jueves, abril 25, 2024

Crítica de ’Ellas hablan’: El discurso de la sororidad

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Ellas hablan

Queda ya lejano el debut en la dirección de la actriz Sarah Polley con Lejos de ella (Away from her, 2006) con la que, basándose en un relato de Alice Munro, ofreció una enternecedora historia sobre la irrupción del Alzheimer en uno de los miembros de una pareja de ancianos. Precioso y emotivo film con el que la gran Julie Christie consiguió una merecidísima nominación al Óscar.

No se ha prodigado mucho desde entonces en la dirección la actriz canadiense que presenta ahora su tercer largometraje de ficción, Ellas hablan (Women Talking) basado en la obra de la escritora canadiense (y actriz ocasional) Miriam Toews.

La historia se construye desde una comunidad de mujeres con unos condicionantes demasiado particulares como para poder ser extrapolables alegremente: una comunidad menonita, aislada de cualquier atisbo tecnológico o de progreso (en pleno 2010) en la que la violencia de género es tan endógena que resulta difícil hacer abstracción a los trágicos casos que vemos casi todos los días en las noticias. Aun así, Polley oscila entre la materialización de lo concreto y la evanescencia de las ideas (llamémoslas teóricas) sobre las que apoya su tesis. Y en esta pequeña brecha abierta por la fluctuación entre lo visible, tangible y directamente perceptible y la (peligrosa) generalización del discurso es por donde uno debe colarse como espectador para poder llegar a lo sustancial.

La dirección de Polley es elegante y delicada, sin embargo, algunos momentos son subrayados con demasiado (e innecesario) énfasis. La potencia de lo dicho (porque la película consiste básicamente en lo que su título dice: mujeres hablando) no precisaría tanta complicación en los circunloquios ni tanta redundancia en lo ya expresado. La sensación de estar dando vueltas en círculo se hace, en algunos momentos, particularmente molesta. Asistimos a una puesta en escena poderosa desde un punto de vista teatral, pero uno no puede evitar la sensación de que el dispositivo cinematográfico es bastante pobre.

Esta comunidad está construida desde una variedad tan manifiesta que, a pesar de su indudable utilidad como andamio narrativo, puede acabar resultando artificiosa. El amplísimo arco generacional abarca desde pequeñas niñas sin apenas uso de razón hasta venerables ancianas que parecen saberlo todo. También tenemos diversidad de opciones sexuales incluida una mujer con disforia de género cuyo encaje en una comunidad tan marcada por los principios religiosos y el temor de Dios resulta poco verosímil.

El planteamiento que estas mujeres se hacen como grupo (planteamiento que da sustento a la trama argumental y al discurso de la película) es si, ante las continuas agresiones y violaciones de los hombres de la comunidad, deben permanecer impasibles y no hacer nada, quedarse y luchar o irse de la comunidad. Sobre esta tesitura, fundamentalmente sobre las dos últimas opciones, se basa todo el discurso del film, apoyado en algunos momentos por una voz en off que acentúa, más aún, la naturaleza teatral del film. El único papel masculino (al que veamos y escuchemos) es reservado a un Ben Whishaw que hace una recreación un tanto arquetípica y plañidera de un hombre herido por su pasado.

El mayor inconveniente es, sin embargo, que a pesar de mantenerse cierta intriga (vamos a llamarlo así) acerca de qué terminará haciendo finalmente este grupo de mujeres, el núcleo sustancial del relato es revelado demasiado pronto y las largas conversaciones entre estas mujeres terminan dando vueltas en circulo a argumentos que siempre desembocan al mismo cauce: la indecisión apoyada en la única certidumbre posible: cualquier decisión que se tome precisa valentía y va a ser, inevitablemente, dolorosa.

Asumiendo que lo más valioso es el conjunto coral de interpretaciones y que la fuerza emana más de la suma de las partes que de las individualidades, resulta difícil no destacar a Claire Foy, Rooney Mara o, particularmente una Jessie Buckley virtuosa en todos los matices. Al mismo tiempo, resulta sorprendente que Frances McDormand (que además es productora de la película) se haya reservado para sí misma un papel tan escueto como, finalmente, decepcionante.

Me resulta difícil quitarme de encima el regusto amargo de haber saboreado un guiso cuyos ingredientes deberían haber conseguido mejores resultados y la sensación de que las intenciones y el tema central del film están muy por encima de los logros de un film tan apagado como los tonos de su fotografía. Dicho esto, el brillante conjunto de actrices y algunos hallazgos estéticos de su puesta en escena hacen que valga la pena verla.


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Ellas hablan

6.5

Puntuación

6.5/10

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