Los buenos profesores’: El humanismo de una profesión seria

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Los buenos profesores

Con unos meses de retraso tras su presentación, fuera de competición, en la sección oficial del pasado Festival de San Sebastián, llega a la cartelera española Los buenos profesores, el quinto largometraje del director francés Thomas Lilti que, tras haber dedicado su filmografía, casi por completo, a la que es su profesión fuera del mundo del cine, la medicina, cambia ahora de sector para dedicarse a la enseñanza, otra profesión “de utilidad pública” sobre la que también suele aplicarse el apelativo “vocacional”, ese adjetivo tan manoseado, relamido y utilizado para justificar que sus profesionales tengan que soportar lo insoportable. Ya saben: “lo tuyo es vocacional” y a partir de ahí uno tiene que tragarse sin rechistar el salario, el horario, la carencia de recursos o la falta de seguridad.

Los buenos profesores (su título original Un métier sérieux podría traducirse como “Una profesión seria”) no adopta, sin embargo, un papel de película denuncia ni trata de erigirse como un documental acerca de la situación de los profesores de instituto. Thomas Lilti escribe una dramedia que transita entre lo amable y lo cotidiano apoyándose en algunas de sus mejores armas como guionista y como realizador.

En primer lugar, la construcción de unos personajes sólidos que consigue hacer empatizar con el espectador mediante tres o cuatro pinceladas de escritura. En segundo lugar, su cadencia narrativa a través de escenas sucesivas, la mayoría de apariencia intrascendente y que, a menudo, quedan inconclusas antes de pasar a la siguiente, como si su autor (en su doble vertiente) estuviera más interesado en proponer que en exponer, en preguntar que en responder, en interpelar que en sacudir conciencias.

Y, en tercer lugar, y esta es probablemente la mayor virtud de Lilti como narrador cinematográfico, su capacidad para reflejar con verosimilitud como la vida personal y profesional acaban por solaparse y afectarse. Los suyos son personajes con problemas, que cuando terminan su jornada laboral (ya sea en un hospital, en un consultorio médico rural o en un instituto) tienen que enfrentarse a crisis de pareja, abandonos, hijos problemáticos, padres defraudados, viviendas precarias, enfermedades propias o familiares enfermos. Y todos esos problemas no pueden dejarse en casa cuando uno va a trabajar de la misma manera que uno no puede, en determinadas profesiones, dejar las tensiones laborales al salir del trabajo y no llevárselas a casa.

No entra Lilti en las relaciones entre los alumnos, no es esa la película que quiere contar, lo que le interesa son las vidas de los profesores, el (des)equilibrio entre sus vidas privadas y su ejercicio profesional en el instituto y cómo ambos espacios, el personal y el laboral, moldean el carácter, la situación anímica y la manera de relacionarse con los demás.

No hay en Los buenos profesores una dramaturgia clásica con planteamiento, nudo y desenlace, lo cual provoca que, cuando termina, uno no tiene tanto la sensación de que le han contado una historia como de que le han invitado a convivir con unos personajes durante un poco menos de dos horas.  Los buenos profesores se enmarca en un cine humanista en el que los personajes están siempre por encima de las acciones, es por eso que, en una lectura superficial, uno puede caer en la falsa impresión de que no ocurre nada con enjundia. Pero hay momentos en los que el film adquiere un tono más grave, como en el comité disciplinario o la crisis del personaje de Louis Bourgoin que, presa de un ataque de nervios, encierra a sus alumnos en el aula. A través de esos momentos, Lilti, hace avanzar la narración y fija las claves de lo que quiere hacer con su película: mostrar a una serie de personajes que, desde sus carencias e imperfecciones, siguen empeñados en encontrar un sentido a sus vidas a través en una profesión entendida como “ayuda” a los demás. Una visión quizá un tanto idealizada, pero que su autor aborda desde el realismo en todos los aspectos de la producción, el naturalismo interpretativo de sus actores y un sentido del humor que impregna muchas de sus secuencias.

Aunque podría hablarse de un reparto más bien coral que de un film con roles principales y secundarios, Los buenos profesores está protagonizada por Vincent Lacoste (presente en tres de los cinco films de Lilti) dando vida a un inexperto profesor sustituto de matemáticas que trata de integrarse con unos compañeros que llevan mucho tiempo trabajando juntos y con unos alumnos en una edad en la que cualquier cosa les despierta más interés que aprender a calcular el área de una esfera.

Para el reparto (probablemente lo más sobresaliente del film), Thomas Lilti se ha rodeado mayoritariamente de actores con los que ha trabajado previamente como el citado Lacoste (protagonista de Hipócrates),  William Lebghil (presente junto a Lacoste en Mentes brillantes), François Cluzet (Un doctor en la campiña) o Louise Bourgoin (Hipócrates en su versión en serie televisiva) a los que se une Adèle Exarchopoulos que en poco tiempo ha pasado de interpretar a adolescentes problemáticas a profesora de adolescentes problemáticos.

Todos estos intérpretes se empapan del humanismo realista de Lilti en un film que no viene para descubrir nada nuevo, pero sí para mover a la reflexión del espectador interesado en conocer la realidad de la enseñanza pública y huir de los estereotipos de opinión.

Los buenos profesores

7.5

Puntuación

7.5/10

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