Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Madeleine Collins
Se estrena en España el tercer largometraje de ficción del director francés Antoine Barraud que lleva el difícilmente justificable título de Madeleine Collins. Si ven la película entenderán el porqué. Un engaño más de los muchos a los que el guion somete al espectador. Se trata de un film a medio camino entre el drama de infidelidades y el suspense protagonizado por una estupenda Virginie Efira, sin duda alguna lo mejor de la película, y secundada por Bruno Salomone y el español Quim Gutiérrez en una nueva incursión en el cine francés tras Los ojos amarillos de los cocodrilos (Cécile Telerman, 2014).
He leído en el pressbook de la película varias reseñas que tildan la película de hitchcockniana. Aparte de parecerme una comparación facilona y traída por los pelos, es absolutamente disparatada. Tener pretensiones de Hitchcock no es parecerse a Hitchcock. Hacer continuas trampas en el guion sin ser capaz de cerrarlas al final no supone ninguna evocación al maestro del suspense y filmar repetidamente a una mujer de espaldas peinada con un moño y apoyarse en una partitura musical (de Romain Trouillet) que imita sin disimulo alguno a las que el maestro Bernard Herrmann compuso para Hitchcock no convierte una película en hitchcockniana. Lo de las referencias y las comparaciones a la hora de escribir sobre películas contemporáneas se nos está yendo de las manos. Seamos serios, por favor.
La película comienza con una prometedora e inquietante secuencia en una lujosa tienda de moda que finalmente se convertirá en el mayor bluff del film. Seguimos con una secuencia aparentemente familiar y, ahora sí, una presentación de los personajes que es tan deslavazada como perezosa. La presunta novedad del film es que nos presenta a un personaje que lleva una doble vida pero, en esta ocasión, el papel que tradicionalmente el cine (y la literatura) han reservado al hombre es ocupado por una mujer. Judith (Virginie Efira) está casada con Melvil (Bruno Salomone), un prestigioso director de orquesta con quien lleva en Francia una vida acomodada, lujosa incluso. Por otra parte, sus continuos viajes de trabajo le llevan a Suiza donde tiene un vida paralela con Abdel (Quim Gutiérrez) y su hija Ninon (la pequeña Loïse Benguerel).
Como en toda película de infidelidades que se precie, el núcleo central de la vida de la protagonista serán las mentiras que se van complicando cada vez más en virtud del guion del propio Barraud y su coguionista Héléna Klotz al que ya he acusado de tramposo unas líneas más arriba. Al personaje de Quim Gutiérrez le son reservadas las frases que habitualmente repiten las amantes despechadas «cuando tú no estás estoy solo con la niña…» y ese tipo de cosas que no consiguen hilvanar un pretendido discurso antimachista cuando Judith defiende a capa y espada su trabajo y sus mentiras.
La realización de Barraud es igualmente fallida, uno tiene la sensación de que ha realizado demasiadas secuencias con la intención de probarlas a ver si funcionan o no, y hay demasiadas que no funcionan como el primer encuentro entre Judith y su falsificador de documentos (interpretado por el director de cine israelí Nadav Lapid que debuta aquí en la interpretación) o las presuntas bajadas de tensión que justifican a la protagonista cada vez que es pillada en renuncio. En conclusión, estamos ante una película demasiado retorcida, demasiado intrincada para que su insatisfactorio final quede supeditado al comportamiento arbitrario de una niña de apenas cinco o seis años.
Como se ha dicho, lo mejor de Madeleine Collins es la interpretación de Virginie Efira que consigue transmitir su turbación sin desencajar el rostro, sin desprender las emociones a través de excesos gestuales o grandes aspavientos. Sus caras de póquer son sencillamente memorables. El resto del reparto, Quim Gutiérrez incluido, no pasan de correctos con una breve y agradecible presencia de la gran Jacqueline Bisset.
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