Desde un primer instante, con un largo plano fijo en el que un cura dirige a unos jóvenes en su camino hacia la confirmación, el paprendizaje de detalles de lo que ello implica, y cómo deben ofrecer a Dios sus mejores actos, y dedicarle ofrendas, nos damos cuenta que la película estará repleta de escenas religiosas donde nos mostrarán las enseñanzas de la religión en el caso más radical, que incluso se aleja de las decisiones más cercanas del Vaticano, pues rechazan el Concilio Vaticano II que modernizó la Iglesia y muchos de sus ritos, llegando a considerarlo un incumplimiento en el baluarte de la verdad fe.
Esos planos fijos serán una constante durante toda la película, estando presentes dentro de coches, en una iglesia,… reforzando las conversaciones y misas que incrementan la sensación de ver un panfleto religioso, pero sin querer captar fieles. Cada una de las catorce partes en las que se divide la película, coinciden con una estación de Cristo en su camino a la cruz, y cada parte a su vez es rodado en una sola toma, algo con lo que Brueggemann ya experimentó con en su película debut, Neun Szenen, y no mueve la cámara excepto en un par de momentos clave. Toda la responsabilidad de los planos queda en manos de la calidad de la fotografía de Alexander Sass que nos invita a examinar las imágenes como si fueran las Estaciones de la Cruz. De hecho, la rigurosa inmovilidad de la cámara sirve para subrayar aún más el estado hermético de las inhóspitas creencias de la familia.
La joven y recién llegada Lea van Acken, que interpreta a María, es la encargada de mostrar los límites a los que se puede llegar cuando crees que sólo hay un objetivo en la vida, que es ofrecerla a Jesús, y viviremos junto a ella el descubrimiento del «primer amor», del sacrificio, y la falta de comprensión del resto de la sociedad para con este tipo de personas, algo que se puede generalizar a todo, pues los compañeros de clase no sólo la apartan por ser tan «creyente», sino que apartan a todo aquel que tiene una mentalidad distinta, algo que por desgracia sigue sucediendo en nuestros días. Van Acken se mantiene constante en su papel, siendo creíble cuando manifiesta sus dudas entre hacer lo correcto y ser sí misma, una fusión imposible que la conduce directamente por el camino equivocado hacia la última estación.
Franziska Weisz y Florian Stetter, que dan vida a la madre y la tía de la protagonista, respectivamente, son un respaldo maduro para la interpretación de Van Acken, y Weisz está especialmente impresionante durante la visita de un médico, donde se da cuenta de que su hija se está alejando del seno materno.
A pesar de que poder ser criticada por ofrecer una crítica de un blanco fácil, también puede servir para reforzar algunas creencias con su moraleja final, pues hay cierta ambigüedad en el planteamiento, pero nada de ésto debe evitarnos que veamos en Camino de la cruz un gran drama exquisitamente ejecutado. Aunque incluye momentos ocasionales de humor mordaz, es una impresionante experiencia cinematográfica más bien oscura, que hará las delicias de los puristas del arte y ensayo.