Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Tori y Lokita
En terminología musical, se conoce por «variaciones» a una composición en la que el mismo tema se repite varias veces con ligeras alteraciones de ritmo, melodía, armonía, timbre, tempo, instrumentos… cada una de esas variaciones imita a las demás en lo esencial pero, con los cambios introducidos, genera una relación entre ellas que acaba funcionando como un todo armónico. Muchos compositores célebres practicaron las variaciones, a mí, que estoy muy lejos de ser experto en música, siempre se me vienen a la cabeza las maravillosas «Variaciones Goldberg» de Johann Sebastian Bach que, con tan buen gusto, utilizó Anthony Minghella en El paciente inglés.
Algo parecido podría decirse de la filmografía de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne. Todas sus películas, de incuestionable calidad y mérito si las analizamos por separado (aunque unas sean mejores que otras), son, en conjunto, variaciones sobre el mismo tema con ligeros cambios introducidos en la ubicación de la historia, en la nacionalidad de los sufridores personajes o en los miembros del reparto. Tan solo El joven Ahmed, que introducía el elemento religioso como subtema relevante, podría apartarse un poco de esta tónica.
No me resulta difícil comprender que un espectador que no haya visto nunca una película de los hermanos Dardenne salga del cine golpeado, conmovido y hasta devastado tras ver Tori y Lokita. El problema lo tenemos los que ya en 1996 vimos La promesa, su primera película de alcance internacional y, desde entonces, hemos visto Rosetta (1999), El hijo (2002), El niño (2005), El silencio de Lorna (2008), El niño de la bicicleta (2011), Dos días, una noche (2014), La joven desconocida (2016) y El joven Ahmed (2019). Todas son películas diferentes y, al mismo tiempo, repeticiones de la misma; existen algunas diferencias argumentales, claro está, pero el planteamiento ético tras todas ellas es el mismo, los presupuestos formales y estéticos son los mismos y el foco está puesto siempre de la misma manera sobre un mismo tipo de personajes.
En algunas de sus películas se centran más en las penosas condiciones laborales de los más desfavorecidos, en otras en las formas más marginales de la inmigración y en algunas de ellas en ambas circunstancias que, desgraciadamente, suelen darse simultáneamente. En algunas de sus películas tienen un poco más de piedad con sus personajes (y en consecuencia con el espectador) como en El niño de la bicicleta, quizá la menos pesimista de todas y en otras, como en Tori y Lokita llevan la tensión argumental hasta zonas más oscuras, más dolorosas, con desenlaces más descorazonadores que no dejan apenas luz a la esperanza.
Aquí se nos cuenta la historia de dos menores no acompañados (me niego a escribir o a pronunciar el horrible acrónimo) que viven en un centro de acogida, ella es Lokita (Joely Mbundu) de 16 años y él Tori (Pablo Schils), más pequeño. Ella en plena adolescencia y físicamente desarrollada sufre deleznables abusos y él se aferra a seguir en la infancia y, mientras de día hace de traficante, de noche sigue necesitando que Lokita le cante una canción para dormir. Se hacen pasar por hermanos y malviven con múltiples actividades, casi todas delictivas, para sacarse un dinero con el que poder pagar la deuda de los traficantes sin escrúpulos que les trajeron a Europa y que, a poder ser, sobren algunos euros para poder enviarlos a la madre de Lokita y que pueda pagar el colegio de sus hermanos.
Los Dardenne siguen con su gusto por las secuencias nerviosas, filmadas con cámara al hombro pegada a sus personajes, con sus encuadres cortos, con un ritmo narrativo vivo, sin secuencias de transición y, por último, con su configuración dicotómica de personajes malos, malísimos, crueles y sin asomo de humanidad frente a las víctimas que, a menudo, han de renunciar a la dignidad por pura supervivencia.
En Tori y Lokita denuncian a la sociedad europea que mira con indiferencia, hostilidad o desprecio a estos menores no acompañados; a los abusadores sin escrúpulos que les utilizan para traficar o prostituirse, a la inacción de los servicios sociales sepultados por una burocracia asfixiante que impide la integración social y, por último, a las mafias de inmigración ilegal que introducen en Europa a seres humanos con el engaño de una vida mejor mientras les clavan a una deuda imposible de pagar. Lamentablemente, a pesar de que los Dardenne han caído en la repetición, sigue siendo necesario que alguien cuente estas historias. Ellos llevan haciéndolo casi treinta años. Afortunadamente, ni ahora ni nunca han tenido un tono aleccionador ni panfletario y su cine es incuestionablemente eficaz.
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La diferencia entre los buenos directores y los más grandes directores, es que estos tienen la capacidad, el atrevimiento y la inquietud de no dejarse encasillar y ser capaces de saltar de un género a otro sin dejar de ser grandes y tratar de avanzar en su carrera y esos son pocos (Fritzlang, Billy Wilder, Spielberg) por poner ejemplos en épocas distintas. Luego también están los acomodados que saben lo que les funciona y prefieren no arriesgar y si lo hacen bien, serán buenos directores pero nunca irás corriendo al cine para ser el primero en ver su nueva película pero tampoco te importará verla cuando se cruce en tu camino, lo cual es el caso de los Dardenne.