Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 67 SEMINCI:
Las ocho montañas
Después de «amor», probablemente sea «amistad» la palabra más utilizada a la ligera para llamar a vínculos afectivos que pueden ser otra cosa, pero no son amistad. Al ¿por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? podríamos añadir ¿por qué lo llaman amistad cuando quieren decir conveniencia?. Es cierto que cada uno puede poner donde quiera el umbral que delimita a sus amigos (los verdaderos, generalmente pocos) de sus amiguetes, conocidos, gente con la que se divierte o, como apuntaba en la cínica pregunta un par de líneas más arriba: gente con la que le conviene llevarse bien. Hay un momento en Las ocho montañas en el que la voz en off de Pietro, uno de sus protagonistas, dice «la nuestra era una amistad de esas que no necesitan cuidados». Puede parecer un contrasentido, pero no lo es, las verdaderas amistades resisten que a uno se le pase felicitar el cumpleaños, meses sin llamarse o incluso años sin verse. El momento del reencuentro retoma la amistad en el mismo momento y situación en que se dejaron las cosas la última vez que se compartieron cervezas, confidencias o un abrazo. Mal asunto cuando hay reproches del tipo «nunca me llamas», «nunca me felicitas» o, peor aún, «nunca respondes mis mensajes».
El director belga Félix van Groeningen alcanzó su éxito más notable hace diez años con Alabama Monroe (The Broken Circle Breakdown, 2012), nominada al Óscar a mejor película en habla no inglesa; desde entonces ha realizado Bélgica (2016) y Beautiful Boy. Siempre serás mi hijo (2018) que supuso su debut en Estados Unidos con apariencia de cine indie pero bajo el paraguas de Amazon Studios. Cuatro años después, presenta su primera película en codirección junto a su esposa la actriz y guionista Charlotte Vandermeersch, una adaptación de «Le Otto Montagne», la novela de Paolo Cognetti que se convirtió hace apenas seis años en un fenómeno editorial en Italia y gran parte de Europa.
La película, realizada en régimen de coproducción con predominio italiano, está filmada en formato 4:3 (ya saben, el de las teles antiguas) lo cual puede parecer un contrasentido tratándose de una película filmada en parajes naturales que permitirían panorámicas espectaculares. La codirectora Vandermeersch ha explicado que la decisión técnica (y estética) respondió a que pensaron que «a la película le venía bien un aspecto cuadrado porque le daba más altura al paisaje y, además, colocaba a los personajes en una relación más cercana a la montaña».
Filmada en italiano y con actores italianos para respetar el emplazamiento de la novela y el lenguaje materno de los protagonistas, Las ocho montañas relata una hermosa historia de amistad entre dos hombres desde su infancia, cuando en el verano en que se conocieron, Bruno (el último niño autóctono del pueblo) y Pietro (el único niño veraneante) eran los únicos críos que compartían correrías, juegos y baños en plena naturaleza. Tras varios veranos de infancia, el tirano paso del tiempo les fue distanciando hasta que pasaron varios años sin verse.
El reencuentro supuso el descubrimiento de otros vínculos no del todo conocidos por ambos, el padre de Pietro de quien su hijo se había distanciado, había seguido manteniendo contacto con Bruno sobre el que, a lo largo de los años, había ejercido como una entrañable figura paterna que no supo o pudo mantener con su propio hijo. A partir del reencuentro, ambos, Bruno (Alessandro Borghi) y Pietro (Luca Marinelli) serán ya siempre inseparables aunque entre ellos medien los miles de kilómetros que separan los Alpes italianos (de donde Bruno nunca se irá) y el Himalaya (a donde Pietro acudirá con frecuencia en busca de nuevas cumbres).
Las ocho montañas está dirigida con una acertada planificación de las secuencias (que respetan el sentido cronológico del tiempo) y un exquisito sentido del ritmo que hacen ligeros los (quizá demasiados) 147 minutos de metraje. El uso de la voz en off (la de Pietro) es utilizada como recurso narrativo en momentos puntuales para hacer comprensible una narración acertadamente salpicada de elipsis. La historia de amistad se engrana con un canto al auténtico ecologismo (no al de pega tan pregonado ahora como una de las muchas etiquetas de la modernidad) y una mirada nostálgica al pasado y a las palabras no dichas entre personas que se quieren. La revisión del vínculo paterno filial está llevada con extrema sensibilidad sin caer nunca en la sensiblería y un puñado de canciones (que no tengo muy claro que peguen pero que son muy bonitas) completan el armazón de una película entrañable, conmovedora y evocadora de un mundo en vías de extinción. También existe una «Italia vaciada» que Groeningen yVandermeersch muestran con el mismo amor que lo habrían hecho genuinos italianos.
Las ocho montañas obtuvo el premio del jurado en el pasado Festival de Cannes y se presenta ahora a competición en la sección oficial de la 67 SEMINCI manteniendo un hasta ahora elevado nivel cinematográfico en lo que se refiere a las películas que compiten por la Espiga de Oro. Esperemos que la cosa no decaiga
Alabama Monroe (película magnética y que duele cada vez que la veo) y Beautiful boy son suficiente carta de presentación para lanzarse sobre esta película sin ningún temor a errar.
No te equivocas. Las ocho montañas es una película fantástica.