Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 68 SEMINCI:
El rapto
Con una prolífica filmografía que incluye más de veinticinco películas, varios cortometrajes, documentales y productos televisivos, a sus 83 años, el veteranísimo Marco Bellocchio se suma a la lista de octogenarios que, lejos de plantearse la retirada, siguen al pie de la cámara filmando películas con el pulso y el rigor de cineastas en plena forma.
El director de El diablo en el cuerpo (1986) , La Balia (1998) o Buenos días, noche (2003) entre otros títulos, presenta ahora El rapto (Rapito), un drama de época inspirado en la historia real de Edgardo Mortara, un niño judío que en 1858, a los seis años de edad, fue separado a la fuerza de su familia para ser educado como cristiano con el pretexto de que había sido bautizado (sin el conocimiento ni el consentimiento de su familia) y que el bautismo era la constatación irrefutable e irreversible de que era cristiano y, por tanto, según las leyes eclesiásticas no podía ser educado por una familia no cristiana.
Bellocchio inicia el film con un breve prólogo en el que nos sitúa en la Bolonia de 1852 que por aquel entonces pertenecía a los Estados Pontificios y, por tanto, estaba bajo la autoridad directa del papa. El recién nacido Edgardo sufre unas fiebres que hacen que una doncella cristiana, convencida de que el niño está a las puertas de la muerte, le administra el bautismo en secreto para evitar que vaya al limbo.
Cuando seis años después, la doncella le cuenta a Feletti (Fabrizio Gifuni), jefe de la Santa Inquisición en Bolonia, que el niño había sido bautizado, una comitiva de la iglesia visita a la familia Mortara (que tiene siete hijos) para identificar al pequeño Edgardo (Enea Sala) y llevarlo a Roma por la fuerza donde habrá de ser educado en un internado para hijos de judíos conversos. Todo ello ante el estupor y la resistencia de su padre Momolo Mortara (Fausto Russo Alesi) y su madre Marianna (Barbara Ronchi).
A partir de la llegada del niño a Roma y que el Papa Pío IX (Paolo Pierobon) se obsesione con el niño y asuma personalmente su educación cristiana, El rapto se mueve entre el thriller de época (la familia de Edgardo intenta secuestrarle para devolverle al hogar) y el drama histórico con el que, además de mostrar la intransigencia, la intolerancia y el abuso de poder de la Iglesia Católica decimonónica, Bellocchio va repasando los diferentes episodios históricos que, tras las revueltas de 1860 y la temporal pérdida de Bolonia por parte del papado, se siguieron de la ayuda militar de la Francia de Napoleon III hasta que, en 1870, las tropas francesas se retiraron, el Reino de Italia ocupó Roma y se dio fin a los más de once siglos de historia de los Estados Pontificios y, por tanto, a la pérdida del poder del Papa Pío IX.
Esta doble película que filma Bellocchio: el thriller de época (es decir, la historia particular del rapto del niño Edgardo Mortara y la lucha de su familia por recuperarlo) y el drama histórico (en el que se repasan dos décadas convulsas de la historia de lo que hoy es Italia) está siempre filmada con una impecable puesta en escena que se apoya en una dirección artística, vestuario y fotografía (Francesco Di Giacomo) acordes a una gran producción cinematográfica. Otra cosa es la claridad narrativa que no siempre es todo lo fluida que debiera y, por momentos, se torna un tanto farragosa.
Al margen de la brillantez de la producción y de la sobrecogedora música de Fabio Massimo Capogrosso lo mejor de la película son, sin duda, las intensas interpretaciones de Fausto Russo Alesi y de Barbara Ronchi que sustentan las secuencias más desgarradoras e intensas de este drama clásico. Sobre la evolución de Edgardo al que de joven interpreta Leonardo Maltese, es mejor no contar nada, pero su relación con Pio IX y la poderosa secuencia final, cuando va a visitar a su moribunda madre, constituyen, sin duda, los mejores momentos de un film tan brillante como encorsetado en su premeditado clasicismo.