domingo, abril 28, 2024

68 SEMINCI. Sección oficial. Crítica de ‘La quimera’: Lo posible, lo imaginado y lo vivido

Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 68 SEMINCI:
La quimera

Las dos principales acepciones de la palabra quimera se abrazan en el título y en el argumento del cuarto largometraje de la directora italiana Alice Rohrwacher, una de las creadoras más imaginativas, profundas y originales surgidas en el cine europeo de lo que va de siglo.

La quimera es, en la mitología clásica (originariamente en la griega), un monstruo imaginario que vomitaba llamas y tenía cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón; pero el término también se aplica en literatura y, por extensión, en el lenguaje coloquial a “aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”.

Alice Rohrwacher nos sitúa en la Toscana y nos presenta a una galería de personajes pintorescos, la mayoría de los cuales componen una banda de saqueadores de yacimientos arqueológicos etruscos encabezada por un inglés llamado Arthur (Josh O’Connor), un hombre permanentemente atribulado, atormentado por la pérdida de su novia, que vive en una destartalada chabola y viste trajes mugrientos que le dan un aspecto de vagabundo de esos que provocan que, a su paso, uno se lleve la mano a la nariz. Arthur tiene un talento innato para detectar (utilizando la técnica de los zahoríes para encontrar agua) los yacimientos etruscos que permanecen ocultos en el subsuelo.

Cerca de su chabola vive, en una decadente casa noble, una anciana profesora de música (Isabella Rossellini) que ejerce como protectora de Arthur por quien parece sentir una especial debilidad, al mismo tiempo alberga en su casa a una joven discípula, llamada Italia (Carol Duarte) aprendiz de canto con nulo talento a la que en realidad utiliza como sirvienta.

La quimera se constituye como una película casi inclasificable, una fábula poética en la que resultaría imposible, o al menos muy complejo, desentrañar todas las metáforas y simbolismos imbricadas en las imágenes y en los personajes a través de la mirada al pasado, al reciente, el que nos ha hecho el daño (físico o emocional) más evidente, pero también al lejano, al pasado establecido en la cultura y la civilización a la que pertenecemos y que, queramos o no, también nos determina como seres pensantes y obrantes.

La quimera 02

Hay, en la filmación, un juego con los formatos cinematográficos, el 16 y el 35 se entrelazan para representar lo onírico y lo real, aunque la realidad y los sueños sean, como en pocos films, tan difíciles de separar. La acción se detiene y transcurre pausada cuando la directora quiere pegar la cámara a los personajes y la imagen se acelera (literalmente) cuando quiere aligerar los tiempos muertos o las transiciones en una suerte de antielipsis. Todos estos juegos (formatos, velocidades y ensoñaciones) podrían parecer artificiosos (y tal vez lo sean) pero curiosamente otorgan, desde el artificio, coherencia a la narrativa y a la estética de una creadora para la que no existen los personajes huecos ni los planos de relleno. La sombra de Fellini es alargada.

Rohrwacher escribe un film circular, el principio y el final se abrazan argumental y visualmente a través de lo bucólico de las imágenes y lo trascendente del relato que queda propuesto sutilmente a la imaginación del espectador (“como posible o verdadero, no siéndolo”). La travesía del personaje de Arthur es lírica y épica, una aventura personal que le permitirá liberarse de todo apego material (no estás concebida para ser vista por los ojos humanos) e inmaterial (el amor de Italia) para acabar renunciando a sí mismo.

La quimera es una película hermosa, divertida y dispuesta a despertar las conciencias y los corazones de los espectadores. Resulta gozoso reencontrar a Isabella Rossellini que tan poco se prodiga en el cine, a la Carol Duarte que nos conquistó en La vida invisible de Eurídice Gusmão, a la hermana de la directora, Alba Rohrwacher en un breve y simbólico personaje de nombre Espartaco y, por supuesto, a Josh O’Connor el siempre atildado y elegantísimo príncipe Carlos de Inglaterra en las temporadas 3 y 4 de The Crown, convertido aquí en un poético pordiosero.

La quimera

8.5

Puntuación

8.5/10

1 COMENTARIO

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