sábado, julio 27, 2024

Crítica de ’Maestro’: Leonard Bernstein y la virtud de la contradicción

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Maestro

Llevo varios años abominando (verbalmente y por escrito) de la epidemia de biopics que afecta a la producción cinematográfica mundial e infecta cual sarna a los votantes de los premios cinematográficos del año. Votantes que, como si fueran el jurado de un programa televisivo de imitadores, caen rendidos a los pies de actores y actrices que reproducen en pantalla el catálogo de posturas, movimientos, gestos, tics y voz de personajes célebres de lo más variopinto.

Pero como ya he asumido que cuando uno expone sus opiniones en público corre el riesgo de caer víctima de sus contradicciones, diré sin el más mínimo rubor que el biopic de Leonard Bernstein, que con el título de Maestro ha dirigido Bradley Cooper, me ha parecido absolutamente fascinante.

Cooper, que asume también el protagonismo del film, deja claro con su segunda película como realizador (tras su sonado debut con Lady Gaga en Ha nacido una estrella) que su afán por dirigir va más allá del capricho de un actor guapo y reputado. Hay, en su (brevísima) filmografía como director, razones suficientes para pensar que su nombre, si persevera, podrá sumarse en unos años a los de Robert Redford, Mel Gibson, George Clooney, Ben Affleck o (palabras mayores) Clint Eastwood, actores todos ellos que han desarrollado una filmografía como directores igual de importante o más (caso de Affleck) que la interpretativa.

Tras una breve secuencia inicial, en color y formato panorámico, de una entrevista a un anciano Bernstein, la película se transporta a su juventud a través de un formato 4:3 en blanco y negro. (Este juego de formatos, fotografías y texturas es, sin duda, una moda un tanto arbitraria de estos tiempos en los que lo digital permite deslizarse entre unos y otros con relativa facilidad).

Maestro

El guion de Josh Singer y el propio Cooper nos sitúa en 1943, cuando un Bernstein de 25 años se encontró con su oportunidad de oro al enfermar el director titular de la Orquesta Filarmónica de Nueva York y debutó, con retransmisión televisiva incluida para todo el país, sin haber podido ensayar la obra con la orquesta ni con el solista. El tremendo éxito de aquel debut y su incuestionable capacidad para hacer contactos le abrieron las puertas de la fama y la gloria que no le abandonaron hasta su muerte.

Como la mayoría de los biopics, Maestro intenta hacer un equilibrio entre la vertiente profesional y la íntima del personaje en cuestión. En este sentido, la película no es un repaso por la trayectoria artística del compositor estadounidense, de hecho, si algo se echa de menos es un poco más de detenimiento en algunos de los hitos de su carrera como, por ejemplo, la composición de West Side Story sobre el cual se pasa de tapadillo. Pero es precisamente en este equilibrio entre lo público y lo personal donde Cooper es capaz de generar la tensión narrativa que convierte a Maestro en algo más que un concurso de imitadores Deluxe.

Porque como el propio Bernstein aclara en una entrevista en el show de Ed Sullivan, su faceta de compositor necesita alimentarse del aislamiento de la intimidad y la de director de orquesta debe, por el contrario, nutrirse de los públicos oropeles del prestigio, la fama y, su hermana pequeña, la popularidad.

Cooper construye (en su triple faceta de guionista, director y actor) a un Leonard Bernstein dueño y rehén al mismo tiempo de sus contradicciones. Su carisma y encanto personal chocan con el doloroso e íntimo desencanto por no haber compuesto más obras, su aparentemente convencional vida familiar (esposa, hijos, casa…) se desvanece ante los instintos de una bisexualidad asumida y no escondida, pero tampoco satisfecha por completo hasta, al parecer, los últimos años de su vida. En todo este confrontamiento de Bernstein con su carácter contradictorio, no hay juicios morales ni de ninguna clase, Cooper retrata (e interpreta) al hombre y al genio con la misma franqueza.

Maestro

Pero a estas alturas de este escrito, con varios párrafos ya consumidos, falta por exponer la principal razón que aleja a Maestro de un biopic al uso (aunque convencionalismos, claro está, hay unos cuantos). Y esta razón no es otra que, durante buena parte de la película, el protagonismo es compartido cuando no devorado por otro personaje, el de su esposa, la actriz chilena Felicia Montealegre con el que Carey Mulligan vuelve (y van ya un montón de veces) a demostrar que es una de las mejores actrices del panorama cinematográfico actual (y no hablo únicamente de Hollywood o del cine de amplia difusión, no, hablo de todo el cine).

A mí, que imagino que como una gran mayoría de los espectadores no conozco de nada a la Felicia Montealegre real, me resulta imposible saber cuánto hay de imitación y cuánto de creación en el trabajo de Mulligan; lo que me resulta extremadamente fácil es darme cuenta de su sutileza interpretativa, de la cantidad de matices emocionales que es capaz de incorporar en gestos mínimos, de su delicada representación del enamoramiento, de sus dolorosos silencios, de su soterrada resignación al desencanto vital y del miedo contenido ante la cruel enfermedad.

El reparto se completa con una nómina de sólidos actores entre los que destaca Maya Hawke como Jamie Bernstein, la hija mayor de Bernstein y Montealegre.

Maestro es una producción de Netflix que se estrenará en la plataforma en apenas unos días, pero si viven en una ciudad de las que tienen la suerte de gozar del limitado estreno de la película en cines, no lo duden, vayan a verla en pantalla grande que es dónde hay que ver las películas. Todos los demás artilugios, incluyendo las pantallas de televisión buenas y grandes, están muy bien para volverlas a ver, pero nada puede sustituir al visionado de una película en una sala de cine.

«Una obra de arte no responde a las preguntas, las provoca; y su significado esencial está en la tensión entre las respuestas contradictorias»

Leonard Bernstein

Maestro

8.5

Puntuación

8.5/10

1 COMENTARIO

  1. La película se queda coja al centrarse únicamente en su vida privada (que al mismo tiempo, no habla de su bisexualidad, sino que lo presenta como un homosexual con esposa…) dejando de lado tanto su faceta como compositor y educador musical. Las actuaciones son impecables, pero Carey Mulligan se come la función. Totalmente, es un director a seguir.

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