Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 66 SEMINCI:
El contador de cartas
Si hay algo que no se le puede cuestionar a Paul Schrader es su capacidad para crear atmósfera y filmar con intensidad. Esto, que en principio es una indudable seña de identidad propia de un buen director de cine, acarrea el problema de las expectativas que se generan a las que hay que responder a lo largo del metraje. En el caso de El contador de cartas, Schrader establece una premisa argumental que comienza ya en el propio título de la película aventurando que va a tratar sobre un jugador. Tanto la estética del cartel como los elementos de marketing (trailer incluido) apoyan esa idea preconcebida.
El film presenta a un personaje, William Tell (la referencia literaria a Guillermo Tell no la pillo, alguna explicación tendrá Schrader) con el que Oscar Isaac hace uno de los mejores trabajos de su carrera hasta la fecha, se trata de un ex convicto que durante su estancia en prisión se dedica a aprender a contar cartas para jugar al blackjack, algo que aunque tengo entendido que no está prohibido en las mesas de los casinos, no está bien visto y puede acarrear la expulsión del jugador. El personaje, muy bien perfilado desde el guion, es un tipo meticuloso, maniático, hermético y poco sociable al que Isaac interpreta con minuciosidad y contención. Se dedica a recorrer mesas de Blackjack en las que siempre gana cantidades modestas para no llamar la atención. El mundo del juego se nos presenta con el atractivo cinematográfico habitual en este tipo de películas y todo parece que va a discurrir por esa senda.
Pero a partir de la primera media hora, tras la introducción de otros personajes como una agente, de nombre Linda, que se ofrece a ayudarle a jugar en las mesas difíciles (Tiffany Haddish) y un joven enigmático llamado Cirk (Tye Sheridan), Paul Schrader nos cambia las cartas y la película pega un brusco giro argumental, de repente estamos ante un drama postbélico en el que se hace presente la guerra de Irak y los crímenes acontecidos en la prisión de Abu Ghraib que saltaron a los medios de comunicación meses después. La trama se torna más enrevesada, el personaje de Linda se diluye, aparece otro personaje todavía más oscuro (olvidable trabajo del gran Willem Dafoe) y la relación entre William y Cirk es deliberadamente confusa porque Schrader se ha empeñado en jugar al despiste.
No se puede discutir que estamos ante una producción muy sólida (Universal y Focus), que Schrader la ha filmado con nervio y buen pulso, y que tiene un actor protagonista magnífico, pero el guion (precisamente aquello por lo que Schrader se ha hecho grande en el cine) tiene demasiadas fisuras y abusa de complicaciones gratuitas que diluyen el interesantísimo tema de la culpa y la búsqueda de redención mediante un ajuste de cuentas que tiene más de discurso moral que de acción aunque luego las cosas salgan como salgan.
Llegaba la película a la 66 SEMINCI con el atractivo cartel que le brindaban sus buenas críticas en el pasado Festival de Venecia donde incluso llegó a figurar en las quinielas al León de Oro que finalmente recibió El acontecimiento (Audrey Kiwan) que también tendremos ocasión de ver en la sección oficial del festival vallisoletano.
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