miércoles, abril 24, 2024

Crítica de ‘La piedad’: La puta vida en rosa

Las críticas de Daniel Farriol:
La piedad

La piedad es un drama español que está escrito y dirigido por Eduardo Casanova (Pieles). La historia nos muestra a un chico que vive con su madre en un mundo color de rosa, un microcosmos surrealista que tiene precisamente a dos únicos habitantes, madre e hijo. Todo se trunca cuando al chico le diagnostican cáncer… Está protagonizada por Ángela Molina (Charlotte, Carta a mi madre para mi hijo), Manel Llunell (Malnazidos, Moebius), Ana Polvorosa (La fortuna, Con quién viajas), María León (El universo de Óliver, Los Japón), Antonio Durán «Morris» (Ons, Dhogs), Macarena Gómez (Y todos arderán, El hombre del saco), Daniel Freire, Songa Park y Alberto Jo Lee. La película tuvo su presentación nacional en España dentro del Festival de Sitges 2022. Se ha estrenado en salas comerciales de la mano de Barton Films el día 13 de Enero de 2023.

La dictadura maternal vs. la dictadura política

Tras la impactante y bizarra Pieles (2017), que supuso el debut en el largometraje del joven director español Eduardo Casanova, con su segunda película La piedad profundiza aún más en su peculiar y perturbador universo de color rosado. Sin duda, se trata de una propuesta radical y controvertida, no apta para todos los públicos ni para gente fácilmente impresionable. La historia retrata la enfermiza dependencia materno-filial existente entre Mateo (Manel Llunell) y Libertad (Ángela Molina), algo que en la película se equipara a una dictadura política como la existente en la actualidad en Corea del Norte (¡sic!). ¡Que le envíen una copia a Kim Jong-un!

Mateo vive con su madre, Libertad, en un mundo de color de rosa. Es como un microcosmos distópico que tiene precisamente a dos únicos habitantes, madre e hijo, no necesitan a nadie más. Sin embargo, todo cambiará cuando a Mateo le diagnostiquen un cáncer… Dicha analogía entre la cabeza de familia y el gobierno de un país militarizado resulta una decisión de guion tan ridícula como innecesaria que lo único que consigue es proponer una trama paralela sin ningún tipo de consistencia dramática ni mayor intención que la provocación gratuita (igual que el propio discurso que hizo el director en la rueda de prensa posterior a la presentación de la película en el Festival de Sitges donde hizo una referencia despectiva a los votantes de VOX).

Transgresión pasada de moda

La piedad es una película tan conceptualmente extraña que me fascina por su ambiciosa puesta en escena. El rosa es un color asociado en nuestro subconsciente a la inocencia infantil que aquí se utiliza para engendrar la más perversa oscuridad inherente a la condición humana. Casanova consigue imágenes de gran impacto visual que entrelaza con otras presuntamente transgresoras como el plano explícito de una vagina orinando sobre el espectador. Alguien debería decirle al director que ya no estamos en los años 70 y que cineastas como John Waters hacían cosas así hace 50 años cuando la contracultura significaba algo más que una postiza pose artística. Cuando lo único que se busca es la provocación per se lo que de verdad se obtiene es un distanciamiento del espectador hacia la obra que está viendo, al menos, es lo que me sucedió a mí en determinados momentos.

Por otro lado, el tratamiento esperpéntico que hace la película acerca de una enfermedad tan cruel y dolorosa como es el cáncer roza peligrosamente la banalización de la misma. Entiendo que sirve para determinar la capacidad de manipulación que tiene esa posesiva madre hacia su hijo, pero no hallo el equilibro necesario entre drama y comedia en sus postulados sobre la maternidad para no tener que traspasar algunas líneas rojas que me hacen rechazar el tono empleado.

Un artefacto visual fascinante

De todas formas, está claro que La piedad es un filme que arriesga y eso es algo muy positivo dentro del acomodado cine actual. Su aportación escénica tiene una particularidad única que, con sus altibajos, la diferencia de cualquier otra cosa que hayamos visto antes, por ejemplo, tanto la dirección de arte como la fotografía de Luis Ángel Pérez son alucinantes. Solo por esas cuestiones estéticas la película ya merece la pena ser vista y, como es lógico, también por el portentoso trabajo que realiza una valiente Ángela Molina en un papel especialmente antipático.

Es una pena que el actor/director convertido ya en azote de los ultraderechistas tenga la misma tendencia a la grandilocuencia con un micrófono en sus manos que posicionándose como director por encima de sus imágenes, vamos, genio y figura hasta la sepultura. El problema de todo eso es que a menudo su polémica personalidad (dentro y fuera de la pantalla) acaba desviando la atención de lo que es importante y el discurso que pretende transmitir se pierde en un bosque de palabrería más panfletaria que revolucionaria.

En definitiva, La piedad es una película sobre relaciones tóxicas y poderes fácticos que recabará opiniones contrapuestas debido al delicado contenido que alberga, siendo un trabajo donde finalmente la forma acaba estando por encima del fondo. Se podría decir que con esta película Eduardo Casanova ha subido un peldaño respecto a su anterior obra en cuanto al poderoso artefacto visual que regurgita, pero que desgraciadamente ha bajado otros dos peldaños por su «moderna» concepción ideológica que acaba resultando tan naif e inofensiva como el color rosa que inunda toda la pantalla.


¿Qué te ha parecido la película?

La piedad

6.6

Puntuación

6.6/10

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