jueves, octubre 10, 2024

Crítica de ’Una bonita mañana’: Mia Hansen-Løve firma (mucho) más que una bonita película

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Una bonita mañana

El octavo largometraje de Mia Hansen-Løve en quince años de filmografía como directora no es sino la confirmación de que nos encontramos ante una de las creadoras más humanistas, coherentes y honestas surgidas en lo que llevamos de siglo XXI. Una bonita mañana, título extraído de un poema de Jacques Prévert, es un lúcido ensayo sobre la soledad a cualquier edad, sobre la crueldad de la enfermedad y la pérdida de autonomía que a menudo conlleva, sobre el vacío afectivo de una mujer que “siente que su vida sentimental quedó atrás” tras quedarse viuda en la treintena y, al mismo tiempo, por contradictorio que parezca, es un film luminoso y optimista que se apoya en la posibilidad de las segundas oportunidades y en la consciencia de la inutilidad de vivir en el lamento o la queja continua.

No es habitual que una película trate materias tan trascendentes y complejas y lo haga con honestidad, con hondura, sin manipular los sentimientos del espectador y sin darse importancia a sí misma. Esto en una constante en el cine de Hansen-Løve: su maestría para hacer películas de apariencia pequeña pero cargadas de una profundidad argumental y emotiva que para sí quisieran muchos “autores” que practican el arte de epatar convencidos como están de haber sido tocados por la genialidad. Me provoca cierta pereza poner ejemplos de estos últimos, prefiero referirme a ellos cuando corresponda hablar de sus películas, ahora es el momento de hacerlo de esta Una bonita mañana que es (mucho) más que una bonita película.

Sandra es una mujer en la treintena a la que da vida ese monumento al naturalismo interpretativo que es Léa Seydoux, viuda joven, su existencia transcurre como la de tantas mujeres entre su trabajo (es traductora), el cuidado de Linn, su hija de ocho años, y las atenciones que ha de dispensar a Georg, su anciano padre, un antiguo profesor de literatura aquejado de una cruel enfermedad neurodegenerativa que, además de afectar a su raciocinio, le está dejando ciego, personaje interpretado por Pascal Greggory con un verismo sobrecogedor.

Cuando la enfermedad avanza y se hace imposible cuidar a Georg en su domicilio, llega el momento de las (difíciles) decisiones y la única viable parece ser la de internarle en una residencia de ancianos. Y aquí la directora y guionista se deshace de todo punto de idealización de la realidad, una realidad que conoce bien cualquiera que haya vivido en primera persona una situación similar: las residencias públicas tienen unas listas de espera enormes en las que es preciso esperar a que varios fallezcan para entrar, las privadas baratas son aparcamientos de personas que no reciben los cuidados adecuados (no hablemos ya de afecto) y las privadas buenas tienen unos costes inasumibles para la mayoría de los comunes. Hasta tres cambios de residencia sufre Georg para acabar en los Jardines de Montmartre, la única en la que se respira algo parecido a la dignidad.

Una bonita mañana

En este lento discurrir de los días de Sandra, resignada como está a su soledad sentimental, aparece Clément (Melvin Poupaud), un antiguo amigo de su marido y cosmoquímico de profesión, para poner su vida patas arriba a través de un doble reencuentro con el amor y con el sexo. También aquí, en esta segunda línea argumental (llamémosla así), Mia Hansen-Løve huye de toda aparatosidad y se decanta por la sencillez narrativa y la limpieza de una puesta en escena cuyo único fin es servir al relato. Todo respira verdad, calidez y un dolor íntimo que termina por empapar al espectador.

Ambas líneas argumentales, la historia de amor y la disolución de la vida encarnada en Georg confluyen en Sandra como personaje central que devendrá en un canto a esas segundas oportunidades a las que nos referíamos al comienzo de estas líneas. La segunda oportunidad, más obvia, la que encarna ella misma tratando de rehacer su vida sentimental y la más sutil segunda oportunidad que tendrá Georg, una vez perdida toda esperanza de lucidez, de pervivir en su colección de libros “adoptada” por una antigua alumna que le recuerda con devoción.

No faltan secuencias familiares, unas más amables como la navideña venida de Papa Noel y otras más ásperas como el vaciamiento del piso de Georg y el doloroso desapego de sus objetos materiales, particularmente de sus libros en los que parece latir su presencia. En la mayoría de ellas está presente la veterana actriz Nicole García que interpreta a la ex esposa de Georg, una mujer arrogante y despegada que practica un activismo ecologista que tiene más de postura que de posicionamiento ideológico mientras se resiste a hacerse mayor.

Resulta demasiado facilón (pero inevitable) acudir a Éric Rohmer para encontrar el sustrato ideológico (hablo de ideología cinematográfica) y estético del cine de Hansen-Løve. Ella misma ha reconocido en más de una ocasión al autor de los Cuentos Morales o las Comedias y Proverbios como una de sus referencias ineludibles. Pero la huella de Rohmer no está igual de presente en todas sus películas y acaso sea aquí, en Una bonita mañana, donde se condensen con mayor evidencia las claves del cine rohmeriano. Algo que, aunque podría tacharse de anecdótico (no creo que lo sea), se acentúa con la presencia en el reparto de Pascal Greggory y Melvin Poupaud, protagonistas ambos de sendas películas de Rohmer: El árbol, el alcalde y la mediateca (1993) y Cuento de verano (1996) respectivamente.

Una bonita mañana es un film de una honda tristeza que se paladea más que se mastica; una película hermosa en todas las acepciones del término, desde su acabado estético gracias a la luminosa fotografía de Denis Lenoir y a una impecable selección musical hasta la sensibilidad (que no sensiblería), delicadeza y gusto por el matiz con que Hansen-Løve encara cada secuencia.

Una bonita mañana

9

Puntuación

9.0/10

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