viernes, marzo 29, 2024

Ciclo David Lynch: Crítica de ‘El hombre elefante’ (1980)

Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo David Lynch
El hombre elefante (1980)

El hombre elefante (The Elephant Man) es un drama inspirado en hechos reales dirigido por David Lynch que también coescribe el guion junto a Eric Bergren y Christopher De Vore. La historia nos sitúa a finales del siglo XIX, cuando el doctor Frederick Treves descubre en un circo a un hombre llamado John Merrick. Se trata de un ciudadano británico con la cabeza monstruosamente deformada, que vive en una situación de constante humillación y sufrimiento al ser exhibido diariamente como una atracción de feria. Está protagonizada por Anthony Hopkins, John Hurt, Anne Bancroft, John Gielgud, Wendy Hiller, Freddie Jones y Dexter Fletcher.

Joseph/John Merrick, «El hombre elefante» existió de verdad

El hombre elefante es una película capital dentro de la cinematografía de David Lynch, un salto cualitativo tan inesperado como asombroso que, sin arrinconar del todo a aquel cineasta experimental de su etapa estudiantil, le sirvió para demostrar la capacidad que tenía también para moverse dentro de la industria comercial con un filme de corte más clásico y tremendamente humanista que estaba destinado a un público mayoritario. No en vano el filme obtuvo 8 nominaciones a los Oscar, aunque por desgracia no consiguiera llevarse ninguno. El proyecto llegó a sus manos de manera imprevista a través del director Mel Brooks que, fascinado por su ópera prima Cabeza borradora (1977) decidió arriesgarse y darle una oportunidad al joven e inexperto cineasta al que apodó como «el James Stewart de Marte». Posteriormente, para que la gente no asociará la película con su fama de cómico y tuviera una idea equivocada de lo que iba a presenciar, Brooks decidió retirar su nombre de los créditos.

La historia de El hombre elefante está inspirada libremente en la historia real de Joseph Carey Merrick (conocido por todos como John), un hombre inglés nacido en Leicester en el año 1862 que padecía una rara y severa deformidad física. Su corta vida, murió a los 27 años, es la base de este relato, al igual que dos obras publicadas sobre su persona, «El hombre elefante y otras reminiscencias» (1923) de Sir Frederick Treves y «El hombre elefante: un estudio sobre la dignidad humana» (1973) de Ashley Montagu. En cambio, la película no tiene nada que ver con la obra de teatro de Bernard Pomerance que se representaba durante esa misma época. Pese a contar con un referente real, el guion de la película ficciona por completo la vida que tuvo Merrick en pos del desarrollo melodramático de la acción, incluyendo muchos episodios que nunca sucedieron.

La onírica de los elefantes

El hombre elefante es un filme que ahonda en las mismas obsesiones de siempre del cine de David Lynch, eso sí, dejando de lado el tono experimental/surrealista que únicamente reserva para las secuencias de apertura y cierre (que los productores quisieron eliminar). En la primera vemos a una mujer gestante que es atacada por unos elefantes, es una escena onírica y en tono de pesadilla que nos remite a los primeros trabajos del autor y que sirve para dar una explicación «lógica» a la deformidad física del protagonista, al menos eso es lo que cuentan en la barraca de feria al inicio del espectáculo. En realidad, no se supo hasta muchos años después cuál era la condición genética que padecía Merrick, tras diversos análisis posteriores de su ADN se especuló con una neurofibromatosis (NF) tipo I y, finalmente, con el síndrome de Proteus.

Para la escena final en el que aparece el rostro de la madre de Merrick mediante unas transparencias sobre el universo, imagen que anticipa momentos que se repetirán en Twin Peaks y otras obras del autor, Lynch emplea el poema «Nada morirá» de Alfred Tennyson sobre los acordes del impresionante «Adagio» de Samuel Barber. La decisión de dormir acostado como un hombre normal (algo que no podía hacer por el peso de su cabeza) otorga a Merrick, hombre/personaje, un final de tragedia shakespeariana para elevarlo a la calidad de mito. Entre esas dos escenas donde Lynch da rienda suelta a su capacidad visual «más raruna», tan solo hay otra escena que simboliza un sueño en la que se aparta de una narrativa más académica y, si se quiere, convencional para lo que nos tiene habituados, pero que está repleta de detalles maravillosos que la convierten en una joya imperecedera.

Terror expresionista en su primera mitad

David Lynch juega con las expectativas y la curiosidad del espectador a la hora de mostrar el rostro de El hombre elefante. Es un símil de lo que hace el malvado Bytes (Freddie Jones) en la feria para que la gente pague por verlo. Por eso tarda 14 minutos en mostrarlo por primera vez a través de los ojos de asombro y piedad del Dr. Frederick Treves (Anthony Hopkins), uno de los planos más bellos que tiene la película donde la cámara se acerca ligeramente al doctor para hacernos partícipe de sus emociones más profundas. Pero para nosotros aún seguirá siendo una sombra, una silueta recortada en claroscuro a través de una cortina de hospital o reflejada en una pared, un monstruo que esconde su rostro bajo una capucha de tela. Así irá tomando forma en nuestra imaginación como si estuviéramos en una película de terror hasta que pasada la media hora de proyección lo vemos mediante el impacto de horror que le produce a una enfermera cuando entra en su habitación. En cambio, para nosotros el terror termina ahí y empezamos a ver al hombre.

