martes, abril 23, 2024

58 SEMINCI. Sección Oficial (Fuera de concurso). ‘Centro Histórico’: Historias demasiado independientes de grandes cineastas

Las críticas de David P. «Davicine» en la 58 SEMINCI: Centro Histórico

Por regla general, las películas compuestas por varias piezas dirigidas por diferentes cineastas suelen tender a desequilibrarse, con algunas partes claramente mejores que otras. En el caso de Centro Histórico, que incluye piezas de primera categoría de los grandes cineastas Aki Kaurismäki, Pedro Costa, Víctor Erice y Manoel de Oliveira, hay algo de cierto en esa afirmación, aunque los realizadores logran crear un conjunto bastante coherente en estos cuatro cortos establecidos en la ciudad norteña de Guimarães, designada Capital Europea de la Cultura en el año 2012. 

Las cuatro partes comparten un lugar común, o casí, pero son muy diferentes en estilo y tono, mostrando lo que cada director de cine más le gusta, algo que es perjudicial.
En la primera parte, El tabernero, el cineasta finlandés Kaurismäki ofrece una historia sin diálogos, que oscila en la línea entre drama y comedia, con un inexpresivo dueño de un bar casi abandonado haciendo todo lo posible para atraer a los clientes en el céntrico barrio histórico de la ciudad. Aunque la historia se siente un poco truncada, hay un montón de gags visuales hábilmente elaborados revelando los esfuerzos del hombre para vencer a una taberna competidora en su misma zona, mientras que los planos silenciosos de sus propios clientes solamente pone de relieve una cierta tristeza, a pesar de algunas situaciones inverosímiles que pueden ser algo  hilarantes. Como protagonista principal tenemos a Ilkka Koivula en un papel sin palabras que se presenta como un digno heredero de los payasos del cine mudo, con un rostro que recuerda a un cruce entre Buster Keaton y la versión finlandesa de Larry Semon. El director finlandés por excelencia ha hecho una película fiel a su estilo pero que parece portuguesa. Las composiciones son formales, la acción es deliberada y mínima, y ​​se extiende la humanidad en todos los rincones con melancolía.
Nuestra paciencia se pone a prueba en la pieza de Pedro Costa Dulce exorcismo, una pieza opaca, demasiado larga y pomposa, que arranca con prometedoras imágenes de hombres negros en un bosque rocoso, con una claridad que hace que cada fotograma parezca un diorama, pero luego la escena se traslada al interior de un ascensor del hospital, centrada en el personaje de Ventura en un viaje a la muerte delirante donde purga sus propios demonios en un largo diálogo, a menudo exasperante con un soldado portugués callado pintado de bronce. La mayor parte de esta obra tiene lugar en ese ascensor, y se hace muy largo no sólo por ser mucho más largo en duración que los otros cortos de la película, llegando a ser una ardua tarea conocer los motivos por los que emigró a Portugal y se cruzó con los acontecimientos de la Revolución de los Claveles de 1974.  En un corto independiente, podría funcionar, pero nos desvía momentáneamente del objetivo de la película y no se compromete con Guimarães en absoluto.
La tercera pieza, del director español Victor Erice, nos deja claro que es una lástima que el director se haya limitado a cortos en las últimas dos décadas, y su segmento, Cristales Rotos, es bastante interesante, en la línea de un documental minimalista con los testimonios de los trabajadores de la abandonada fábrica textil del Río Vizela, una de las más grandes de Europa durante más de 150 años, y que acabó cerrando en 2002 dejando en la calle a todos su trabajadores. Centrada en los sentimientos y emociones de los trabajadores contando sus vivencias y dificultades trabajando en la línea de montaje, la película mantiene, sin embargo, una cierta distancia con los temas que se hablan directamente a la cámara y la acción se limita a una habitación individual.
Manoel de Oliveira con El conquistador conquistado ofrece una sátira sarcástica sobre el turismo contemporáneo. Muestra como un guía (Ricardo Trepa) conduce autobuses llenos de turistas que parecen interesarse más en tener un recuerdo fotográfico que en disfrutar de la ciudad, deseando conquistar Guimarães armados con sus cámaras de foto digitales y móviles.
La mayoría de las piezas hacen que la ciudad anfitriona pueda sentirse orgullosa, no siendo mostrada como un lugar de frías piedras, sino como un lugar de recuerdos.

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