sábado, abril 20, 2024

Crítica de ‘Las niñas de cristal’: Cisnes y otras frágiles criaturas

Las críticas de Daniel Farriol:
Las niñas de cristal

Las niñas de cristal es un drama español ambientado en el mundo de la danza dirigido por Jota Linares (¿A quién te llevarías a una isla desierta?, Animales sin collar) que también co escribe el guion junto a Jorge Naranjo (Casting, Impares). Es la historia de dos bailarinas, Irene y Aurora, una convertida en nueva estrella prinicpal del Ballet Clásico Nacional y la otra recién llegada, que entablan una amistad mágica que les permite aislarse de un mundo lleno de envidias, presiones y sacrificio. Está protagonizada por María Pedraza (Élite, Ego), Paula Losada, Marta Hazas (Días mejores, Velvet Colección), Ana Wagener (El inocente, El reino), Jota Castellano, Olivia Baglivi (Libélulas, Rosalinda), Mona Martínez (Ana de día, La maniobra de la tortuga), Fernando Delgado-Hierro e Iria del Río (Visitante, El increíble finde menguante). La película estuvo presente en la Sección Oficial del Festival de Málaga 2022. Se ha estrenado en Netflix el día 8 de Abril de 2022.

Amistad en el competitivo mundo de la danza

Las niñas de cristal de Jota Linares combina con extremada delicadeza los universos oníricos de Cisne negro (Darren Aronofsky, 2010) y Criaturas celestiales (Peter Jackson, 1994) para hablarnos sobre la exigencia del artista en un mundo tremendamente competitivo donde el único oasis de felicidad se halla en la amistad sincera y en la conexión emocional que se entabla con las personas que de verdad te aprecian. Es un filme producido y distribuido por Netflix que, unos pocos privilegiados, pudimos disfrutar en pantalla grande durante la celebración del pasado Festival de Málaga. Y es que se trata de una película tan cuidada en el aspecto técnico, tanto en lo visual como en lo sonoro, que es de las que merece verse en cines (¡cómo si alguna película no lo mereciese!).

Es cierto que posee una hinchada duración de 138 minutos que puede tirar para atrás a algunos, pero no se hace especialmente larga si se paladea sin prisas. El autor de la comedia generacional ¿A quién te llevarías a una isla desierta? (2019), escribe el guion a cuatro manos junto a Jorge Naranjo, apostando ambos por afrontar un intenso drama psicológico con fugas oníricas que, al menos a mi, me ha traído a la memoria muchas referencias cinéfilas, especialmente del cine de terror, tanto en la descripción de ambientes opresivos como en la de personajes manipuladores. La danza como metáfora de la vida.

Un drama psicológico con el cine de terror en la recámara

Por ejemplo, sin que Las niñas de cristal tenga nada que ver con el giallo, la academia de baile me resulta igual de terrorífica que la de Suspiria (más cercana a la versión de 2018 de Luca Guadagnino que a la de 1977 de Dario Argento), con la salvedad que aquí las brujas son de carne y hueso, las encontramos tanto entre las compañeras envidiosas como en esa profesora ultra perfeccionista. Eso sí, la relación entre bailarinas recuerda mucho más a la mostrada en Showgirls (Paul Verhoeven, 1995), sustituyendo zancadillas en las escaleras por cristales en la duchas, entre otras putadas, todas ellas fueron extraídas de experiencias reales que les relataron bailarinas profesionales a los guionistas durante su periodo de investigación (según han manifestado, algunas cosas que descubrieron eran tan surrealistas que decidieron dejarlas fuera del guion porque no resultarían creíbles para el gran público).

Por otro lado, tenemos una madre terrible de manual para el personaje interpretado por la debutante en el mundo del cine Paula Losada (bailarina de profesión), la cuál está encarnada de forma inesperada por la actriz Marta Hazas, a la que acostumbramos a asociarla con personajes positivos o bondadosos, siendo aquí un símil de la madre controladora hasta la tortura psicológica que soportaba la pobre Carrie (Brian De Palma, 1976), quitándole toda la iconografía religiosa, pero con una actitud igualmente espeluznante en la constante anulación de la personalidad de la chica sobre la que la mujer proyecta sus propias inseguridades y anhelos (ella misma fue bailarina y tuvo que dejarlo tras una grave lesión). La escena íntima en la bañera es puro terror sin una gota de sangre.

