Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo Shôhei Imamura
Los pornógrafos (1966)
Los pornógrafos (Jinruigaku nyumon: Erogotoshitachi yori / The Pornographers), también conocida en castellano bajo el título El pornógrafo, es un drama japonés que está dirigido por Shôhei Imamura, el cual co escribe el guion junto a Koji Numata, adaptando una novela de Akiyuki Nosaka. La historia muestra a un hombre que mantiene una relación con una mujer viuda, que tiene un hijo y una hija adolescentes. Aunque la mujer cree que él se dedica a la venta de instrumentos quirúrgicos, en realidad sus ingresos provienen de la elaboración y venta de material pornográfico. Está protagonizada por Shôichi Ozawa, Sumiko Sakamoto, Masaomi Kondo, Keiko Sagawa, Ganjiro Nakamura, Chocho Miyako, Haruo Tanaka y Shinichi Nakano.
El auge del «Pinku Eiga» entre la represión y la insatisfacción de una sociedad inmadura
Los pornógrafos es una polémica película que ahonda en clave cómica en la eterna fascinación de Shôhei Imamura por lo obsceno y los tabúes sexuales en la sociedad japonesa de posguerra. Adaptando libremente una novela de Akiyuki Nosaka, el mismo autor del cuento corto «La tumba de las luciérnagas», el director japonés lanzó una mirada corrosiva hacia el mundo del cine erótico como representación de los anhelos y perversiones inherentes a la condición humana.
La película se sitúa en un contexto histórico muy marcado debido a las secuelas dejadas por la Segunda Guerra Mundial y la ocupación estadounidense de la que aún perduraban vestigios a través del control de bases militares en Okinawa o Iwo Jima. Todo eso coincidió con una etapa de bonanza económica denominada «el milagro japonés» que, sin embargo, Imamura siempre contempla en su cine desde el desabrimiento absoluto al concentrarse en los estratos sociales más bajos donde la situación era mucho menos esperanzadora.
Fue a principios de los años 60 cuando surgió el subgénero cinematográfico «Pinku Eiga» en contraposición a la creciente censura sexual del gobierno del país, dando lugar a películas de explotación enfocadas hacia un público masculino que podía dar rienda suelta a tantos años de represión recreándose con escenas de sexo de carácter violento o prohibido. Los pornógrafos es el desencantado e irónico retrato de una sociedad adicta al sexo cuya irreverencia oculta una reflexión mucho más profunda acerca de los deseos insatisfechos.
Los protagonistas y sus fantasías
Los pornógrafos sigue las peripecias de Ogata (Shôichi Ozawa), un hombre de mediana edad que convive con una viuda, Haru (Sumiko Sakamoto), y sus dos hijos adolescentes, Koichi (Masaomi Kondo) y Keiko (Keiko Sagawa), haciendo creer a su familia que se dedica a vender instrumentos quirúrgicos cuando en realidad trabaja realizando vídeos pornográficos y en el negocio de la prostitución. Imamura traza de forma constante a través de la puesta en escena un paralelismo entre la mirada de su protagonista y la propia mirada del espectador, se trata de un ejercicio primerizo de metacine muy provocador para la época que cuestiona sin tapujos los tabúes sexuales existentes en la sociedad a través de los deseos ocultos que bullen en el interior de cualquier individuo (nosotros mismos).
Por eso durante la primera secuencia asistimos junto a «los pornógrafos» del título al visionado de una de las películas que han filmado hasta que esas imágenes se fusionan en pantalla con la imagen de la casa de Ogata para así introducirnos en la historia familiar que vertebrará el hilo conductor de la película. La ficción y la realidad de los personajes volverán a cohesionarse en una de las secuencias de la parte final cuando Haru, ya ingresada en un centro psiquiátrico, (re)imagina la visita de la novia de su hijo como si se acercara a ella realizando un striptease. La sexualizada presencia de la nuera queda enmarcada, en un momento dado, por las paredes del hospital como si se tratara de un fotograma cuadrado en Súper-8 perteneciente a cualquiera de las películas eróticas realizadas por su marido.
Esas dos escenas de apariencia inconexa sirven para conformar un discurso común sobre cómo nuestras fantasías están ligadas a las obsesiones cotidianas y, por ende, el cine es un vehículo perfecto para desarrollarlas.
El espectador voyeur
En ese sentido, Ogata y Haru, forman una pareja peculiar que se ama mientras son observados en todo momento por una carpa desde una pecera que la mujer considera la reencarnación de su difunto esposo. Es el ojo inquisidor que censura cualquier acto impúdico que puedan realizar como analogía de la propia censura social y cinematográfica existente en aquella época. Todas las relaciones sexuales planteadas en la película adquieren, entonces, un componente clandestino y/o intolerable para reflejar los más bajos instintos de las personas. Por ejemplo, Koichi mantiene una relación edípica con su madre mientras que Ogata se siente cada vez más atraído por su hijastra adolescente.
