Las críticas de Daniel Farriol:
Scarlet
Scarlet (L’envol) es un drama francés que está dirigido por Pietro Marcello (Martin Eden, Bella y perdida) que también coescribe el guion junto a Maurizio Braucci, Maud Ameline y Geneviève Brisac, adaptando libremente la novela «El velero rojo» de Alexander Grin. La historia muestra a Juliette cómo creció sola junto a su padre Raphaël en el norte de Francia. Él fue un veterano de la Primera Guerra Mundial que ahora trabaja como artesano y ella es una joven soñadora apasionada por el canto y la música.
Está protagonizada por Raphaël Thierry (Rester vertical, Germinal), Juliette Jouan, Louis Garrel (El inocente, El oficial y el espía), Noémie Lvovsky (Un héroe anónimo, Manual de la buena esposa), Yolande Moreau (Rebelles, El jardín de Jeannette), François Négret, Ernst Umhauer e Inès Es Sarhir. La película se ha estrenado en España de la mano de Avalon el día 14 de Abril de 2023.
Un viaje desde las sombras hacia la luz
Tras realizar la aclamada Martin Eden (2019), una obra compleja y política que poseía diversas capas narrativas de lectura, el director italiano Pietro Marcello ha optado en Scarlet (L’envol) por adaptar una novela juvenil de ambientación romántica titulada «El velero rojo» que fue escrita en 1923 por Alexander Grin y que él transforma aquí en un hermoso cuento sobre el aprendizaje, la familia y la magia de la artesanía.
Tras la evocadora frase de apertura con un rótulo que reza «Se pueden hacer milagros con tus propias manos», las primeras imágenes de la película se tiñen de oscuridad para presentarnos a Raphaël (Raphaël Thierry), un hombre bondadoso con aspecto de ogro que regresa de la guerra a un pequeño pueblo situado en el Norte de Francia. Allí descubrirá que su mujer ha muerto, pero que le espera una hija llamada Juliette que en su ausencia ha sido cuidada por Madame Adeline (Noémie Lvovsky) quien también lo acogerá a él en su casa mientras busca trabajo como carpintero.
Durante las primeras escenas de Scarlet (L’envol), los personajes se mueven entre las sombras provocadas por la luz natural que el director de fotografía Marco Graziaplena maneja con pericia y que irá, poco a poco, suavizando de contrastes hasta alcanzar una explosión de luminosidad durante la parte final de la película. Las imágenes granuladas y filmadas en 16mm. nos remiten a un cine hoy casi extinto realizado con los mimbres de un clasicismo exacerbado que aboga por la belleza de la pureza y de lo cotidiano.
Raphaël y Juliette
El filme está dividido en dos partes. En la primera el protagonista absoluto es Raphaël mientras observamos su adaptación a la vida en un pueblo donde algunos lugareños guardan oscuros secretos que le atañen directamente. La cámara de Marcello se deleita (y nos deleita) con planos cortos del rostro y las manos de Raphaël Thierry, la piel y las arrugas se convierten, entonces, en sí mismas, en un mapa que nos guía hacia su corazón. Son manos de obrero que le emparentan con la aridez de la tierra y con una mirada triste que pertenece a alguien que ha sufrido en el pasado. Pero Scarlet (L’envol) no quiere ser triste ni profundizar en la pena, todo lo contrario, es un canto a las bondades de la vida y al amor en todas sus formas.
Como en cualquier fábula también habrá espacio para la maldad humana y la oscuridad del alma, sin embargo, es la luz la que tomará finalmente las riendas de una historia sencilla que en su segunda parte quedará alumbrada con la embriagadora presencia de Juliette (Juliette Jouan), un personaje al que veremos crecer rápidamente a base de elipsis y a través de la mirada de una bruja buena (Yolande Moreau).
El arte también une a ese padre y su hija. Raphaël es un artesano que domina la madera y es capaz de hacer pequeñas obras de arte a partir de tablones sobrantes mientras que Juliette aprenderá el oficio al mismo tiempo que se dedica a tocar un viejo piano restaurado. El arte y la música devuelven la esperanza a un mundo en declive. Scarlet (L’envol) nos habla, entonces, del paso del tiempo, del progreso y de la pérdida de humanidad con la consecuente pérdida de valores solo recuperables a través de la sensibilidad artística.
La fábula del carpintero y la princesa
Marcello nos regala imágenes preciosistas que reivindican el cine como transmisor de emociones, por contra, la trama es demasiado simple y se vuelve ingenua con el desarrollo de la historia de amor entre Juliette y el aventurero Jean (Louis Garrel). El director se permite el lujo de jugar a los musicales con un par de secuencias que parecen extraídas de otra época y donde la partitura de Gabriel Yared aporta una exquisitez sublime. Las texturas lumínicas se envuelven con un dorado imposible que, por ejemplo, en las secuencias del lago, nos sumerge dentro de una irrealidad mágica que impregna el relato con el encanto que solo posee lo fabulesco.
Esa revisitación del cuento original ofrece también una visión feminista acerca de la emancipación de la mujer a lo largo del tiempo aunque el mensaje queda soterrado con la aparición de un príncipe «caído del cielo». La película acaba siendo mucho más certera en sus reflexiones sobre el arte y la decadencia del mismo provocada por la ceguera de una sociedad de consumo rápido, algo que también puede entenderse como una declaración de intenciones respecto al propio cine que defiende el director. También funciona en su defensa de un entorno familiar amplio más allá de los genes o en la bella descripción que realiza de los cuidados paternofiliales como parte fundamental en la educación y en el legado de conocimientos.
En definitiva, Scarlet (L’envol) es una sencilla y preciosa fábula que está gobernada por el amor y cuya libérrima atemporalidad puede llegar a desconcertar a algunos espectadores, sin embargo, la puesta en escena es un verdadero placer para los sentidos.
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