Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
En la boca no (Pas sur la bouche)
Tuvieron que pasar seis años desde el arrollador éxito de On connaît la chanson para que Alain Resnais estrenara una nueva película, En la boca no (Pas sur la bouche), esta vez sí, un musical en toda regla con los actores cantando con sus propias voces.
En el seno de su colaboración con el productor Bruno Pesery, que se había empeñado en que Resnais filmara una ópera original, ambos llegaron a la conclusión de las dificultades de encontrar un compositor que escribiera una ópera nueva y del largo periodo de tiempo necesario para llevar a cabo toda la producción. Fue así como concluyeron que era mucho más práctico adaptar una obra musical ya existente y recurrieron al repertorio de operetas francesas de los años 20 y 30 del pasado siglo, un universo musical conocido y muy querido por Resnais que las había visto de niño.
Tras contemplar varias opciones, finalmente se decantaron por Pas sur la bouche, una opereta de 1925 que había sido compuesta por el músico francés Maurice Yvain con libreto de André Barde y el propio Yvain. Se trataba de una pieza musical para el teatro en tres actos clásicos con más de veinte canciones y una trama de divertidos enredos amorosos con pretendientes de una mujer casada, un marido despreocupado, una solterona abierta al amor, un americano afrancesado y una jovencita ingenua.
El primer acto comienza una tarde de otoño de 1925 en la mansión del matrimonio formado por el empresario Georges Valandray (Pierre Arditi) y Gilberte (Sabine Azéma) en la que se dan cita la hermana soltera de Gilberte, Arlette (Isabelle Nanty), la ingenua jovencita Huguette (Audrey Tatou) y dos pretendientes de Gilberte, el joven artista Charley (Jalil Lespert) y el más maduro Faradel (Daniel Prévost). Todos comparten tiempo en un continuo devenir de fiestas y coqueteos hasta que aparece un séptimo personaje, Eric Thomson (Lambert Wilson) un americano con quien Georges piensa firmar un lucrativo contrato empresarial sin saber que, en realidad, es el primer marido de su esposa Gilberte, cuyo matrimonio, celebrado años atrás en Estados Unidos, no está legalmente reconocido por la ley francesa.
Todo esto no tendría demasiado recorrido argumental de no ser por la personalidad de Georges que considera que un hombre solo puede estar tranquilo respecto a la fidelidad de su mujer si él ha sido el primer hombre de su vida, un argumento tan machista a los ojos del siglo XXI como habitual en la segunda década del siglo pasado donde se desarrolla la trama. A partir de aquí, los intentos porque Georges no se entere de “la verdad de Gilberte” se mezclan con los flirteos entre los personajes que tratan de seducir a quien no le corresponde provocando divertidos equívocos mediante engaños, proposiciones deshonestas y declaraciones de amor tempestuosas.
El segundo acto acontece diez días después de la llegada de Eric Thompson a la mansión Valandray durante una divertida fiesta ofrecida por los anfitriones a numerosos invitados y en la cual va a tener lugar una representación teatral. La trama va subiendo el nivel de enredo hasta que todos los personajes se citan por separado en el mismo lugar, el mismo día y la misma hora. Lugar, día y hora en los que se desarrollará el tercer acto cuando todos terminen coincidiendo en el apartamento de soltero de Faradel en un tronchante ejercicio de entradas y salidas de personajes al más puro estilo de las comedias teatrales.
Como en todo musical que se precie, cada personaje tiene sus canciones a través de las cuales son presentados al espectador sus rasgos de personalidad, sus ambiciones (románticas en este caso) y sus contradicciones. Se trata de una obra muy coral en la que los siete personajes principales comparten el protagonismo de un modo bastante proporcionado sin que pueda hablarse de personajes principales. Sí hay, claro está, otros personajes secundarios como un coro de jovencitas solteras amigas de Gilberte, la criada de la mansión Valandray o, un personaje absolutamente genial e inolvidable a pesar de su brevedad: la portera del apartamento de soltero de Faradel en el que se desarrolla la totalidad del tercer acto con el desenlace de la obra, un papel femenino interpretado por el genial actor Darry Cowl que acabó llevándose el César al mejor actor secundario a pesar de no salir en pantalla más allá de quince minutos.
En cuanto al repertorio musical hay prácticamente de todo, además de los citados solos que tiene cada personaje, hay duetos satíricos, nostálgicos o románticos, tríos, cuartetos y hasta un septeto, el de la genial canción “Sur le quai Malaquais” con la que termina el segundo acto.
La realización de Resnais es nuevamente un prodigio de puesta en escena, su maestría con la composición de los planos y los complejos movimientos de cámara solo es comparable con su habilidad para situar a los actores y fundir los recursos del teatro con los del cine dando lugar a un todo armónico que en ningún momento parezca ni la filmación de una función teatral, ni la representación artificiosa de un dispositivo cinematográfico. En este sentido, deben destacarse los numerosos (y divertidos) apartes que los personajes realizan mirando directamente a cámara dirigiéndose al espectador con algún chascarrillo o explicación de lo que acaban de hacer o los inteligentes juegos con la iluminación que centran la atención en un personaje cuando así lo requiera la dramaturgia.
Sin que haya grandes números de baile (todos los actores cantan bien o muy bien pero ninguno es bailarín), la concepción de los números musicales es tan brillante desde la citada puesta en escena que se ofrece la sensación de asistir a auténticas coreografías de danza. Paradigmático de esto es la canción que da título a la obra (y al film) “Pas sur la bouche” (En la boca no), en la que un atribulado Lambert Wilson explica cantando el porqué de su aversión a los besos en la boca: “los labios están hecho para hablar, no para besar. No es higiénico, se me revuelve el estómago, mis gérmenes no los comparto” y que termina con los labios de carmín marcados en la cara de las cuatro doncellas que han tratado de convencerle para que las bese.
El reparto al completo es absolutamente memorable, la pareja fetiche de Resnais: Pierre Arditi y Sabine Azéma están tan espléndidos como de costumbre, quizá precisamente por eso destaquen más una inconmensurable Isabelle Nanty (que fue nominada al César) y un Lambert Wilson que compone un personaje tan enigmático como finalmente divertido con su francés de acento yanqui y su inquebrantable apostura. Adorable resulta Audrey Tatou que dos años antes ya había alcanzado fama internacional gracias a su inolvidable Amelie e igualmente divertidos el joven Jalil Lespert y el veterano Daniel Prévost. Lo de Darry Cowl, que ya ha sido comentado, es sencillamente excepcional.
En conclusión, estamos ante una película absolutamente deliciosa, elegantemente divertida y maravillosamente puesta en escena por un director en la plenitud de su madurez y unos actores prodigiosos. Sin llegar al nivel de éxito de su predecesora On connaît la chanson, tuvo un notable reconocimiento en Francia con tres premios César de nueve nominaciones que incluían mejor película y mejor director. Sin embargo su carrera internacional ha sido menor, particularmente en España donde se estrenó de tapadillo en muy pocas salas a finales de 2003 y no ha sido editada nunca en DVD. Lamentable.
En la boca no no está disponible en ninguna plataforma española ni ha sido nunca editada en nuestro país en formato físico alguno. Para poder verla es necesario recurrir a ediciones internacionales en DVD ninguna de las cuales tiene subtítulos en español. La edición francesa únicamente tiene subtítulos en francés y una edición estadounidense (Not in the lips) tiene subtítulos en inglés.