Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Un año difícil
Los directores franceses Olivier Nakache y Eric Toledano, autores en 2011 de aquella película divertida y bienintencionada titulada Intocable, con el gran François Cluzet dando vida a un millonario tetrapléjico y Omar Sy a su improbable cuidador domiciliario, han realizado desde entonces otras cuatro películas, ninguna de las cuales se ha acercado, a pesar de sus (demasiado) explícitas buenas intenciones ni a la coherencia cinematográfica ni al logrado carácter humanista de aquel entrañable film.
Pero de todas ellas, este Un año difícil es, indudablemente, la peor. Y es una lástima porque los ingredientes eran todos de primerísima calidad. Un reparto liderado por la magnífica actriz Noemie Merlant y los divertidos Pio Marmaï y Jonathan Coen, un argumento sugerente con un grupo de activistas pacíficos que tratan de combatir el cambio climático y alertar a la sociedad sobre los peligros del consumismo desmedido y un par de personajes cómicos, de clara vocación pícara, convencidos de que pueden sacar tajada del idealismo de sus congéneres para solucionar sus problemas particulares (ambos están endeudados hasta las cejas).
La película comienza con una secuencia, a modo de prólogo, en el que el grupo de activistas liderado por Cáctus (sí, los activistas se hacen llamar así: cáctus, quinoa, calabaza…) a la que interpreta Noemie Merlant, tratan de boicotear la apertura de un centro comercial minutos antes de que de comienzo el Black Friday y la multitud se agolpe como una jauría enfurecida para conseguir, rebajadísimos, un televisor de pantalla plana, un aspirador último modelo o una freidora, vaya usted a saber. La secuencia, filmada con bastante torpeza por Nakache y Toledano, es, sin embargo, argumentalmente provocadora y marca un tono de comedia social que, lamentablemente, no logra mantener durante el resto del metraje.
Y el problema es precisamente que, a partir de ahí, el guion parece más una sucesión de ocurrencias filmadas secuencia a secuencia que un relato coherentemente construido para sostener un argumento (con todo el tono desenfadado que se quiera) que dé consistencia a la película. No hay lugar para la delicadeza, los gags van cayendo deslavazados, uno detrás de otro, como tratando de conseguir comicidad por reiteración. Todo esto entremezclado con las consignas de los activistas, auténticas frases de manual de primero de ecologismo barato que devienen más en parodia que en reivindicación de una causa defendible.
Y a todo esto, de una manera paralela a la de los activistas (y fallidamente relacionada a través de los personajes de los dos pícaros) transcurre otra historia, la de un experto en deshabituación del consumismo a través de la repetición de mantras de autoayuda que resulta ser, en sí mismo, un ludópata empedernido al que no dejan entrar en los casinos. Y cabría preguntarse qué pinta un actor de la talla de Mathieu Amalric interpretando esta simpleza, pero a cierta altura de la película, uno deja de hacerse preguntas y se conforma con que la película avance y saber cómo pretenden acabar este dislate.
Un año difícil demuestra que hacer comedia es endiabladamente difícil y si, además, se quiere hacer comedia con cierta carga de profundidad abordando temas sociales no basta con tener actores que dominen la comicidad (Marmaï, Coen y Merlant lo hacen) o una sucesión de chistes gruesos que funcionan mejor en la cabeza de aquellos a los que se les ocurren que en la pantalla una vez filmados. Para que la comedia funcione hace falta (entre otras muchas cosas) dedicar mucha más sutileza a la escritura y pericia a la filmación y Nakache y Toledano no son precisamente Billy Wilder y Charles Brackett escribiendo ni Ernst Lubitsch filmando.
El resultado es un desastre que va empeorando a medida que avanza el metraje hasta las esperpénticas secuencias del desenlace en el que los guionistas y directores lo fían todo a la comicidad física y gestual de Pio Marmaï y Jonathan Coen. Eso por no hablar de la secuencia final, previa a los créditos, que es para taparse la cara de vergüenza ajena.