Incesto, pederastia, prostitución o violación marcan las relaciones de todos los personajes, tanto dentro como fuera de la pantalla, de manera que el rodaje de una perturbadora escena que acontece entre un padre y su hija retardada a la que él explota sexualmente obtendrá una continuación lógica en la propia vida de Ogata cuando éste regrese a casa vistiendo la bata de doctor que llevaba el actor portando en una percha, además, el uniforme de colegiala que había cogido prestado a su hijastra para filmar la película. El cine nuevamente como representación perpetradora de los deseos insatisfechos.
Imamura construye en Los pornógrafos toda una narrativa visual fascinante que coloca al público en una posición voyerista casi hitchcockiana mediante encuadres de cámara filmados a través de ventanas o desde el resquicio de las puertas. Son planos furtivos que nos hacen observar desde lejos, desde el exterior, a través de planos enmarcados o cuya visión queda dificultada por la presencia de objetos. ¿Qué es un cinéfilo sino un voyeur? La película nos propone un juego perverso y ambiguo donde el director considera lo erótico como una prolongación del subconsciente humano confrontándose a sus condicionamientos morales.
El cine erótico es la excusa
El director japonés renuncia en Los pornógrafos a la severidad dramática que había en Intento de asesinato (1964), apostando abiertamente por la comedia absurda y esperpéntica. Sin embargo, eso no impide que siga tratando temas recurrentes en su cine como son la codicia humana («el dinero es lo único de lo que puedes fiarte hasta la muerte») o las diferencias de clase y género en una sociedad patriarcal tan imperfecta como los propios individuos que la componen. Imamura equipara las acciones de hombres y animales al considerar que son guiadas por sus instintos más primarios, la única diferencia es la consciencia de lo pecaminoso que convierte el sexo humano en algo sucio y libidinoso que puede finiquitar nuestra cordura al convertirse en obsesión (la mente de Haru se resquebraja mientras que Ogata acaba transformado en una suerte de anacoreta sexual).
No se profundiza demasiado en el significado que tuvo el auge del cine erótico dentro de la cultura japonesa de la época. El «Pinku Eiga» más bien es una excusa para caracterizar las obsesiones de los personajes, por ejemplo, más allá de realizar ese tipo de películas el protagonista es un proxeneta que consigue jóvenes vírgenes (prostitutas que fingen serlo) a viejos verdes con dinero. La explotación de las mujeres a través de la pornografía o la prostitución, en especial mujeres de clase baja o sin recursos, es una representación sintomática de la violencia patriarcal derivada de tradiciones ancestrales que seguían perpetrando el dominio masculino o la sumisión femenina en una sociedad japonesa presuntamente avanzada que de puertas afuera se mostraba abierta al progreso y la modernidad occidental. Como siempre, Imamura, se muestra implacablemente crítico sin casi parecerlo.
La muñeca sumisa y la masculinidad impotente
Todo lo comentado con anterioridad deriva hacia un desenlace berlanguiano en que Ogata fabrica una muñeca a tamaño natural imitando el cuerpo de su hijastra. Es un acto final hilarante donde la mujer queda reducida a un mero objeto sexual sobre el que verter el poder de la masculinidad, pero la auténtica ironía es que el protagonista se ha vuelto impotente y otro de los pornógrafos tiene evidentes inclinaciones homosexuales no resueltas. El deseo que acucia a hombres y mujeres es observado por Imamura de manera distinta. En los hombres es algo básico, un impulso físico irrefrenable, sin embargo, en las mujeres resulta más complejo y emocional como ya reflejó con maestría en la citada Intento de asesinato.
Respecto a eso, tenemos una curiosa escena filmada desde los ventanales exteriores de unas oficinas donde vemos, al mismo tiempo, a unos hombres arremolinados observando fotografías eróticas en una sala mientras en la contigua las mujeres se encuentran trabajando ajenas a todo ello. Algo similar ocurre al final de la película cuando Ogata sucumbe a sus obsesiones de siempre perdiéndose en un horizonte sin retorno a la par que su hijastra Keiko ha madurado y ahora regenta una exitosa peluquería. Podría definirse como otro final donde las mujeres de Imamura, y en concreto las nuevas generaciones, salen vencedoras demostrando su capacidad de adaptación y resistencia dentro de los entresijos de una sociedad que las ningunea.
Los pornógrafos es una película de apariencia ligera que destila un sentido del humor irreverente e incómodo que puede convertirla aún hoy en día en una obra controvertida por su retrato de temas tabúes asociados a la sexualidad, sin embargo, la ingeniosa puesta en escena de Shôhei Imamura la convierte en un filme visualmente asombroso con muchos matices a estudiar.
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