Las críticas de Daniel Farriol:
La piel en llamas
La piel en llamas es un drama español dirigido por David Martín-Porras (The Chain, Inside The Box) que también coescribe el guion junto al dramaturgo Guillem Clua (El inocente, Los renglones torcidos de Dios), que es el autor de la obra teatral en que se inspira, «La pell en flames». La historia nos presenta a Frederick Sálomon, un famoso fotoperiodista de guerra que consiguió fama internacional al capturar la imagen de una niña volando por los aires como consecuencia de una explosión. Veinte años después regresa al país donde la tomó para recoger un premio, pero una periodista local que quiere entrevistarle dice que va a matarle por una razón que solo Sálomon conoce.
Está protagonizada por el cuarteto formado por Óscar Jaenada (El hombre que mató a Don Quijote, Infierno azul), Ella Kweku (Ismael, Y todos arderán), Fernando Tejero (Explota Explota, El club del paro) y Lidia Nené (Black Beach). La película se presentó fuera de concurso en el Festival de Málaga y en Sección Oficial en el BCN Film Festival. Se ha estrenado en salas comerciales el día 27 de Mayo de 2022 y está distribuida por Álamo Producciones.
Una fotografía de paz y muerte
La piel en llamas es un interesante drama, aunque bastante irregular, que adapta la obra teatral del conocido dramaturgo catalán Guillem Clua, Premio Nacional de Literatura Dramática en 2020, el cuál también es el encargado de transcribir el texto a formato cinematográfico, junto al propio director del filme David Martín-Porras. La acción transcurre casi íntegramente en dos habitaciones de hotel de un país africano no definido.
En la primera vemos a Frederick Sálomon (Óscar Jaenada), un fotógrafo de guerra que se hizo famoso mundialmente por una instantánea que tomó allí años atrás de una niña volando por los aires tras una explosión en la puerta de una escuela. Fue en ese bombardeo donde él también perdió una pierna y no es la única secuela que tiene de aquello. Tras veinte años de vivir de rentas gracias a la polémica foto, regresa al país para recibir un prestigioso premio organizado por las Naciones Unidas en reconocimiento a la importancia que tuvo la foto para instaurar la paz en el país. En realidad, el lugar, tras superar el conflicto bélico está ahora gobernado de forma autoritaria por unos mandatarios crueles bajo la falsa apariencia de una democracia. Así que el reconocimiento al fotógrafo acaba formando parte de un lavado de imagen de cara al exterior con el conocimiento del premiado. A esa habitación accederá Hanna (Ella Kweku), una periodista local que trabaja para un periódico controlado por el régimen que tiene la intención de realizarle una entrevista al fotógrafo que acabará convirtiéndose en un inquietante juego dialéctico del ratón y el gato. La chica asegura querer matarle por un motivó que solo él conoce.
En la otra habitación del mismo hotel, tenemos al Doctor Arellano (Fernando Tejero), delegado diplomático de las Naciones Unidas, e Ida (Lidia Nené), una madre que necesita un tratamiento médico para salvar la vida de su hija y se ofrece a satisfacer sexualmente al despiadado médico para conseguirlo. Son dos historias a priori inconexas que, poco a poco, irán entrelazando sus hilos para dar un contexto global que cobra sentido en el desenlace.
Muchas preguntas incómodas
La trama principal de La piel en llamas está muy bien dialogada, abre debates apasionantes y mantiene la intriga sobre la verdadera identidad de la periodista hasta el final. Por desgracia, la subtrama paralela que protagoniza Fernando Tejero (un error de cásting garrafal), resulta efectista, fuera de tono y, a menudo, ahonda en el morbo gratuito de su retrato sobre el poder opresivo que se aprovecha de los más desfavorecidos. El evidente desequilibrio entre ambas tramas que funcionan en paralelo y casi sin tocarse, acaba lastrando el resultado final de una película que plantea dilemas potentes como cuáles son los límites éticos del periodismo, la manipulación de la información con finalidades políticas o el papel que jugamos todos nosotros en la banalización del dolor ajeno cuando los conflictos nos resultan relativamente lejanos.
Hay una severa crítica hacia el papel desempeñado por las Naciones Unidas en relación al desarrollo político-económico de los países del Tercer Mundo y, en general, hacia la miserable condición humana. En la actualidad, nuestro papel como ciudadanos parece haberse reducido a convertirnos en espectadores/tertulianos de sofá y caña en las redes sociales (ahora tenemos una muestra clara con la invasión bárbara a Ucrania por parte del ejército de Putin), mientras el mundo se derrumba a nuestro alrededor controlado por los poderes fácticos. No diría que La piel en llamas es una película fallida del todo, pero sí que desperdicia gran parte de los elementos que posiciona sobre el tapete. En cuanto a la puesta en escena llevada a cabo por David Martín-Porras para trascender del escenario teatral inherente al texto original y, pese a la lógica limitación del espacio, es cierto que en algunos momentos consigue hacerlo olvidar. La piel en llamas es finalmente un filme más atrayente por lo qué cuenta que por cómo lo cuenta, pero para un cine-fórum posterior puede ser tan útil como necesario.
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