Hasta entonces, Lynch despliega todos los recursos expresionistas de la apabullante fotografía en blanco y negro de Freddie Francis, una obra de arte en sí misma. Las escenas de la feria se inspiran en La parada de los monstruos (Tod Browning, 1932), vemos el rótulo «Freaks» que aparece en el centro de un plano, mientras que el recorrido que hace el doctor por los pasillos de la feria hasta la barraca donde está expuesto Merrick (John Hurt) como un animal, parece una escena de filme de terror producido por la Hammer. Más allá de la ambientación victoriana de los interiores, las calles nocturnas que filma Lynch son las mismas que había en Cabeza borradora, la misma ciudad decrépita e industrial de su época de estudiante en Filadelfia que tanto le marcó. El sonido vuelve a ser envolvente, irreal, descriptivo, mientras sobresale la banda sonora a ritmo de carrusel compuesta por John Morris que ayuda a recrear una atmósfera decadente de tradición felliniana.

La doble moral de la condición humana

En la segunda mitad de El hombre elefante todo cambia. A los 40 minutos descubrimos que Merrick puede hablar y comunicarse como una persona normal y, no solo eso, su sensibilidad e inteligencia están por encima de la media. El filme vira hacia el melodrama para que Lynch nos hable de nuevo sobre la monstruosidad y la enfermedad, pero no se refiere solo a la física sino a la inherente a la propia condición humana. Por ejemplo, los personajes de Bytes o del celador son un nítido reflejo de la podredumbre moral de los hombres, mientras que tenemos como antagonistas al Dr. Frederick Treves o Mrs. Kendal (Anne Bancroft) que parecen tener la humanidad suficiente para ofrecerle algo de paz y felicidad a alguien que no estaba acostumbrado a ser bien tratado por los demás.

Pero no todo es blanco y negro en la película, incluso el propio Dr. Treves duda de sí mismo cuando le pregunta a su esposa: «¿Soy un buen hombre? ¿O un hombre malo?». ¿Qué le llevó a acudir aquella noche a la barraca de feria o a exponerlo después ante la comunidad científica? ¿Existen diferencias? Está claro que el médico es un hombre que busca redimirse con el trato que posteriormente dispensa al enfermo, pero Lynch hace un retrato poco halagador de la aristocracia y del género humano en todas sus vertientes. La bondad y el mal, junto a todos sus grises intermedios.

Cuando Merrick era tratado como un animal la gente pagaba por verlo en la feria, pero cuando luego adquiere cierta notoriedad ante la opinión pública, son otros los que acuden a visitarlo para tomar el te con él para poder demostrar generosidad y compasión, aunque en realidad es un acto de hipocresía totalmente egoísta que les permite mantener el estatus de su propia imagen (máscara) ante los demás, pero por dentro siguen viendo a Merrick como un monstruo, tal como muestra esa mujer a la que le tiemblan las manos al sujetar una taza. Es por eso, que las reflexiones de la película son mucho más complejas de lo que aparentan si miramos la película de manera superficial.

La fantasía sanadora

El hombre elefante es una Obra Maestra que no ha perdido ni un ápice de su capacidad de emocionar con el paso del tiempo, por muchas veces que la veas es imposible no llorar. Además de los temas expuestos, Lynch insiste en otro, menos evidente, pero de igual calado en su cine como es el poder de la imaginación, de la creatividad del artista. Es por eso que el director consigue identificarse tanto con una historia que, a priori, podría parecer ajena a su mundo habitual. Lo vemos muy claro cuando Merrick se dedica a construir con piezas de cartón la iglesia St. Philips de la que puede ver la torre a través de la ventana del hospital. Sí, es una metáfora sobre su propia vida (rota por unos indeseables, una y otra vez, y vuelta a reconstruir al final), pero el detalle de que pueda construirla entera sin poder verla por completo es una forma de hablarnos del poder que tiene el artista en la creación de vida a través de su imaginación (esas mismas ideas están presentes en sus cortos y primeras obras).

Es por eso que cuando Merrick asiste por primera vez al teatro alcanza su plenitud como persona. La fantasía es la vía de escape definitiva de la vida real que te toca vivir. Lynch superpone las imágenes de la obra representada en el escenario sobre la mirada del hombre que observa desde el palco con el mismo asombro de un niño. Es increíble la interpretación que realiza John Hurt bajo esos quilos de maquillaje que le obligaban antes de rodar a permanecer de siete a ocho horas diarias para aplicárselo más otras dos horas para quitárselo al final de cada jornada. El resto del reparto también está brillante, en especial, un contenido Anthony Hopkins, pero también Anne Bancroft, John Gielgud (como Carr Gomm), Freddie Jones o Hannah Gordon (como Mrs. Treves), están estupendos.

Para el recuerdo quedarán muchos momentos que serían innumerables aquí, es una película que te mantiene con el corazón encogido todo el tiempo por lo que cuenta y que alucina igualmente por su puesta en escena, pero una de las escenas más memorables es aquella que acontece en la estación de tren y que se diría fue inspirada por el linchamiento de Frankenstein. Merrick tras ser perseguido y acorralado, grita: «¡No soy un elefante! ¡No soy un animal! ¡Soy un ser humano! ¡Yo soy un hombre!». Luego, silencio, no hay nada más que poder decir. El hombre elefante es una Obra Maestra incontestable y una de las películas de su autor más accesibles por parte de todo tipo de público.


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El hombre elefante

10

Puntuación

10.0/10

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