Las críticas de Agustín Olivares en Sitges 2016: Crudo
Todos los años hay una película en Sitges que levanta especial expectación. A l’interieur, Martyrs o A Serbian Film son buena muestra de ello. Todas llegaron con una leyenda negra que las hacían más apetecibles (que si alguien le da un ataque en plena sesión, que si censurada en nosecuantos países, que si hace vomitar…), y además solían cumplir en mayor o menor medida con esas elaboradas jugarretas de marketing.
Crudo es la película de Sitges 2016 de la que todo el mundo habla, ya que en el Festival de Toronto hubo un par de personas que sintieron náuseas y casi se desmayan. ¿Es para tanto? Definitivamente no, pero eso no quiere decir que sea mala. Es más, en mi opinión es mejor que las tres citadas anteriormente. Pero no es más escabrosa, ni más gore, ni más deprimente
En la película se nos cuenta la historia de Justine, una jovencita vegetariana y un poco pánfila que va a empezar los estudios de veterinaria en la universidad, tal y como hicieron su padre, su madre y su hermana mayor, que todavía está en el campus. La prueba de iniciación para novatos (comer carne cruda) la hará descubrir su verdadera naturaleza, debiendo elegir entre luchar consigo misma o dejarse llevar por sus instintos más primarios.
Cuando apareció el logo de Universal Studios sabía que esta película no sería tan fuerte: cuando una major se lía la manta no suele arriesgar. Y, efectivamente, no arriesga demasiado, aunque hay un par de escenas que pueden resultar angustiosas para cierto tipo de personas. El punto fuerte de la historia es la evolución del personaje principal, cómo se desvelan las cosas a cuentagotas, los giros de guión inesperados, y la tensión y claustrofobia que transmite todo el metraje. El mérito es de la guionista y directora, Julia Ducornau, que rueda el filme con un pulso preciso e inquebrantable. Sin hacer sangre, es capaz de transmitirte la angustian que siente Justine y la lucha interior que batalla, al tiempo que la muestra empática y tierna con su hermana, con la cual tiene diversos encontronazos más o menos violentos. Es curioso cómo pasan de darse de guantazos a defenderse mutuamente, todo en una misma escena. Amor de hermanas de toda la vida.
Lo mejor de la película es lo bien justificado que está todo. Justine no se vuelve caníbal porque si, sino que tiene un arco emocional y vive una serie de eventos que la transforman, llevándola de la mojigatería más conservadora a aceptarse tal y como es. Además del mal rollito que da, tiene muchísimos puntos cómicos que, lejos de destensar la historia, sirven como trampolín para darte en el hocico con un giro que no esperas. Es épica la escena en la que la protagonista se está merendando un dedo cuando la propietaria del mismo la pilla en plena faena.
Como habréis podido deducir estoy maravillado con Julia Ducornau. Es genial cómo te hace padecer en ciertas escenas, como te angustia en otras, cómo te hace reír, cómo consigue sobrecogerte. Espero que no sea una isla solitaria en el mar del talento, sino la confirmación de las futuras alegrías que nos puede dar. De momento le rindo pleitesía y me postro a sus gabachos pies.
La banda sonora está muy bien llevada. Hay un tema recurrente que sirve para meternos en cada nueva secuencia, la cual, sin cambiar ni una nota, va transformándose de una melodía más o menos liviana en un apéndice premonitorio del mal rollo que vas a vivir. Es una especie de “efecto Kulechov” a largo plazo: la música se trasforma en tu cabeza a medida que avanza la película y te metes en su atmósfera. Y eso mola mucho.
El look general del film es absolutamente comercial, lo cual puede ayudar a que los espectadores poco familiarizados con el cine fantástico más cañero se traguen esta genialidad. La labor del equipo de fotografía y artes es espectacular. No es que llame la atención de primeras, sino que la paleta de colores y las texturas de los espacios hacen que te angustie moverte por los pasillos de la universidad, o dormir en la misma habitación que Justine, donde apenas llega a entreverse ninguna ventana. Siempre está nublado, todo es gris, siempre hay una razón para estar deprimido. Y eso mola mucho.
La labor actoral es adecuada, aunque a ratos la protagonista está un poco pasada de vueltas, especialmente en las partes en las que va borracha. No obstante, el resto del film está soberbia. Merece una mención especial la escena en la que está observando a su compañero de habitación jugando al fútbol. Consigue transmitir, solo con la mirada, que esta muchachita no está viendo un francés buenorro, sino una suculenta vaca. Se lo come con los ojos, literalmente. Y eso mola mucho.
Crudo solo tiene una cosa mala, y es la expectación que los encargados del marketing están levantando a su alrededor. No hay una escena en la que se mezcle canibalismo y sexo (aunque si que hay una escena de sexo, y es sencillamente genial), ni tampoco es tan fuerte como para que te den ganas de vomitar (aunque hay una escena en la que la prota echa la raba que es… genial). Crudo es un drama, una parábola sobre el cambio de la adolescencia a la adultez, una oda a la aceptación de uno mismo. No creo que la directora quiera que salgáis a la calle a comeros a la peña, sino que reflexionéis sobre los muros y las máscaras que vosotros mismos os autoimponéis para gustar a los demás. Me parece muy acertado que se obvien las partes más escabrosas, al contrario de lo que probablemente hubiera hecho Pascal Laugier.
Crudo es una película razonablemente arriesgada, original, cómica, angustiante y tierna. Genial, en definitiva. Se merece una carrera comercial exitosa, y su directora debería gozar de libertad para afrontar sus próximos proyectos. Estoy deseando ver su próxima peli.