Simón nos cuenta la historia de Simón, un venezolano autoexiliado en Miami, que es una especie de alter ego del director, según él mismo. Dejó Venezuela hace muchos años, su identidad está cambiando y experimenta un fuerte sentimiento de desarraigo al estar alejándose de sus raíces, y de culpa porque se ha marchado del país dejando allí a sus amigos.
El director de Simón, Diego Vicentini, es venezolano y vivió las revueltas de las que habla la película. Al igual que Simón, desde entonces no ha vuelto a Venezuela y vive en EE. UU. Quizás por eso Simón tiene dos partes muy definidas y claramente distintas. La parte en la que Simón vive como un sin papeles en Miami, con un trabajo precario y unas condiciones altamente inestables. Simón quiere superar esa situación y busca la posibilidad de ser un refugiado. Esa parte de la película se siente muy realista, muy creíble, con una estética de todos los días. También es la parte menos interesante y se antoja innecesariamente alargada e incluso insulsa. Si bien buscar la identidad de refugiado puede dar pistas a la base de la construcción y los acentos de la otra parte de la película, el relato de lo ocurrido en Venezuela, se espera le dé acceso al estatus de refugiado.
En cambio, la parte de Simón que cuenta las razones por las que se exilió está contada como a través del filtro de la memoria, como un hombre ya adulto puede recordar lo que le sucedió en su época de adolescencia. Seguramente por eso las imágenes parecen algo más difusas y están mucho más trabajadas para crear cuadros casi expresionistas, sobre todo las escenas de las revueltas y las de los eventos posteriores. Especialmente lo que ocurre en la detención, que el autor conoce de oídas. En estas tomas se transmite más bien la intención de crear ambientes y transmitir mensajes, y la creación de imágenes que van desde el sueño a la pesadilla, y entra profundamente en el inconsciente.
Las imágenes de las manifestaciones nos muestra a héroes enfrentándose a las fuerzas opresoras, utilizando la cámara lenta y encuadres que me recordaron al famoso cuadro «La Libertad guiando al pueblo», de Eugène Delacroix.
Las escenas de la detención en Simón están tomadas con una estética expresionista. Los calabozos son un mundo aparte, un mundo oscuro y maligno, con un líder diabólico, es como si estuviéramos en los círculos del infierno de «La divina comedia». Son escenas fuertemente abstractas, fotografiadas con un talentoso uso de encuadres y luz, con sombras enormes, rostros iluminados de forma oblicua, y una ambientación que podría perfectamente aparecer en películas de terror. El diseño de sonido en estos tramos está llevado de manera excelente, provocando efectos casi físicos en el espectador, afectando directamente a la emotividad.
Necesitamos más imágenes de Venezuela
Es curioso que Simón presente al gobierno venezolano como dictatorial y opresor y, sin embargo, la película no haya sido censurada en Venezuela y pueda verse libremente en los cines del país. Es paradójico y puede indicar que la realidad venezolana es compleja, y me dan deseos de ver más visiones de la vida en este territorio, y tener una idea más completa de la situación. Lástima que, aparte de Simón, lo que más nos llega de Venezuela sean telenovelas, que tienen su público, pero no reflejan de ninguna forma la vida de la población.
Simón es una película bien rodada, de notable fotografía y diseño de sonido, que se divide en la narración de la vida del protagonista en EE.UU. y sus recuerdos juveniles de Venezuela. El talento visual mostrado en una primera película nos anima a seguir la carrera futura de Diego Vicentini.