La fantasía como refugio para escapar de la crueldad

Con todos esos elementos sobre la mesa del cine de género, Jota Linares opta, sin embargo, por decantarse hacia el drama psicológico como una especie de catarsis personal para sus propias experiencias en el mundo del cine. El director ha manifestado lo complicado que fue convertirse en director de cine, un sueño cumplido que le hizo sentirse abandonado por amigos de toda la vida que no asimilaron que le llegase el éxito, creándole una presión conocida como el «síndrome del impostor». El arte, en cualquiera de sus expresiones, debería ser un refugio de belleza espiritual para disfrutar en plenitud, mientras que el éxito puede llevarte al dolor cuando no se sabe gestionar o cuando el entorno se transforma en un monstruo que se alimenta de tus incertidumbres.

El nivel de producción de Las niñas de cristal es muy potente y está por encima de las últimas producciones internacionales de la plataforma Netflix. Encontramos un cuidado trabajo de cámara efectuado por Gris Jordana (Libertad, La vida sin Sara Amat), con una fotografía preciosista que sabe conjugar lo artístico con lo onírico y donde destacan especialmente las escenas de ballet. Hay un meticuloso tratamiento del sonido (que probablemente se pierda bastante viendo la película en TV) que cuida detalles de apariencia insignificante como puede ser el roce de la ropa con la piel, todo confluye para transportarte al interior de la historia del mismo modo que las dos bailarinas protagonistas consiguen crearse un mundo propio donde nadie puede hacerles daño.

«Giselle» como modelo de estructura narrativa

Jota Linares propone en Las niñas de cristal una experiencia inmersiva con secuencias de danza espectaculares en que las actrices brillan y no son dobladas por otras bailarinas, en ese sentido, María Pedraza hace un trabajo espléndido para darle credibilidad a los ensayos y la posterior representación escénica del conocido ballet «Giselle» de Jules Perrot y Jean Coralli. La actriz había tomado clases de baile en su niñez, desde los 8 años, pero tuvo que prepararse este papel a conciencia para no desentonar como primera bailarina de una gran compañía y hacer creíbles sus movimientos sin perder la expresividad emocional que requería el trayecto vital de su personaje más allá del escenario.

Dicha obra clásica sirve también como modelo para la estructura de la propia película que igualmente se divide en dos actos diferenciados. El primero es mucho más luminoso y es donde vemos la incipiente relación de amistad entre las dos bailarinas, Irene y Aurora, que deben lidiar con sus propios demonios, la autoexigencia y la bulimia, en un caso, y la sobreprotección e inseguridad, en el otro. Durante el segundo acto todo se torna más oscuro y comparece en escena la tragedia como elemento de ruptura que motiva la deriva psicológica de los personajes hacia una espiral autodestructiva que nos remite a los principales referentes cinematográficos citados al principio de esta reseña.

Un paso adelante

En Las niñas de cristal están muy bien descritos los roles secundarios, es cierto que algunos tirando de estereotipos pero sin llegar a caer en lo obvio, en los que todo el reparto brilla de forma espectacular. En mitad del tercer acto, por ejemplo, tenemos un duelo dialéctico de más de 10 minutos entre Mona Martínez, que es una coreógrafa que haría buenas migas con el salvaje Terence Fletcher de Whiplash (Damien Chazelle, 2014), y Ana Wagener, madre algo despreocupada y jueza de profesión que adquiere una relevancia inusitada en esta segunda mitad de la película. Es una escena incorporada en un momento clave que podría hundir la tensión dramática acumulada y hacer caer el ritmo sostenido hasta entonces conseguido, pero al final acaba siendo todo lo contrario, el texto es muy bueno y las dos actrices se comportan como leonas defendiendo su espacio en la educación de las bailarinas. Es una gozada verlas y acaba siendo una de las escenas que, sin duda, quedarán en el recuerdo y nos remite a los melodramas clásicos de la etapa dorada de Hollywood.

Las niñas de cristal es un drama poderoso, en lo emocional y en lo visual, que nos habla sobre las víctimas de un mundo individualista y competitivo que nada tiene que ver con la sublimación del arte. Se le puede criticar la duración o un desenlace demasiado facilón (que cobra más sentido al entender cuáles son sus referentes), pero resulta innegable que es un trabajo maduro que supone un paso adelante en la carrera de Jota Linares en el que demuestra sin complejos su cinefilia. Para cerrar, como decía siempre Ramón Trecet en aquel mítico programa musical Diálogos 3 de Radio 3-RNE: «Buscad la belleza, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo».


¿Qué te ha parecido la película?

Las niñas de cristal

7.8

Puntuación

7.8/10

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