(Idi i smotri)
El horror de la guerra desde la óptica de un niño
Una experiencia inmersiva e incómoda
Masacre: Ven y mira oscila entre el cine de arte y ensayo y la experimentación cinematográfica para proponer al público una experiencia absolutamente inmersiva. El trabajo de la banda sonora es espectacular en ese sentido. A menudo la película utiliza una narrativa hiperrealista donde el sonido recrea a la perfección el caos pesadillesco que vive el protagonista. Por otro lado, la cámara de Klimov nos interpela de manera directa, nos mira a los ojos, nos invita a participar del infierno de la guerra bajo la distancia protectora que nos otorga estar al otro lado de una pantalla. Eso le permite plantearnos algunas cuestiones morales sobre la violencia inherente a la guerra y sobre la pérdida de humanidad en los combatientes. El género humano despojado de toda misericordia y mostrado en todo su salvajismo primitivo.
Sin embargo, la escena final ofrece un hilo de esperanza donde la humanidad del chaval aún puede hallar un resquicio para desarrollarse con posterioridad tras sobrevivir al averno de la guerra. Me refiero a la larga secuencia en que Flyora encuentra un retrato de Hitler semienterrado en un charco de barro. Aquel niño sin infancia empieza a disparar a la fotografía descargando toda la ira concentrada en su interior por el sufrimiento vivido en sus carnes. En un montaje paralelo vemos el rostro desfigurado y envejecido del niño alternándose con imágenes de archivo reales. Es un montaje regresivo sobre la vida del Führer. Desde sus discursos populistas como líder nazi hasta quedar reducirlo a un bebé en brazos de su madre. Flyora ya no puede seguir disparando más. Es la manera que tiene el director de expresar que retoma su propia conciencia como ser humano.
Un apocalipsis tarkovskiano
El título de la película se extrajo directamente de una frase del libro del Apocalipsis de la Biblia. Dios está ausente. Hay secuencias especialmente perturbadoras y casi insoportables que dificultarán el visionado completo de Masacre: Ven y mira entre los espectadores más sensibles. La sensación de asfixia y angustia es constante. No solo por lo explícito, si no por lo inhumano de algunas acciones. Recuerdo haber visto la película siendo un adolescente y quedar absolutamente traumado. No necesité volver a verla hasta este reestreno organizado por Filmin para seguir recordando algunas imágenes que quedaron grabadas en mi retina para siempre.
Y extrañamente la película conserva también un halo poético. Poesía de lo sórdido, de la inmundicia y del espanto, pero poesía al fin y al cabo. La película de Klimov posee la misma fuerza visual que el cine de Tarkovski y cierto paralelismo con su obra La infancia de Iván (1962). Masacre: Ven y mira es una Obra Maestra que lleva el cine bélico hasta cotas nunca más alcanzadas. No es una película fácil y hay que escoger el momento ideal para no acabar destrozado por dentro. Además del espectacular tratamiento sonoro (os recomiendo que si veis la película en casa y no disponéis de un equipo de sonido envolvente, lo hagáis con auriculares para potenciar la experiencia), hay que destacar la asombrosa interpretación del jovencísimo Alexei Kravchenko.
Un chaval sin experiencia en el mundo del cine que a los 14 años asumió un rol de extrema dificultad. Transmite todo el horror de la guerra a través de su constante expresión de aversión y conmoción absolutas. Es increíble que no acabase el rodaje en un centro psiquiátrico y que posteriormente lograse encauzar una carrera como actor. El rodaje debió ser durísimo en lo psicológico y en lo físico. Por contra, no he encontrado que la joven actriz Olga Mirónova, también magnífica, volviese a repetir en lo de ponerse delante de una cámara. Masacre: Ven y mira es un filme imprescindible por su semiótica cinematográfica y necesario en lo temático para que nunca olvidemos el significado verdadero de la guerra.
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